Por Leonardo Candiano. A días de un nuevo espectáculo en nuestra capital el 31 de mayo, el cantautor Federico Pecchia charló con Marcha sobre su trayectoria, su paso por Cuba y la preparación de su próximo disco.
Con sus jóvenes 29 años, el cantautor nacido en Garín Federico Pecchia tiene ya dos discos editados de forma independiente –Paisaje interno (2009) y De acordes y flores (2012)- y un tercero en camino, que saldrá en este 2014.
Ganador del Pre-Cosquín en 2010 como “solista instrumental”, tuvo la experiencia de tocar en diferentes ciudades cubanas invitado por el centro Pablo de la Torriente, dedicado a la trova, y de ser uno de los ocho integrantes del proyecto colectivo el Bondi Cultural, liderado por Bruno Arias.
La suya es una música que sintetiza el pulcro estudio de conservatorio y su experiencia en las peñas locales. De evidente raigambre folklórica, transita por una grata heterodoxia que lo lleva por el son, la zamacueca, el bolero y la diversa tradición musical de los pueblos latinoamericanos.
Pecchia es una de las figuras del nuevo folklore argentino, y el sábado 31 de mayo presenta “De acordes y flores con gotitas de otoño” para despedir su segundo disco y comenzar de a poco a dar a conocer el que viene. Será en La Oreja negra -Uriarte 1271, Palermo- a las 21:00 horas.
Antes de eso, se hizo un ratito para charlar con Marcha, y acá te lo mostramos.
Empecemos por el show del 31. ¿Con qué se va a encontrar el público en tu próximo espectáculo?
Es una especie de despedida oficial de mi segundo disco y bienvenida del nuevo que ya se está gestando, que calculo que para septiembre lo vamos a estar sacando. Estaremos adelantando varios temas del disco que viene.
Vamos a tocar con la banda con la que trabajé todo el año pasado más un baterista que está volviendo a tocar con nosotros, que es Juanjo Bravo. El bajista es Martín Koiffman y el tecladista Joaquín Peduzzi. Mariano Luraschi va a estar en vientos en algunos temas, y va a haber invitados también.
De acordes y flores es un disco que sacaste hace poco pero con el que ya tuviste un largo recorrido, merecía una despedida oficial…
Sí, fue un disco con el que recorrí mucho. La historia de este disco arrancó en Cuba, lo presenté en el Centro Pablo de la Torriente, que está dedicado a la trova. Es un centro que auspicia Silvio Rodríguez con el apoyo de María Santucho y Víctor Casaus. Ahí lo adelanté, en unos conciertos que se llaman A guitarra limpia. Se trata de un proyecto que les permite a los músicos de allá tener su primer disco de manera independiente. Lo que se hace es un recital, se graba en vivo con un sonidista multipremiado que hace discos impresionantes, y así a todos los pibes de Cuba se les da la posibilidad de tener un disco propio en la mano auspiciado por el Centro Pablo. Silvio pone parte de sus ingresos para financiar todo esto. Ahí me invitaron y presenté De acordes y flores, yo solo con la guitarra. Fue una gran experiencia musical y personal.
Después en diciembre de 2012 lo presentamos con mi grupo en el Teatro Seminari, que es el teatro local de Escobar, que es de donde soy. El año pasado lo presentamos en el Teatro del Viejo Mercado en la capital, y estuvimos por Rosario, La Plata, Tucumán, Santa Fe… fue un disco que nos dio mucha satisfacción y que pudimos poner en consideración de mucha gente.
¿Cómo viste la trova en la Cuba de hoy?
Mirá, a mí me tocó hacer giras en relación con la trova, así que conocí a trovadores de muchos lados. Está mucho más rockera la trova hoy. Igualmente, siguen teniendo un cuidado de la prosa, de la calidad estética de la poesía, que es mucho mayor que, por ejemplo, la de acá u otros lugares. En ese sentido, no se olvidaron que existió un Silvio Rodríguez, o un Matamoros. A la trova la ví bien, en movimiento.
Tenés dos discos y el tercero en puerta. ¿Qué cambios notás en tu música desde tus comienzos a hoy?
Cuando arranqué tocaba más tango y folklore puros, a nivel estilístico, porque era más intérprete que otra cosa. Pero cuando empecé a componer ya desde el primer disco todo era muy fusión. Si bien hice clásicos -están el Cuchi y Piazzola, por ejemplo-, en mis composiciones hay muchas canciones que no podría decirte qué ritmo son, y eso es intencional. Hay una idea concreta de que los géneros que yo hago no tengan nombre y apellido. Hay canciones que oscilan entre un son cubano y un candombe, hay mucha convergencia de ritmos. Para mí la música latinoamericana es una sola, yo lo siento así, entre esa convergencia del africano cuando vino, el occidental y el nativo. Esas tres patas están en todo, en un vals o un festejo peruano, en una zamacueca, en todo. Entonces, capaz que una canción mía arranca como un vals peruano y termina por una zamacueca, pasando por una cueca de las nuestras. Eso es así porque al componer trato de ser totalmente intuitivo, y que la música esté en función de la letra, de lo que quiero comunicar.
Intuitivo pero con mucha formación detrás, estudiaste en un conservatorio, sos profesor de música, hay mucho conocimiento técnico puesto ahí…
Siempre es intuitivo el acercamiento a componer, pero cuanto uno más información y conocimiento tiene de la música, más libertad logra para entregarse a esa intuición. En mi caso, sí, hice una carrera en un conservatorio de música clásica, estudié a Bach, a Beethoven, a todos los clásicos, y en la guitarra estoy agradecido a la técnica del instrumento que me dio el conservatorio, pero también tuve que zafar de la parte viciosa, elitista, que tienen esos lugares, de tocar determinadas obras, en el sentido de medir capacidades. Yo de eso siempre me escapé. Hoy con la guitarra, como con la voz, la herramienta es la técnica, después uno tiene que despegar de ese piso. Pero ese piso tiene que estar sólido, desde ahí sí se puede improvisar, componer.
