A inicios de la década del 90′ Norma empezó a encarnar el sentido común, la perspectiva simple y la palabra directa ante un Gobierno que hacía estragos. Más de treinta años después las y los jubilados tienen que volver a la calle a luchar por sus haberes y soportar la represión del gobierno. Hoy 7 de septiembre, Norma Pla cumpliría años.
Por Nadia Fink y Martín Azcurra
“Si algún día tiene hambre, va a salir a luchar también”
Es vísperas de Navidad. Jésica Pla enciende la tele y ve a su abuela en el noticiero.
–Si el aumento no llega a venir para el 25 de diciembre, yo personalmente, mi vida no es nada, me voy a ahorcar en Plaza de Mayo.
–¿Por qué tan extrema? –se asusta el periodista.
–Porque no le quiero dejar a mis hijos y a los compañeros de los jubilados, a los hijos de los jubilados y a los nietos de los jubilados, lo que fomentamos nosotros. Porque eso lo fomentamos nosotros, los dejamos avanzar y avanzar, y acá están las circunstancias.
–¿Está cansada de luchar?
–No, no estoy cansada. Pero para que vea que tenemos galla, los jubilados vamos a hacer lo que voy a hacer.
Jésica se asustó y corrió a verla. Sabía que Norma, su abuela, era capaz de todo.
La década de 1980 terminaba con una inflación inédita, que no paraba de crecer, un récord de paros generales de la CGT y docentes que marchaban y paraban por todo el país. En los barrios, también se estaba viviendo otra realidad. Y en medio de ese panorama, surgió una figura inesperada que iba a cambiar el tono de las luchas, salida de un sujeto político negado por la sociedad y la historia: una jubilada.
Norma Pla aparece en escena en 1991, una viejita enojada que condensa el paso de la resistencia moderada a la acción directa, o al menos una combinación de ambas, un signo que se irá repitiendo a lo largo de la década de 1990, con acciones cada vez más colectivas, y que va a concluir 10 años después en un gran estallido del pueblo indignado.
“No hay plata para nosotros, pero sí para canchas de tenis en Olivos”
En esa época, el flamante presidente, Carlos Menem, y su ministro de Economía, Domingo Cavallo –a quien más tarde recordaremos, también, como el que estableció el “corralito” que llevó a las clases medias a las calles en 2001–, congelaron la jubilación en 150 pesos. ¡Casi un insulto! Una tímida peregrinación de jubiladas y jubilados empieza a llegar al Congreso. Se juntan los miércoles y piden aumento del mínimo a 450.
Oriunda del barrio obrero San José de Temperley, a Norma Beatriz Guimil de Pla nadie tiene que venir a decirle que la plata no alcanza. Nunca se pudo jubilar a pesar de haber trabajado durante 50 años. Cobra una mísera pensión, de 150 pesos, porque su marido falleció luego de quedar desocupado en los años ochenta. Sus cuatro hijas e hijos tienen un tallercito que apenas les alcanza para ayudarla.
Pero también sabía lo que era el trabajo por monedas. De chiquita, había tenido que dejar la escuela para entrar a la fábrica. Hacía tareas de limpieza y maestranza, y nunca fue registrada. Su padre era Guarda del Tranvía 20, y su madre, empleada doméstica de los Martínez de Hoz. Y aun así no alcanzaba.
Norma empezó a encarnar el sentido común, la perspectiva simple y la palabra directa ante un Gobierno que hacía estragos en la economía de su gente sin que se le alterara el buen semblante. En 1992, Cavallo dijo por televisión que necesitaba 10.000 pesos por mes para vivir y que no todos los argentinos podían pretender ganar lo mismo que un alto funcionario del Estado. Así, en horario central. La jubilada interpeló con sencillez: “Yo gano 150 pesos, me arreglo porque me ayudan mis hijos, pero hay otros que están todavía peor que yo. Pedimos 450 pesos de jubilación, ¿es mucho? Si el ministro Cavallo dice que 10 mil no le alcanzan ¿Que no hay plata?… No habrá para nosotros, pero sí para aviones o canchas de tenis en Olivos. Yo aporté toda mi vida, quiero que me devuelvan ese dinero”.
