El INDEC dio a conocer el Índice de Precios al Consumidor correspondiente al mes de marzo. Se registró un 11% de variación con relación al mes anterior. Los precios bajan porque no hay salarios que alcancen para comprar y cubrir necesidades básicas en materia de alimentación, salud y transporte. El “no hay plata” justifica la idea de escasez y naturaliza un modelo que dice que no alcanza para todos.
Por Pablo Nolasco Flores
La libertad de pagar bajos salarios
La doctrina económica del gobierno de Javier Milei sostiene que todos los precios de la economía deben manejarse con libertad, es decir, por oferta y demanda. Todo el dispositivo de desregulación de la economía que viene sosteniendo el gobierno se apoya en esa premisa y se puede sentir en el bolsillo de los trabajadores y trabajadoras al ir al supermercado, pagar los servicios, utilizar el transporte o pagar una prepaga.
Casi todos los precios de la economía aumentaron. Casi todos, excepto los salarios. Porque lo que olvidan los dogmáticos libertarios es que el salario es otro de los tantos precios de la economía. Pero, como explicó Karl Marx, hace más de 150 años, el salario es el precio de la mercancía fuerza de trabajo. Y esta mercancía tiene la particularidad de poder producir otras mercancías, por lo tanto, pagarla barato es una de las necesidades del sistema capitalista para su supervivencia.
Techos salariales para que cierren los números
En una entrevista a un medio afín al gobierno, Milei sostuvo la idea de que ningún político puede determinar un precio a mano. En ese sentido, él mismo se preguntó: “¿No es una cuestión que tiene que ser abordada por los trabajadores y los empleadores?” Su pregunta retórica de nuevo se basaba en el dogma liberal. Sin embargo, el actual accionar del gobierno entra en contradicción con esa idea.
Hace unas semanas, Luis Caputo, ministro de economía, sostuvo que la secretaría de trabajo no iba a homologar las paritarias que se cierren entre empresarios y trabajadores por encima de la expectativa de la inflación. Esto quiere decir que el Estado iba a intervenir en el precio de la fuerza de trabajo que se define por medio de paritarias libres bajo el fundamento de que eso podría disparar la inflación. Keynesianismo a la inversa.
El festejado superávit fiscal y la leve desaceleración de la inflación en estos dos meses son presentados como números en una hoja de Excel. Sin embargo, detrás de los números hay personas que sufren las penurias de una obsesión técnica. Es fácil lograr que cierren los números si se evita gastar. Pero, no hacerlo implica no satisfacer necesidades. Una familia puede no gastar en alimentos, en los servicios, en el transporte. De seguro que a fin de mes le va a sobrar plata, pero a costa de no cubrir sus necesidades. No obstante, una familia no funciona como la economía de un país. En un país, en lugar de achicar gastos para que cierren los números se pueden ampliar los ingresos por medio de impuestos progresivos (el que más tiene, más paga, como sostenía Adam Smith, el fundador del Liberalismo Económico). El mismo ejercicio puede hacerse con la inflación, su ralentización obedece a la simple cuestión de que las personas están consumiendo menos.
Dogmas y doctrinas para justificar el ajuste
Uno de los principales problemas que tiene el dogma libertario es sostener que la economía de un país se resuelve por medio de un asiento contable. Es decir, los números tienen que cerrar, estar en equilibrio. Esto no sería un problema si solo se tratara de cuentas. Pero quienes sostienen la economía de un país son personas y la mayor parte de estas son vendedoras de fuerza de trabajo. El “no hay plata” justifica la idea de escasez. Naturaliza que no alcanza para todos. Por eso hay que ajustar y ponerle techo a los salarios. Sin embargo, esa realidad que se intenta hacer pasar como natural se choca con otra que es el enriquecimiento de unos pocos. En el último año la casta económica ha logrado exorbitantes aumentos en sus patrimonios. Solo por nombrar algunos casos,Marcos Galperin, dueño de Mercado Libre, aumentó su fortuna un 28% y se la calcula en unos 6300 millones de dólares, Paolo Rocca, duplicó “la suya”, ascendiendo a 5600 millones de dólares, y Marcos Bulgheroni triplicó su fortuna, cuyo valor escala los 4900 millones de dólares.
Fundamentar el ajuste bajo los preceptos de la escasez no es una idea novedosa. Forma parte de los fundamentalismos liberales que sueñan con una sociedad sin clases, sin conflictos y luchas por intereses que siempre son contrapuestos. Pero las contradicciones capitalistas hace que el ajuste pueda encontrar límites objetivos y subjetivos. Los primeros están dados por el sostenimiento de la vida material. Sin embargo, esto no se traduce automáticamente en luchas ya que hay elementos subjetivos que pueden funcionar como retardantes en procesos de lucha. Pero, ¿qué tan gruesa es la línea que separa lo objetivo de lo subjetivo en el marco de este ajuste?
¿Una epidemia de huelgas pidiendo aumentos de salarios?
El sostenimiento en el tiempo del superávit fiscal a fuerza de recortes que impiden el normal funcionamiento de instituciones claves de la sociedad y la desaceleración de la inflación por medio de una baja en el consumo necesita que los trabajadores y trabajadoras no luchen contra el empeoramiento de su vida material. Entonces, cabe la pregunta, ¿cuál es el límite social de las cuentas equilibradas a fuerza de un ajuste?
La necesidad que tiene el gobierno de que le cierren los números por medio del ajuste se puede chocar con una realidad objetiva: el conflicto social a partir de pedidos de aumento salarial. La forma que tenemos los trabajadores organizados de manifestar nuestro descontento es por medio de las huelgas. En estas semanas se llevó a cabo un paro en el servicio de transporte de colectivos en el AMBA que se sintió en la calle. De la misma manera se vienen desarrollando los conflictos por el cierre de Télam, los despidos en los organismos estatales, los paros nacionales de docentes producto del ajuste en educación y en otras actividades económicas como en metalúrgicos, docentes universitarios y en algunas empresas de alimentación. En este marco, la CGT convocó al segundo paro nacional contra el gobierno de Javier Milei, pero con varios días de anticipación. En una de esas el gobierno habilita canales de diálogo.
¿Será que la línea que separa las condiciones objetivas y subjetivas se está acortando? ¿Estaremos entrando en un proceso de conflictividad ascendente? ¿Qué sucederá cuando los comunes forcejeos de la economía política pongan en tensión las celebradas cuentas del gobierno?