Por Pablo Solana. La confrontación entre macacos y humanos en la última película de El planeta de los simios se podría haber evitado si unos u otros hubieran leído al peruano Hildebrando Castro Pozo o a Lenin, por aquello de que el socialismo vendría a ser soviets más electricidad.
Hollywood necesita acción y espectacularidad, ya sabemos. Y los primates tienen que dominar a los humanos, lo sabemos también porque la saga es vieja, todos vimos alguna parte o la serie. Pero divaguemos, permitámonos algo de filosofía barata y arriesguemos conclusiones tan curiosas como cinematográficamente improcedentes.
La historia empieza con la película anterior, R(evolución): En 2016 (ojo, la fecha se acerca) el virus ALZ-13 llevará a la humanidad al borde del exterminio. Culpa de los laboratorios y de un poco de mala suerte. Pero fruto de aquellas mismas experimentaciones, algunos simios en cautiverio desarrollarán una inteligencia creciente que les permitirá rebelarse y huir de las ciudades para dar inicio a una nueva civilización, mientras por el lado de los humanos sólo unos pocos sobrevivirán.
Pasan 10 años, y ya estamos en la peli nueva, Confrontación. Los monos viven en comunidades, están bien organizados, tienen a un jefecito justo y bondadoso, algunos hablan y leen. Viven en el bosque muy contentos. Pero un día viene el hombre con sus trampas. No todos son tramposos en realidad, porque algunos humanos pegan buena onda con el líder de la comunidad, el viejo César. Y le explican que están allá amontonados en los restos de la ciudad y que no sobrevivirán si no reactivan una represa eléctrica que quedó por ahí, en el mismo bosque donde los simios se establecieron.
Los referentes de la humanidad y el líder de los monos quieren evitar cualquier pelea, pero no pueden controlar a los guerreristas de cada bando (ambos medio imbéciles, aunque hay que reconocer que el mono malo tiene motivos -los recuerdos de las torturas de laboratorio- y en cambio el malo humano es un imbécil sin motivos). Los enfrentamientos están buenísimos, técnicamente hablando. Pero, para que Hollywood se luzca con sus explosiones fantásticas y sus hordas de monos furiosos digitalizados en 3D, la trama avanza hacia una confrontación sin sentido. Cuando se encuentran ambas especies hay temor, sorpresa y malos recuerdos, pero nadie quería esclavizar u oprimir al otro. Aún así, terminan enroscados en combates y matanzas, prometiendo más guerras para las secuelas que seguirán.
El planeta de los ayllus y los soviets (con centrales eléctricas)
El choque que propone la película apela a un clásico de las disyuntivas civilizatorias: primitivismo vs. modernización. La represa eléctrica daría más poder a los humanos, y los simios, aún estando mejor establecidos con su sistema comunal arraigado en la naturaleza, quedarían en desventaja. En este film los buenos entre los humanos buscan la electricidad para sobrevivir, sin malas intenciones, y el viejo César, líder de los macacos, les ofrece ayuda. Aunque no se les ocurre ni a unos ni a otros que podrían beneficiarse mutuamente, tanto de la capacidad de la comunidad primitiva como de la tecnología de los humanos.
Antes de mencionar ayllus y soviets, aclaremos que no estamos comparando ni a los incas ni a los campesinos rusos con los simios de la película, faltaba más. Aunque en la comparación ganarían los macacos: todos sabemos que, en próximas películas, terminarán venciendo e imponiendo su propia civilización, cosa que ni pueblos originarios ni comunistas rusos lograron.
El caso es que, un siglo antes de que se abran las jaulas de los primates y el guionista de esta última parte de la saga planteara la confrontación en torno a la represa, la comunidad de Muquiyauyo, en la provincia peruana de Jauja, supo combinar la pervivencia del ayllu incaico como institución comunitaria, con el desarrollo de una potente central eléctrica. El sociólogo Hildebrando Castro Pozo difundió la experiencia para promover un modelo de socialismo indigenista que reivindicara aspectos favorables de la cultura comunitaria precolombina, en el espíritu de lo que Mariátegui ya había denominado “aspectos de socialismo práctico” presentes en las tradiciones incaicas. Llamó a este modelo de desarrollo “cooperativismo integral”, y lo resumió como “resultado de la articulación campesina-indígena y la electricidad”.
Similar propuesta había elaborado Lenin, después de la revolución soviética del ´17, cuando propuso que el socialismo podría ser resultado de la suma de “los soviets y la electricidad”, algo que para la pobrísima realidad feudal del campesinado ruso, sonaba casi que a ciencia ficción. Cuando Lenin se reunió con H. G. Wells para contarle la idea, el inglés famoso por sus novelas futuristas se sorprendió y tiempo después contó: “Lenin, que como marxista niega todo lo utópico, al final cayó en una utopía extrema, la utopía de la electrificación. Él hace todo en su poder para crear en Rusia enormes centrales eléctricas de inmenso poder. ¿Puede usted imaginar un proyecto más atrevido en este país de vastas llanuras y bosques, habitados por campesinos iletrados?”.
Como sea: qué linda utopía la de simios y humanos construyendo una civilización que los integre, en base a un sistema de igualdad social que aprovechara virtudes y sapiencias de una y otra especie, en lugar de estar condenados a enfrentarse hasta el aniquilamiento del otro. Con los años uno se vuelve romántico, y sueña con que Hollywood resigne su guerrerismo en favor de utopías pacifistas (cosa que nunca pasará mientras la maquinaria cinematográfica del imperio, al igual que otras industrias culturales, deban seguir recreando la ideología que sustente su propio guerrerismo imperial). No podemos competir en ese plano, las superproducciones cinematográficas nos quedan grandes. Pero tal vez el Turco se anime a hacer algo al respecto en la sección Opinión Gráfica de este portal.