Y es ahí, en la calle, donde empezó a sentirse viva: megáfono en mano, pancartas al agite, cantitos liberadores, gritos de enojo, charlas con nuevas y nuevos amigues. Tramaban acciones al poder concentrado: movilizaciones al Congreso, al Banco Hipotecario, a la DGI, al Ministerio de Economía… Porque en esa época todavía no quedaba claro dónde estaba el poder real. Se movía de un lado para otro. Una vez llegaron a hacer una choripaneada frente a la embajada de Gran Bretaña, en repudio a la visita del príncipe Andrés.
En Norma, la indignación se volvía rebeldía. Ella rompía todos los moldes. ¡Una viejita que incomodaba al sistema! Su boca casi sin dientes no se callaba nada. Su pensamiento era impecable. En cada comentario o pregunta, interpelaba la incoherencia del neoliberalismo (mucha riqueza en pocas manos), desde la humildad y la ternura. Una especie de Greta Thumberg jubilada. Su discurso tenía la fuerza de la sencillez y de la pobreza digna.
“El legado de mi madre es la lealtad y la empatía con las personas. Ella siempre participaba en cosas políticas pero sociales, como de tesorera de la ENET N° 2, tesorera en una agrupación Scout, y fue una de las fundadoras del club 9 de Julio de San José. Y por eso nosotros, mis tres hermanos y yo, seguimos sus pasos. Y la importancia de luchar por el otro, de ponerse en el lugar de otra persona que está pasando una situación mala, y salir a luchar por eso”, resalta la menor de sus hijas, María Cristina Pla.
Pero había algo más potente todavía. Norma rompía el molde del viejismo, como lo habían hecho las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo; mujeres al frente para recuperar derechos. Con su salud tambaleante a cuestas, saltaba vallas, trepaba puertas, hacía huelgas de hambre, tiraba huevos. Las voces más conservadoras estallaban en cada pregunta: ¿Cómo podía ser que una abuelita indefensa estuviera haciendo semejante lío? ¿No tendría que estar en su casa, tejiendo bufandas, rodeada de sus nietos? ¿Cómo podían permitirle caminar bajo la lluvia agitando las pancartas? ¡No era tan indefensa entonces! Algo se rompió y las jubiladas y los jubilados empezaron a ser, entre tanta desigualdad televisada, sujetas y sujetos políticos que incomodaban con sus cuerpos arrugados y sus acciones directas. “Estamos en una sociedad en la que al viejo se lo descarta de todos los ámbitos, pero son lo más valioso: ellos ya pasaron por donde ahora nosotros tenemos que pasar”, reflexiona María Cristina.
El discurso neoliberal mostraba su verdadera naturaleza: no le importa el ser humano. Toda una vida de aportes… había sido una estafa gigante. Porque la privatización de la caja de las jubiladas y jubilados no fue una simple estafa, fue el robo a la vida entera de las personas, en el período de desarrollo económico más importante del país. Cada vez que Norma entregaba su frágil cuerpo a la lucha, el discurso dominante se caía, la serpiente se retorcía.
En esa época, el ministro del interior, Carlos Corach, no tenía ningún inconveniente en mandar a reprimir todos los miércoles en el Congreso. Así que, cada tanto, Norma iba presa por protestar. “Siempre estoy detenida, pero no por ladrona ni por corrupta, sino por decirle la verdad a estos señores que nos están apaleando constantemente, pero la vamos a seguir. Somos más pueblo que milicos, que no se olviden de eso”. Tuvo más de 23 procesos judiciales por tirar huevos y harina al Congreso. Sin embargo, la gestión menemista nunca le habilitó un interlocutor. Ante el silencio, tan violento como una represión, la voz de Norma irrumpe por donde puede. Y en ese hacerse oír, inaugura el método de los escraches, que cinco años después retomará el grupo de H.I.J.O.S de desaparecidas y desaparecidos, contra Bussi, Videla y Galtieri, entre muchos otros. El grupo de acción de Norma realizó innumerables escraches, a diputados, al príncipe Andrés, a Domingo Cavallo y, por supuesto, a Carlos Menem. Una de sus acciones más notorias fue cuando se subió al escenario del Mercado de Abasto y le pidió a Mijail Gorbachov que le dijera al mundo que estaban “cagados de hambre”.
