El próximo domingo habrá elecciones generales en España. Frente a la fragmentación de las izquierdas, la desmovilización y el abstencionismo en las elecciones locales, la coalición de derecha entre el Partido Popular y el Partido ultraderechista de Vox se posiciona como favorita en la contienda electoral.
Por María García Yeregui
España está inmersa también en campaña electoral: la antesala al tórrido adelanto electoral que decidió el presidente del gobierno y candidato Pedro Sánchez. Fue un movimiento táctico inmediato, tras los resultados de las elecciones territoriales del 28 de mayo, con el objetivo de activar voto útil hacia el PSOE, además de acelerar la necesaria unificación del espacio político a su izquierda en Sumar, plataforma presidida por Yolanda Díaz (ministra de trabajo y vicepresidenta segunda). Una jugada rápida pensada para romper la tendencia abstencionista de los sectores progresistas de la sociedad, al coincidir las semanas de pre-campaña con los numerosos pactos de gobierno firmados entre el PP de Núñez Feijoó y el Vox de Santiago Abascal. Se trató, en definitiva, del intento de activación de unos sectores que se encuentran desmovilizados, en contraposición a un electorado de derechas -de voto tradicional mucho más fidelizado- que se encuentra muy movilizado. Lo está contra la imagen, construida en estos años, del “gobierno social-comunista”, “filo-terrorista y bolivariano”, a un tiempo “totalitario y anárquico”. Unas derechas sociológicas llamadas por sus líderes a acabar con “la presidencia ilegítima” de “un tirano”, “el okupa de La Moncloa”, a “derogar el sanchismo” según declaraciones de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que volvió a reeditar su mandato con mayoría absoluta el pasado mes de mayo.
Lo cierto es que con una identidad nacionalista excluyente, patrimonializadora del país, el españolismo derechista cuenta de nuevo en la historia con un discurso potente que incorpora la identificación de “los enemigos de España”. Resucitaron, en los años de pandemia que doparon el discurso y la figura de personajes como Ayuso, el viejo concepto franquista de ‘la anti-España’, con sus caricaturas demonizadoras actualizadas. Una resurrección, con fuerza de época, que ha sido incorporada a las percepciones de una parte de las generaciones nacidas después de los 70s, acompañadas por la sedimentación del conocido como ‘franquismo sociológico’. Una herencia que durante las dos últimas décadas ha sido realimentada con inversiones de capital puesto en circulación ideológica a través de un cuantioso despliegue de medios de comunicación y editoriales.
El adelanto electoral pretende, por tanto, la movilización del bloque progresista hacia el PSOE -un voto más rentable en el número de diputados y, por ello, llamado “útil”- como respuesta frente al acceso de los negacionistas de la violencia de género a puestos de poder institucional. Ya lo hemos visto durante las muestras públicas con los seis casos de las mujeres que fueron asesinadas por violencia machista la primera semana de campaña. Han llegado a ayuntamientos (intendencias), gobiernos autonómicos -con carteras de educación, cultura o medio ambiente- y a presidencias de cortes autonómicas -las comunidades autónomas con equivalentes a las provincias en la división territorial argentina- los autores de las declaraciones que durante la semana del orgullo LGTBIQ+ compararon la diversidad y libertad sexual con la pederastia, sin olvidar las primeras censuras en teatros a obras de autores como Lope de Vega o Virginia Woolf.
En definitiva, la decisión de Sánchez al disolver las cámaras medio año antes del fin ordinario de la legislatura, al día siguiente de los malos resultados de las elecciones regionales para la progresía y la izquierda dividida, convocando unas elecciones generales en mitad del periodo estival vacacional del país, tuvo como prioridad movilizar el voto de contención frente a la entrada de la extrema derecha junto ‘al extremo centro’ (a lo Trump y Bolsonaro) en el poder institucional más cercano al ciudadano y el que tiene las competencias de la sanidad y la educación pública del país. Ha ocurrido en unas elecciones locales en las que el giro reaccionario, consolidado con el impacto pandémico -después de su activación tras la llegada al ejecutivo del primer gobierno de coalición con fuerzas de izquierda como Unidas Podemos desde la II República, la moción de censura de Pedro Sánchez al gobierno del PP en 2018 y el procés independentista catalán- ha cristalizado en un amplio poder territorial para la coalición gubernamental PP-Vox.
