Por Simon Klemperer. Se murió el presidente de la AFA, un tal Julio Grondona, y da la sensación de que nadie lo lamenta. Algunos por una razón, otros por otra. Hay cola en las pizzerias, para un pequeño brindis, y cola en la AFA para ser el sucesor.
La muerte
Hoy es primero de Agosto. Se terminó Julio. Nunca fue tan lindo que terminara Julio. Esta vez terminó dos veces, en un solo día. Como el libro de Martín Kohan, “Dos veces junio”, pero dos veces julio. Murió Julio Grondona, el capo, y no queda más que alegrarse. Dicen que la muerte no se festeja y no entiendo por qué. Dicen que el sufrimiento ajeno no se festeja y no entiendo por qué. La muerte de Grondona es la liberación de este mundo de un sujeto despreciable que alimentó como pocos la estructura mafiosa que es hoy el fútbol argentino. Así que sí, yo brindo. Brindo casi por instinto y por reflejo, levanto mi copa y hago salud. Ahora, después que las copas chocan y la sorpresa se va, hay que pensar que el finado fue solamente la cabeza de una estructura y que así como él fue el dictador del fútbol durante 35 años, a su alrededor se multiplicaron miles de pequeños dictadorcitos temerosos que ahora sacarán a flote su peor parte para quedarse con esa cosa llamada poder.
Recuerdo hace varios años, ya no sé cuántos, viajaba con un amigo en micro de Madrid a Analucía cuando a mi amigo le sonó el telefono. Era su mama desde Madrid para avisarle que habia muerto Pichochet. Mi amigo cortó el telefono, me miró tranquilo y en voz tan baja como incredula mi dijo, “se murio Pinochet”. “Vamosmierdaylaconchadesuhermanaviejohijodeputa”, grité inmediatamente, para exaltación de todos los pasajeros que eran, entre tantas cosas, españoles y no sabían lo que yo estaba viviendo. Me abracé a mi amigo y senti la desesperada necesidad de estar en Chile con mi gente, con toda esa gente que guardaba botellas de vino cerradas desde los años 70 para abrirlas justo ese día. Pero no. Estaba en un micro en el viejo continente y mi celular solo tenía 14 botones, no tenía credito, y no estaba en la imaginación de nadie que más adelante tendría internerd, ni wasá, ni nada de esas cosas que hacen del mundo un pañuelo de gente hiperincomunicada. Pasadas un par de horas el micro hizo una parada y yo bajé desenfrenadamente a comprar una cerveza para brindar. Eso sí, creo que eso no habla tanto de la muerte del dictador como de mi alcoholismo. En fin. Que la muerte sí se festeja.
Creo que lo más especial de las muertes de estas malas hierbas, de estos sujetos que duran más de ocho decadas, no es la muerte en sí, no es su desaparicion sino el hecho de poder comprobar, aliviados, que ciertas cuestiones siguen inalterables, entre ellas, la muerte. Son tan hijos de puta y duran tanto que hasta lo hacen dudar a uno de la muerte misma, haciendonos sufrir la posibilidad de imaginar que tal vez ellos, quién nos dice, sean la excepción. Pero no. No lo son. Se mueren, y bien muertos quedan.
La herencia
Grondona, claro está, es el gran hijo de yuta de este cuento, y a todos les servía su figura para explicar la imposibilidad de los cambios. Y ahora que Grondona finó, ahora que el óbito deseado por tantos se concretó, quién será el culpable de la continuidad de la mafia. Y, será cualquiera. Cualquiera de los centeneras de grondonitas que circulan libres y sonrientes por las calles de un país mafioso repleto de grondonitas. La mafia es un mecanismo que necesita de un capo y ojalá, dios nos oiga, no haya un capo tan capo como Don Julio, pero no creo. Me parece más bien que sobran.
Y así, aunque me alegró súbitamente la muerte, ahora me embarga nuevamente la resignación. No olvido ni olvidaré nunca el abrazo entre el finado, Cristina y Maradona para la firma del convenio de Fútbol para todos. No lo olvido. La recuperación de fútbol nos alegra a todos porque vemos fulbo desde la casa, todo el día, si parar, desayunando, almorzando, cenando, con café con leche, con coca, con birra, con medialunas, con ravioles, con zapi, con mila, sin embargo, la “recuperación” hay que ponerla entre comillas porque también podemos pensar que ese convenio fue la prolongación del negocio por otros medios y con otros colores, pero prolongación al fin. Los buenos y los malos a los besos. TyC perdía el fútbol, los privados dejaban de lucrar, y daba la sensación de que el Estado estatizaba el fútbol, pero nadie se preguntaba demasiado que implicaba que eso fuera así. Parece que somos tal ilusos de creer que realmente el Estado puede financiar el fútbol sin sacar nada a cambio. Incluso somos tan ilusos de creer que está bien que el Estado no genere capital con la publicidad. Somos tan ilusos de creer que el Estado es una especie de alma caritativa que nos da fútbol gratis. Gratarola. Pero no. No es gratis, es un fangote de guita que desembolsa el Estado y por el cual no recibe nada más que el amor de los progresistas, y tal vez, un montón de votos.
Pero, debo creer, de este nuevo convenio caritativo entre el Estado y la AFA, alguien tiene que ganar algo. ¿Será posible que en un mundo donde el dinero es el motor de todas las cosas, resulte que en el fútbol, negocio rentable si los hay, sea justo el terreno donde los políticos y los dirigentes resignen la ganancia? ¿Por amor al fútbol? No, no. No señores, eso en este planeta no pasa. De bondad ni hablar. Aquí lo que hay es un entramado bien disimulado de amiguismos, concesiones y retornos. Yo te doy y vos me das, pero que nadie se de cuenta. Retorno, retorno, retorno. Y así, se abrazaron en hermoso ágape, el Diego, la Presi y el Finado, y todos aplaudimos porque el comunismo estaba por volver y el fútbol era, creíamos, un bien de todos.
La mafia vive porque alguien le da vida. Anteayer murió Grondona, pero en la AFA hay una cola que da vuelta a la manzana para ser el capo de turno. Ojala que explote todo, y que vuelva Bielsa.