Como otras resistencias de esa época, la memoria de los años noventa se empezó a escribir con ella. Su momento más activo fue cuando permaneció 80 días en el acampe de Plaza Lavalle, por el aumento de las jubilaciones, allá por 1992; una forma de lucha que se iba a repetir en toda la década de resistencia neoliberal, pero que sigue hasta hoy. Cinco años después, las y los docentes iban a realizar una de sus luchas más contundentes e históricas: La Carpa Blanca, que duró 1003 días y contó con la presencia de figuras emblemáticas como León Gieco, Luis Alberto Spinetta, Mercedes Sosa, Diego Maradona, Ernesto Sabato, Alfredo Alcón, Joan Manuel Serrat, Imanol Arias, y jugadores de la Selección que organizaron un picadito.
Pero a ese acampe de Plaza Lavalle, se acercaban todos los días jubiladas y jubilados de todo el país; al fin tenían un foco donde concentrar toda la atención. Norma le puso todo el corazón a esa acción. “Más de una vez ha traído a dormir a casa a algún jubilado de la Plaza Lavalle… y se ha quedado a vivir durante meses. Me acuerdo del abuelo José, que agujereaba el colchón para guardar panes, por si después no había para comer. Imaginate el hambre que tendría”, recuerda María Cristina.
“No llore, señor ministro”
Corría 1994. Fue uno de esos días en los que Norma ingresó al Congreso con sus compañeras y compañeros, para exigirle una explicación al ministro Cavallo. Allí tuvo lugar una conversación histórica, que se transmitió por televisión.
–Mi padre también es jubilado. Yo me acuerdo, cuando era un niño. Él aportaba como aportó su esposo… –le dice Cavallo, y se queda en silencio mirando hacia abajo, con esa postura que evidencia la vergüenza.
–No llore, señor ministro, no llore. Tenga fuerza para defender a su padre y todo –le responde Norma con respeto y empatía, con la humanidad que el mismo sistema no tenía con ella ni sus compañeras y compañeros.
–Estoy emocionado. Primero porque lo que ustedes dicen es la verdad. Estoy convencido como ustedes. Pero también sé cuál es la realidad sobre la que tenemos que actuar. A pesar de que mi familia no es de muchos recursos –silencio y lágrimas–, yo pude estudiar. Y creo conocer cómo funciona la economía. La economía de un país es como la economía de una familia. Uno puede gastar lo que tiene para gastar –sigue mirando hacia abajo –. Nuestro país es como esas familias ricas que en su momento dilapidaron los recursos que los padres o abuelos habían acumulado. Y llega un momento en que se está muy mal, porque se tienen deudas externas, internas, de todo tipo. A punto tal que no se llega a conocer cuánto se debe. Y no se tiene con qué afrontarlas. Para colmo, todos los mecanismos que se utilizaron para tirar los problemas hacia adelante y que los tenga que resolver algún otro, ya no se pueden seguir utilizando. Es más, sería estafar a todo el mundo, a ustedes, a sus hijos y nietos (…). Se necesitan recursos. Mucha gente dice que no los tenemos porque estamos pagando al exterior. Les aseguro que lo que estamos pagando al exterior es mínimo (y siguen las excusas).
–Usted tiene madre… pero seguro que no está en la Plaza Lavalle con nosotros. Debe estar mejor. Si no tiene que pagar la deuda externa, no lo haga, pero págueles a los jubilados. Piense en su Patria. Si lo presionan de afuera salga al balcón y dígalo, que el pueblo lo va a ayudar…–No, la respuesta de Norma no es la respuesta vacía de un político acostumbrado a deshacerse en excusas. No. Lo de ella es una propuesta concreta, la de una vecina que multiplica panes para que coman todas y todos en el barrio, la de una ancestra sabia, y concreta.
Así como el reclamo de una jubilación digna, otro de los pedidos urgentes era la recuperación del PAMI, la obra social más grande de Argentina y Latinoamérica, orientada principalmente a personas jubiladas y pensionadas, la población más vulnerable de la sociedad. En varias oportunidades Norma tomó el edificio de la calle Chacabuco, en conjunto con sus compañeras y compañeros.
Desde 1992, la gestión de Matilde Menéndez inauguró la etapa del PAMI corrupto. Se retiró en 1994 dejando una deuda de 148 millones de dólares. Luego de su salida, fue intervenido por el gobierno, en manos de Carlos Alderete, y posteriormente en una sucesión de autoridades cada una más corrupta que la otra. Cada gestión fue funcional al plan de ajuste menemista que apuntaba a resolver el déficit mediante la inclusión de empresas privadas en la administración y la reducción de personal, a pesar que los gastos de personal fuesen marginales: el 84% del desequilibrio se explicaba por pagos de prestaciones médicas y solo 6% por gastos de personal.