Las elecciones a las Cortes generales de las que saldrá el gobierno central de España serán el próximo domingo 23 de julio. El mismo mes de julio en el que el país comienza sus seis meses de presidencia del Consejo de la Unión Europea. Un semestre que continúa con el telón de fondo de las subidas de tipos de interés del Banco Central ante la inflación continental y el anuncio del fin del giro keynesiano coyuntural que permitió afrontar la pandemia. Una segunda mitad del año que continúa marcada en el viejo continente por el contexto bélico, con una Alemania en recesión y con la extrema derecha llegando a gobiernos, junto a las derechas tradicionales, en diferentes puntos de Europa.
El caso más reciente ha sido el de una Finlandia que pretende abandonar su neutralidad histórica y quiere ingresar en la OTAN. Lo mismo que Suecia, cuyo cambio histórico en sus doscientos años de neutralidad se discutió en la cumbre atlantista de Lituania. El gobierno sueco es también el resultado de un pacto entre los conservadores y la extrema derecha, que apoya al Ejecutivo desde fuera. Así comenzó la trayectoria ascendente de Vox en España a partir de 2018, cuando firmaron por primera vez un pacto con un gobierno del PP en el sur. Aquel año, el llamado ‘trifachito’ en Andalucía se concretó con el apoyo de Vox -mediante un acuerdo de medidas a cambio de fidelidad parlamentaria- a un gobierno de coalición integrado por la segunda y la tercera fuerza más votadas en la región -el Partido Popular y Ciudadanos, respectivamente-, cuando el bloque de las derechas españolistas estaba dividido en tres partidos, lo que a nivel estatal frenaba su acceso a La Moncloa. Pues bien, el año pasado el PP andaluz consiguió mayoría absoluta con la desaparición de Ciudadanos, y se evidenció que Vox no conseguía capitalizar el corrimiento del marco a la derecha que se ha producido. No tradujeron en suficiente número de votos las expectativas que esperaban para su “reconquista”.
De hecho, contabilizando la serie histórica del bloque en número de votos a lo largo de las diversas elecciones consecutivas, podemos ver la tendencia de una hipótesis firme: el techo de Vox en votos, como tercera fuerza parlamentaria del país, fue alcanzado en la repetición electoral del 10 de noviembre del 2019, tras la que pudo acordarse el gobierno de coalición progresista del PSOE y Unidas Podemos. Hablamos de un techo de 3,6 millones de votos que no alcanzarán este domingo, pese a haber conseguido progresivamente poder territorial dentro de sucesivas coaliciones de gobierno. En 2021 en Murcia por la puerta de atrás, en 2022 en Castilla y León con un pacto de coalición en toda regla, y este Mayo como nunca antes, evidenciando lo que quien mire de frente la naturaleza y comportamiento histórico de la derecha española sabía con certeza desde el principio: el PP pactará siempre con Vox para llegar al gobierno.
La desaparición de Ciudadanos es clave para entender la situación en el sistema parlamentario español. La nueva división del bloque de las derechas españolistas en dos partidos, junto con la penalización del sistema electoral a la división de las izquierdas y su desmovilización, fue lo que realmente caracterizó los resultados de las elecciones municipales de Mayo en el acceso a poder político institucional de la llamada ola conservadora. En definitiva, con la recuperación del PP en estos años de populismo “trumpista” marcando agenda, junto al fin de Ciudadanos, Vox está cerca -obteniendo menos votos que a finales de 2019- de llegar a La Moncloa de la mano del partido del que se escindió, el Partido Popular.
