Por Simon Klemperer. El Mundial es una garcha, si me permiten la expresión, y si no me la permiten también. O, para decirlo en términos políticos, una herramienta para fortalecer el status quo o, en términos económicos, un negocio o, en términos científicos, un crimen.
Los Estados y las empresas se dan la mano, y nosotros, lo miramos por tevé. Somos el lamentable público cautivo de una falsa fiesta. Ni más ni menos lamentable que cuando, día a día, consumimos capitalismo. Ni mas ni menos cautivos que día a día cuando compramos Coca cola, usamos Adidas o watsapeamos con Samsung. Cautivos consumidores de los productores criminales.
La contradicción vive diariamente con nosotros. Para extirparla habría que irse, como mínimo, a vivir solos al mismísimo centro de la nada misma, donde no haya producto industrial alguno, pero no todos queremos hacerlo. Y así, en esa tónica, queremos ver un mundial que no queremos.
Recuerdo hace años el gran Marcos Roitman,sociólogo chileno, decía que nosotros no somos capitalistas por comulgar ideológicamente con el capitalismo, ni por ser unos fachos que amamos el mercado, y queremos ser jefes y millonarios y odiamos a los pobres y a los negros y disfrutamos explotando gente y talando árboles. No. Somos sujetos capitalistas porque estamos sujetados por él y educados en él, y tenemos conductas y hábitos propios del sistema que nos da forma. No sé si era exactamente lo que quería decir Roitman en su momento, y no sé qué es exactamente lo que estoy queriendo decir yo ahora, pero creo que algo así sucede en esta instancia mundialera. El mundial es un compendio de negocios criminales y nosotros, sabiéndolo, sólo queremos sentarnos a tomar birra. Es, digamos, una montaña de mierda que miramos expectantes. Llevamos el capitalismo en la sangre, en el ADN.
La formula del mundial es la de siempre, la misma formula por la cual existe oposición cada vez que un país se propone como candidato a organizar un evento de esta índole. Como sucedió en Madrid cuando los movimientos sociales se opusieron en las calles a la candidatura de las Olimpiadas 2012 (que finalmente ganó Londres, donde se vivieron lamentables hechos represivos, entre ellos el asesinato por parte dela policía, a balazos y en el Subte, de un joven brasilero que parecía árabe sospechado de terrorismo y confirmado, posteriormente, como inocente). Corría 2010 y la sociedad en general se espantaba por estos jóvenes antisitema que no querían que el país creciera. Anarcos en contra de la modernidad. Sin embargo, la alevosía del negocio es cada vez más descarada y cada vez menos son los que se espantan y se asombran por las manifestaciones en contra de los grandes eventos.
La fórmula de la que hablamos es la misma de siempre, el Estado pone plata, mucha plata, y las ganancias se las llevan los privados. Es el dos más dos de la estafa estatal. El dos más dos del choreo. Es la consabida formula del retorno. El principal generador de ganancias, como casi siempre, es el negocio inmobiliario, en este caso, la construcción de los estadios. Ese negocio, junto con las ganancias de las marcas y las transmisiones, son la base de la existencia y del poder de la FIFA sobre el mundo. El gobierno brasilero dejó su mandato en suspensión para delegárselo temporalmente a la FIFA. Y Dilma, ciudadana ejemplar del mundo FIFA, en el palco de honor, sonríe sin parar y festeja los goles como loca.
En Brasil se construyeron varios estadios de los cuales, muchos de los cuales, al igual que en Sudáfrica, no serán utilizados nunca más y costará sin embargo, varios millones de dolares su manutención. El Estado brasilero puso algo así como 3.500 millones de dólares para la construcción de los mismos, pero no genera un peso de ganancia. La ganancia se la lleva la empresa constructora, misma que a fin de ahorrarse unos mangos construyó a toda velocidad y sin las condiciones de seguridad necesarias para los trabajadores, razón por la cual ya murieron, en este feliz transcurso de creación edilicia, nueve trabajadores. Sólo por esas nueve vidas menos debería suspenderse este Mundial y hacer explotar cada uno de esos estadios. El Estado brasilero ya gastó el doble de lo que se gastó, sumados, en Sudáfrica 2010 y Alemania 2014. ¡Aguante el progresismo brasilero!