Se emitía Polémica en el bar, conducido por Gerardo Sofovich, y Norma Pla fue como invitada. La única mujer en esa mesa donde el machismo estaba a la orden del día.
–Yo quiero que me escuche el ministro de Economía y el señor presidente también, porque nunca pudimos llegar a un diálogo con él –arranca Norma luego de las presentaciones y saludos, y dice en algún pasaje de la charla al conductor–: Yo salí a luchar cuando tuve hambre. Usted cuando tenga hambre, si algún día tiene hambre, va a salir a luchar también.
–Está bien, pero… ¿usted está segura de que lleva el diálogo para poder acceder al presidente? Hoy, por ejemplo, en la entrevista que usted tuvo en la radio con el señor (Carlos) Alderete, porque después me quedé conversando con él, dijo que alguno de los diez puntos que usted le entregó son razonables.
–Los diez puntos son razonables.
–Está bien. Usted dice que los diez puntos son razonables, yo le digo que Alderete dice que alguno de esos puntos tendría factibilidad. Pero, al mismo tiempo, usted cuestiona la capacidad del presidente de designar a quien a él le parece como interventor en el PAMI…
–Escúcheme… el presidente de la Nación está acostumbrado a mandar decretos o a gobernar por dedo. Vos acá y vos acá, y nosotros no lo vamos a permitir eso, porque PAMI es de los ju-bi-la-dos y de los tra-ba-ja-do-res.
–¿Quién es nosotros, Norma? –la interrumpe Luis Beldi.
–Nosotros… usted también, yo también, y la gente que nos está mirando también.
–¿El PAMI funciona mal?
–Escúcheme, ¿por qué renunció la señora Matilde (Menéndez) si no andaba mal el PAMI? ¿Usted me puede dar pruebas de que el PAMI anda bien?
Norma tenía razón: el PAMI funcionaba mal. Para 1996, la deuda se estimaba en 1.000 millones. En 1997, la intervención de Víctor Alderete se hizo cargo de la “normalización”, reduciendo el personal, de 13.700 empleados a 2.800, y de la transferencia al Estado de las deudas del organismo.
Ella sabía cómo funcionaba el PAMI: era una paciente asidua porque padecía cáncer de mama. Una peluca cubría su cabeza calva, debido a la quimioterapia. Incluso, varias veces interrumpió sus tratamientos para asistir a una marcha. En uno de los escraches al presidente, en el predio de la Rural, la policía la golpeó y le quitó la peluca. Ella apareció frente a las cámaras de TN, gritando “jubiladooooos”, mientras sus compañeros le daban besos en el cachete y le acariciaban la cabeza desnuda.
Por sus métodos de acción directa, escrache y boicot, que inauguraron la época que se avecinaba, se convirtió en una referente social, sobre todo para los grupos que empezaban a realizar piquetes en las provincias.
En 1995, la democracia tiene su primer muerto político durante una pueblada. En Tierra del Fuego, la gendarmería asesina al trabajador Víctor Choque con un disparo en su rostro. Norma se entera, pero se encuentra en pleno tratamiento oncológico. Su corazón se indigna. Pudo haber sido ella, o cualquiera de sus compañeras y compañeros. Su cuerpo le pide estar presente. Porque a esa altura, su presencia es un fósforo que enciende cualquier hoguera. Le pide a su hijo que firme un documento donde se hace responsable de su salud, se arregla un poco frente al espejo y parte rumbo a la protesta en la Casa de la Provincia. Pero ese día su cuerpo no aguantó más y se desmayó. Volvió en ambulancia. Su compromiso era enorme, y aun así los medios la seguían tratando como una vieja loca.
Unos meses más tarde, su cuerpo dijo basta. Había pedido que sus cenizas fueran esparcidas en Plaza Lavalle, el lugar donde permaneció el acampe que quedó en la historia. Hoy una parte de sus restos duermen allí, bajo una placa y una magnolia. Hoy, que se sigue pidiendo vivir con dignidad la época de “jubileo”, hoy que el trabajo del cuidado está siendo cada vez más reconocido, hoy que las mujeres se rescatan de cada lugar que ocuparon en la historia de nuestras luchas; hoy Norma Pla es un nombre y un apellido que se siguen asociando con la dignidad y con el futuro.
Del libro 2001. No me arrepiento de este amor.
Historias y devenires de la rebelión popular.
Ed. Chirimbote, 2021