El modelo que se juega España el domingo es el del gobierno de coalición finlandés, en el que la derecha tradicional ha pactado el gobierno con la extrema derecha y ésta ha entrado en el Ejecutivo. Recordemos, no obstante, que el giro sueco a la derecha tuvo lugar en las elecciones del año pasado. El mismo año en el que, cumpliéndose cien años de la Marcha sobre Roma del fascio de Benito Mussolini, los posfascistas de Fratelli d’Italia, con Giorgia Meloni a la cabeza, llegaban al gobierno italiano en otra coalición entre las extremas derechas neofascistas y la derecha berlusconiana de Forza Italia, aquella que nació en la crisis del sistema político italiano de posguerra, durante los 90s.
En el caso español, la crisis del sistema bipartidista comenzó tras el crack de 2008, con posiciones contestatarias frente a las políticas de ajuste. Como en Francia o en Grecia, la impugnación era desde abajo y a la izquierda. Los helenos llegaron mucho más lejos, sin embargo fue también en Mayo cuando se confirmó el cambio de ciclo histórico en el país mediterráneo, tras la derrota del pulso de aquellos años, la década pasada. En España, el eje nacionalista activó el viraje a la derecha y el giro reaccionario que está también presente en las propias instituciones y poderes del Estado, como evidencian numerosos hechos de los que, a modo de ejemplo, elegimos algunos: 1) el PP se ha negado durante 5 años, desde que perdieron el Ejecutivo, a cumplir la Constitución española en la renovación del Consejo General del Poder Judicial -el órgano de gobierno de los jueces- para no ajustar la institución a los resultados de la soberanía popular de hasta dos elecciones generales en 2019, y el poder judicial ha sido cómplice durante toda la legislatura en contra de la legalidad; 2) el Tribunal Constitucional evidenció la clase de juristas integrantes de la mayoría conservadora que lo regía -su fidelidad a la representación partidaria de su ideología, la cual estaba implementando estrategias duras contra la estabilidad del gobierno de coalición- a través de la declaración, en 2021, de la inconstitucionalidad de los Estados de Alarma decretados y ratificados por mayoría del Congreso cada 15 días, para contener la expansión del Covid en el primer semestre de 2020, es decir, el Tribunal Constitucional estuvo rozando el lawfare; 3) el descubrimiento de la puesta en funcionamiento de una ‘Policía Patriótica’ contra ‘enemigos políticos’ -desaparecida en la campaña y en los medios- con la implicación del ministerio del Interior durante el último gobierno del PP. Estos son sólo algunos casos preocupantes en referencia a diferentes poderes estatales, sin mencionar lo ocurrido en el caso de la ley feminista del ‘sólo sí es sí’.
Así pues, las estrategias de restauración de la crisis del sistema de partidos español, articuladas desde diferentes poderes estatales y estructurales, dio paso a un movimiento reaccionario. La crisis del sistema de partidos ha virado a la derecha. Como núcleo, la unidad homogeneizante del país, acompañada por la reacción machista, junto a la familia de inspiración nacional-católica, y el racismo vertebral del discurso anti-inmigración, defensor de “las esencias de la sociedad blanca, occidental y cristiana”, como hemos oído a Le Pen en Francia, Meloni en Italia o Trump en USA. Esa triada viene acompañada por el discurso de seguridad vinculado a la propiedad privada, en un uso del miedo y la frustración, azuzados sin referencias a partir del impacto pandémico, con el brote de la conspiranoia y negacionismos como el climático. Un impacto en apariencia dejado atrás pero que permitió el giro reaccionario del marco a través del uso de un concepto adulterado de ‘libertad’, constituido entre las dicotomías caricaturizadas de la Guerra Fría y la hegemonía de ‘la normalidad neoliberal’. Veremos hasta dónde llegan, en este país ibérico, con su “no mires arriba” fascistoide, cuando no tenemos ni cuerpos ni mentes para pérdidas de derechos y persecuciones administradas, ni tiempo para tanto reaccionario ante la emergencia climática.