Por Lucas Abbruzzese. El fútbol brasileño perdió su magia, su toque, su diversión. Así lo demostró durante el Mundial, tanto sobre el verde césped como en las declaraciones.
La alegría ya no parece sólo brasileña. Al menos, así lo demuestran sus intérpretes. El combinado verdeamarello transformó aquel juego con el que deleitó a todo el mundo al actual de la garra (?), el corazón (?), el sacrificio (?) y el poco interés y amor por el balón. Las consecuencias están a la orden del día: fue eliminado vergonzosamente por Alemania en la semifinal de su Mundial, un público que aplaudió en vez de reprochar que se tiraban atrás y le pegaban de punta para arriba y a cualquier lado.
¿Dónde encontrar los culpables? Quizás, el entrenador, Luis Felipe Scolari, sea uno de ellos. Es cierto que los que juegan son los jugadores (teoría archi defendida desde acá), pero en las selecciones el DT elige los 23 y defiende una manera. Y el ya ex entrenador brasileño no quería jogo bonito sino adaptarse a la modernidad, hacer un culto del físico, el contragolpe y la no posesión de pelota.
Lo que sí poseyó Brasil en su plantel fue un visionario. Un visionario del 7-1: Neymar. “Por mí no quiero dar show. La última cosa que buscamos es dar espectáculo. Estamos aquí para ganar. Quiero ganar medio a cero, no importa. No importa si no nos aplaude, no estamos aquí para hacer reír a la gente. Estamos para ganar, sólo quiero eso”.
Y ahí está una parte -no futbolística- del por qué de semejante retroceso de Brasil. La principal causa del 7-1 histórico. ¿Piensa eso Neymar o repite lo que le inculcaron? A este ritmo, dentro de un par de años los cariocas se parecerán más a la Argentina y se olvidarán rápidamente de su pasado glorioso; ese del toque, el engaño, el juego pausado, la gambeta, la picardía. Ese compuesto y protagonizado por Pelé, Tostao, Rivelinho, Sócrates, Ronaldo, Romario, Zico, Ronaldinho. El llanto y la angustia reemplazaron a la sonrisa y a la diversión.
Neymar anticipó semejante goleada y nadie se había dado cuenta. Él no fue parte del partido porque se había lesionado antes, pero su presencia nada hubiese podido modificar. En Brasil todos corren, nadie piensa. Todos van para adelante y parece que ninguno sabe que es necesario un pase para atrás para poder dar dos hacia adelante. En Brasil, tierra de cracks (o ex), se sufrieron los partidos y si no hubiese sido por el árbitro, o un travesaño, la historia hubiese finalizado antes.
Alemania gana como jugaba Brasil antes. Brasil ganaba como juega Alemania ahora. ¿Quedan dudas de lo lindo que puede ser este deporte?
Espectáculo daba el Brasil del ´70, daba Garrincha, lo brindaba Pelé y su destreza, lo ejecutaba Tostao con su conducción, Zico con sus asistencias. Ahora, eso se dejó de lado, ya no importa, se desprecia. En la actualidad, salvo contadísimas excepciones, se cree que el fútbol no sirve para divertirse ni para que la gente lo haga. No. Se pregona la angustia, el dramatismo, el bochazo largo sin sentido.
Pese a todo esto, hay luces entre tanta oscuridad que aún permiten soñar con el contagio y un fútbol mejor jugado: los últimos dos campeones del mundo. España y Alemania. Ambos practicaron un fútbol de tenencia, de circulación, de amontonarse no para chocar sino para tocar, de pregonar el engaño y el entendimiento del juego.
“Desde hace unos años, Brasil está desculturizando su juego. Me duele mucho, porque históricamente el fútbol brasileño nos deleitó con su juego”, escribió César Luis Menotti acerca de la situación carioca.
El momento no tiende a mejorar. No mientras se sigan tapando las inferiores. No mientras la plata y las empresas continúen embarcando en tierras brasileñas, con el objetivo de repatriar viejas glorias para preponderar el marketing y desprestigiar al fútbol. Nada se modificará si no se piensa en una re-estructuración, tanto de ideales como futbolística.