Por Camila Parodi. Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella fueron condenados a prisión perpetua por el crimen de Monseñor Enrique Angelelli. Un fallo que sienta precedente judicial para las víctimas del terrorismo de Estado, comprometidas con la teología de la liberación
“El pueblo libre será posible, muchos testigos hoy nos lo dicen.
Angelelli, Oscar Romero, Carlos Mugica, mil compañeros,
su sangre canta en nuestras cuerdas, este el tiempo del hombre nuevo”. (Carlos Scarinci)
Marcha dialogó con José Luis Calegari, miembro del Centro de Participación Popular Monseñor Angelelli, ubicado en Florencio Varela. Desde hace más de una década, esta organización sostiene un trabajo de base y barrial con niños y jóvenes del Conurbano oeste bonaerense. “Los que nos identificamos con la figura de Monseñor Angelelli y su incansable lucha juntos a los pobres de La Rioja, sentimos que se ha hecho justicia con las condenas a Menéndez y a Estrella. Pero la mejor forma de honrarlo es seguir luchando sin resignarnos ni acostumbrarnos a ver la explotación de nuestro pueblo. Por eso, como decía el Pelado Angelelli: ‘Hay que seguir andando nomas’”, aseguró Calegari
Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella fueron condenados a prisión perpetua en cárcel común e inhabilitación absoluta perpetua, por el asesinato del obispo Angelelli, perpetrado durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983). El Tribunal Oral Federal (TOF) de la provincia de La Rioja condenó a los represores como autores mediatos del crimen, revocó su prisión domiciliaria y dispuso que sean alojados en la cárcel de Bower, en la provincia de Córdoba.
El obispo riojano murió el 4 de agosto de 1976 cuando regresaba en su camioneta desde el pueblo de Chamical, en el cual había participado de una misa en homenaje a dos sacerdotes y un catequista asesinados. El tribunal descartó la teoría de “muerte por accidente”, y condenó a Menéndez y Estrella por su accionar intencional en el crimen. En la causa también se encontraban procesados el dictador Jorge Rafael Videla, el comisario Juan Carlos Romero y el general Albano Harguindeguy, ex ministro del Interior de la dictadura, quienes fallecieron antes de llegar al juicio oral.
En la audiencia del 27 de junio pasado, instancia previa a dicha resolución, el fiscal Gustavo Gimena, a cargo de relatar el desarrollo de los hechos y la participación de los imputados, describió que “el accidente fue disimulado, tapado y en base a prueba testimonial y pericial” se comprobó “que fue un atentado con la decisión de los altos mandos de asesinarlo.”
El fiscal diferenció los niveles en el funcionamiento de esta organización criminal, los autores de escritorio, los autores intermedios o de organización, y los autores fungibles actuando sobre los llamados “enemigos internos”. En ese sentido, enfatizó que “Menéndez dio la orden de matar, Luis Fernando Estrella proveyó lo necesario y los autores materiales eran conscientes de la profunda criminalidad del hecho (…) hasta un juez pusieron para garantizar la impunidad”.
Si bien la causa tomó relevancia a partir del fallo conocido el viernes pasado, se trata de una instancia más, y muy importante, dentro del recorrido de diversos organismos de derechos humanos, familiares de desaparecidos y comunidades cristianas. A lo largo de audiencias, marchas y misas, todos dieron a conocer el plan sistemático e intencional de la dictadura militar en complicidad con la jerarquía de la iglesia católica, para eliminar cualquier intento de organización social en el pueblo.
Angelelli, la voz de los sin voz
Enrique Angelelli nació en la ciudad de Córdoba el 17 de julio de 1923. Fue ordenado sacerdote en Roma, Italia, el 9 de octubre de 1949. El Papa Juan XXIII lo eligió como obispo auxiliar de Córdoba y fue consagrado el 12 de marzo de 1961. El 20 de agosto de 1968, el Papa Pablo VI lo nombra Obispo de La Rioja y asume bajo el lema “Justicia y Paz”. En esa provincia puso en práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de Medellín, e inspirado en ellas determinó su accionar pastoral en opción por los más oprimidos. “Existen unos que no tienen voz, que son marginados y explotados y existen otros que tienen privilegios y explotan a los demás. ¿Eso lo quiere Dios? ¡No!”, expresó en su momento Angelelli. Por eso, se dispuso a organizar con los obreros y campesinos riojanos cooperativas y tomas de tierras para emprender la construcción colectiva de nuevas alternativas.
Así fue que su palabra comenzó a molestar a la clase dominante, y su historia se convirtió en una crónica de una muerte anunciada. Angelelli fue un obispo que rompió continuamente con la lógica de poder y jerarquía, tan propia de la institución católica. “No vengo a ser servido sino a servir –manifestaba en sus homilías-. Servir a todos, sin distinción alguna, clases sociales, modos de pensar o de creer; como Jesús, quiero ser servidor de nuestros hermanos los pobres. Ayúdenme a que no me ate a intereses mezquinos o de grupos. Oren para que sea el obispo y el amigo de todos, de los católicos y de los no católicos, de los que creen y de los que no creen, de los de la ciudad y de los que viven en los lugares más apartados”.
El 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas toman el poder a través de un golpe de Estado. En ese contexto se recrudecieron las falsas denuncias y amenazas para los luchadores sociales; la opción por los pobres era una muestra de subversión y Angelelli, como todos aquellos que llevaban la teología de la liberación en su militancia cristiana, eran un blanco seguro. La persecución a sacerdotes y religiosos se inició el 4 de julio de 1976 con la matanza de la parroquia de Santa Cruz, donde fueron asesinados los sacerdotes Alfredo Leaden, Pedro Duffau, Alfredo Kelly, Emilio Barletti y el seminarista gallego Salvador Barbeito Doval. También las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Dumon, quienes fueron arrojadas vivas al mar.
El 18 de julio, los sacerdotes P. Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias fueron alevosamente asesinados en Chamical, luego de ser secuestrados y torturados por miembros de la Policía Federal. Dos semanas después, Angelelli fue asesinado mediante un supuesto “accidente” automovilístico. El Obispo había celebrado una misa denunciando el asesinato de sus compañeros en la iglesia de la localidad riojana. A su regreso llevaba material recopilado que denunciaba dicha atrocidad, pero esa información nunca llegó a destino. A mitad de camino su camioneta fue emboscada y violentamente chocada; el cuerpo del obispo quedó tirado en el suelo durante seis horas, la camioneta desapareció y el cadáver aparece con la nuca destrozada a golpes. El sacerdote Arturo Pinto, quien lo acompañaba durante el viaje, quedó inconsciente por el golpe, pero luego manifestó que el vehículo fue cruzado por dos autos que lo chocaron hasta hacerlo volcar. La carpeta que Angelelli llevaba en su camioneta nunca fue encontrada, aunque sí fue vista sobre el escritorio de Albano Harguindeguy.
A 38 años de los múltiples intentos de querer callar la voz de Angelelli, el obispo de los pobres se multiplica en quienes lo llevan como bandera en el trabajo comunitario de las barriadas, que en el día a día de ese recorrido demuestran ese “Hay que seguir andando nomas”.