El Gobierno nacional intenta garantizar los dólares necesarios para el crecimiento. En ese marco, se inscriben los controles a la compra, la “ventanilla única” para ciertas importaciones y el pedido para que las empresas corrijan su balanza comercial o sustituyan los insumos importados.
Estas medidas son complementarias de la devaluación progresiva del dólar y del establecimiento de techos salariales para contener el consumo. En ese contexto, la amenaza de volver al ciclo de endeudamiento de años previos, ante la desaceleración del superávit comercial, deja entrever un viejo problema que el modelo actual no resolvió: la dependencia externa. La misma se materializa en la disminución de la entrada de dólares y encuentra su origen en el alto grado de extranjerización de los capitales que operan localmente. El peso del capital extranjero en la economía local se asocia, entre otros elementos, a una fuerte dependencia técnica de bienes de capital e insumos importados, un creciente déficit comercial manufacturero, falta de competitividad, un incesante crecimiento de las remesas de utilidades por parte de las empresas transnacionales que operan en el país, un proceso sostenido de fuga de divisas y un significativo peso del consumo de bienes finales importados.
Entre los principales capitales que operan en el país -500 empresas no financieras ni agropecuarias más grandes- casi el 65% son extranjeros y generan en conjunto el 80% del valor de la producción del grupo. Estas empresas desarrollan estrategias de producción que utilizan tecnología avanzada pero importada desde sus países de origen. Debido a su peso en el conjunto de la economía, condicionan -a la vez- al resto de la economía. De hecho, el equipo durable de producción (“bienes de capital”) importado para el conjunto de la economía argentina representa, en promedio, un 56% del total de la inversión en maquinaria mientras que en la década pasada ese concepto representaba el 47% del total.
Este escenario exhibe el patrón dependiente y subordinado de la economía argentina. Si bien en este período la economía generó saldos comerciales positivos a partir de exportar fundamentalmente mercancías de origen primario, la producción requiere de equipos y materiales importados -y los dólares respectivos para su compra- para garantizar el crecimiento industrial. Esta situación puede ejercer presión sobre las posibilidades de acumulación futura dado que reduce los montos de ingresos del que disponen las empresas para invertir en maquinaria y equipo.
En este campo, el proyecto neodesarrollista actual no generó cambios cualitativos significativos. Si bien el crecimiento de la producción y ventas es innegable, a lo largo del período kirchnerista las manufacturas industriales (MOI) fueron deficitarias en su saldo de divisas -se importaron muchas más manufacturas que las que se exportaron-, producto de su bajo nivel de competitividad relativa y de la mencionada dependencia tecnológica.
Por otra parte, el consumo también presenta un elevado componente de importaciones. En efecto, en comparación con los 90, hoy un porcentaje mayor del consumo total de bienes tiene origen importado. Esto no debe hacernos perder de vista un detalle de importancia: son los estratos de ingresos altos los que consumen en una mayor proporción mercancías con un elevado coeficiente de importaciones (importadas o con componentes importados). Es decir que la persistencia de un patrón de distribución regresivo de los ingresos también ejerce una fuerte presión sobre la balanza comercial.
En este escenario, la dependencia externa cristalizada en la necesidad de dólares para garantizar la acumulación -una de las características estructurales del capitalismo argentino y una estrategia de los capitales locales- reflota como una barrera potencial que amenaza con obstruir el crecimiento y frenar la recaudación. De allí la preocupación y la batería de iniciativas recientes por parte del oficialismo, que por el momento basó su principal herramienta industrial en el “dólar competitivo y estable”. Sin embargo, frente al análisis realizado, es claro que urge poner sobre la mesa la discusión acerca del tipo de desarrollo deseado, los actores sociales involucrados y los objetivos a perseguir.
*Lisandro Fernández es economista, miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social.