Además del negocio inmobiliario, el Mundial es una excusa maravillosa para desactivar movimientos sociales, criminalizarlos y encarcelarlos. Al mismo tiempo se urbanizan zonas marginales expulsando a sus habitantes, a lo que le llaman relocalizar. Aguanten los eufemismos. El Mundial le da la fortaleza contextual al Estado brasileño para aumentarle el sueldo a la policía, contratar mayor vigilancia, aumentar el presupuesto en Defensa (pero no de los defensores de la selección precisamente), incrementar las fuerzas de seguridad en cada uno de los lugares conflictivos para poder así pacificar dichas zonas. Y que vivan los eufemismos, carajo. Orden y progreso. El Mundial dota al gobierno de la legitimidad para reprimir de formas extremas que no serían justificables en otros contextos.
El Mundial es, finalmente, una herramienta para la construcción de la marca país. Brasil, como Argentina 78 se muestra al mundo como país pujante y moderno. Le gustaría, además, demostrar que son “derechos y humanos”, pero muy bien no les está saliendo porque a la gente la están cagando a palos en al calle y también se ve por la tele, entre partido y partido. Además, el progresismo nos quiere convencer de que genera turismo, recursos económicos y bienestar social.
Brasil está más militarizado que nunca. Si los once brazucas ganan, tal vez, y solo tal vez, los ánimos sean festivos, pero si brasil pierde, agarrate catalina.
El Mundial es una garcha y remueve neuronas. El mundial es un crimen y nosotros, los futboleros, hace meses que estamos ansiosos por su inicio. Sabemos de qué se trata y aun así lo único que queremos es sentarnos con los amigotes a ver los partidos con birra en mano y olvidarnos por un rato largo de todas las miserias de nuestras vidas y del resto de las vidas también. Y así, sabiendo que fiesta no lo es tanto, sino todo lo contrario, queremos que empiece de una vez y si en vez de durar un mes dura siete meses, aun mejor, y si en vez de ser cada cuatro años es cada dos, mejor aun.
El mundial genera en nosotros la mayor contradicción posible.
Y ahora, ¡¡¡la inauguración!!! Correr sin pelota y mostrar bailes regionales. Viva el mundo y sus países, viva el mundo unido con sus países y sus banderas y sus estados todos represores y todos candidatos a ser sedes de nuevos mundiales y nuevas olimpiadas para hacer nuevos negocios y nuevos crímenes en nombre de la modernidad y la integración mundial y volver así a hacer nuevas inauguraciones con centenares de extras bailando en la cancha sin pelota y exponiendo orgullosos sus cantos regionales y sus pintorescos trajes típicos al mundo, esos trajes típicos y tan lindos de los negros y los indios masacrados históricamente por los mismos Estados que quieren ser sedes de mundiales criminales y que han sido los mismos que han masacrado a los pueblos que ahora exponen sus lindos y pintorescos atuendos originarios.
El primer día del Mundial ganó el capitalismo por duplicado. Desde nuestra sangre por donde corre rutinaria y desde la zarpada coima que recibió el arbitro oriental para cobrar un penal que no fue. Otra que el Independiente y el gol anulado a Huracán. Donde hay plata… Y el arquero croata casi ataja el penal. Y si lo atajaba, esos dedos habrían sido los deditos vengadores de tanta coima y habrían sido más poderosos que todo el capitalismo universal, pero no lo hizo. Pero quizás, quien nos dice, en algún momento, algún ser humano con sus dedos de los pies haga lo que no pudo el croata con los de los pies. Y tal vez, algún ser humano o algún equipo, sin la ayuda de la mafia, pueda alterar lo que ya estaba arreglado de antemano, y que gane algún equipo chico, alguna Colombia, alguna Costa de Marfil. Por ahora, esto es una farsa. Sucedió lo imaginable, Brasil ganó, mezquino como siempre y tocado por la varita mágica de la mano negra.
Hoy, no hay nada que festejar. Tal vez mañana lo haya.