Hay mucho de instrumental en tu obra, ¿te sentís más cómodo vos sólo con la guitarra o como cantor?
Cada vez siento más que es una sola cosa. La guitarra para mí es como una extensión de mi cuerpo, por todo lo que he estudiado. Y la voz está ya dentro de uno. Uno lo que tiene que trabajar es que eso sea una cosa integral, y que la gente pueda sentir esa fluidez.
Yo tengo 29 años, empecé a los 19 siendo docente y hoy tengo muchas actividades y una militancia cultural en la sociedad que me fue configurando la forma de pensar, entonces necesité comunicar eso. Además, viví 2 años en Buenos Aires, vi cosas muy injustas y sentí la necesidad de volcar eso en letras, por ejemplo, en “Madres del Paco” y en “Caja Sonora”, dos temas de mi segundo disco.
El pasar de tocar solo la guitarra a cantar se dio por la necesidad de contar cosas que se ignoran mucho hoy día. Necesité en un momento pasar del terreno abstracto de la música, de la guitarra, de los sonidos, a querer comunicar cosas del terreno de la palabra. El Paco es una droga mutiladora de la sociedad, tengas la camiseta que tengas, y todavía hay hambre, y a eso hay que cantarle hoy, sin dejar de respetar el legado y sentir que es una bendición vivir en un país donde escribieron Yupanqui, Lima Quintana, Tejada Gómez, Castilla… pero hay que plantarse cada uno con lo suyo también, sin dejar de validar ese legado.
¿Cómo elegís el repertorio para tus discos?
Cada disco es un caso aparte. La identidad se la da el hecho de que uno, en esos ocho o nueve meses que dura la preparación, está en un estado de ánimo parecido, y eso se nota en la música. El primer disco fue parar hasta ahí. Me pregunté, ¿yo qué hice en mi carrera? Toqué sólo la viola, toqué con amigos, improvisé, conocí a Ricardo Vilca, e hice un collage de eso. En ese collage hubo dos temas con Juan Falú, uno con Lucho González, artistas que había ido conociendo en mi camino, con los músicos de Vilca hicimos otros temas. Y mis temas propios los preparé en trío.
El segundo, en cambio, ya nació con la idea de generar un concepto, De acordes y flores. Todos los temas nombran lo florecido, la flor. Nuevamente, la intención y el sin querer, porque hasta “Madres del Paco” habla de la droga como “una sustancia oscura de muerte en flor”. El germinar, el florecer, la siembra, están siempre. Y en lo estético también busqué una unidad, traté que haya una coherencia en todos los temas para que puedan convivir.
Ahora con el tercero me pasó que fui viviendo cosas, participo en campañas, por ejemplo, contra la deforestación, la campaña 30.000 árboles por la memoria, y en otra contra la violencia de género, que se llama “Únete”. Todo eso me permitió acercarme a nuevas realidades. Me encuentro tocando un tema frente a una hija o nieta de desaparecidos que está plantando un árbol, sembrando vida para conmemorar a su persona desaparecida. De ahí salió “Chacarera del árbol”.
¿Cómo se dio el articular tu trabajo con las campañas que mencionás?
En lo de violencia de género me incorporé a partir de mi gira por Cuba. Ahí Malena Muyala, una artista uruguaya, me invitó a tocar con ella y me comentó de la campaña, porque forma parte desde hace un tiempo como representante del Uruguay. Ahí conocí de qué se trataba, y luego me convocaron desde “Únete” para que contribuya desde mi obra. La campaña de los 30.000 se dio porque hace un tiempo que vengo trabajando con Desarrollo Social de la Nación. También por mi militancia de trabajar en talleres y orquestas en lugares desfavorecidos. Ellos me fueron a ver trabajar en Escobar y les pareció que nuestra propuesta estaba bien, que trabajábamos desde un lugar de mucha conexión con los chicos, y a partir de ahí me convocaron a diversas actividades. La coronación de esto se dio el año pasado, cuando pude tocar con Teresa Parodi y Nahuel Pennisi en la inauguración de los Juegos Para-panamericanos que se hicieron por primera vez en Argentina. Yo compuse el himno de esos juegos, que se llama “Con alas de cristal”.
Nombraste a Vilca, ¿cómo fue tu experiencia de trabajo con él?
Fue revelador. Nunca trabajé oficialmente con Ricardo. Lo que pasó fue que la primera vez que fui a Jujuy me colé a tocar con unos chicos en un restaurante chiquito de allá, en un intervalo estaban tocando un tema y no terminaban de sacarlo y yo lo sabía, así que me acerqué y toqué con ellos. Después me invitaron a que nos juntemos al otro día a las 8 de la noche, que me iban a llevar a un lugar, y caímos en la Peña del Caminante, que es el lugar donde vivía Ricardo. Me lo presentan y a partir de ahí surgió con él una conexión hermosa. En mi caso fue como pasar de sentir que en la música la precisión y lo técnico eran lo sustancial, a darme cuenta que lo sustancial no era eso, que había un contenido anterior, espiritual, que era la música, y lo otro solamente el vehículo. Ese pasaje lo hice con Ricardo, tocando ahí, en ese viaje y en muchos otros viajes que hice a Jujuy. La quebrada en general fue una revelación para mí. Fue un momento de conexión muy fuerte que hasta hoy me contiene cuando me voy un poco de mi eje.
Siendo vos un compositor de nuestra música popular actual, con mezclas de géneros y sonidos, ¿qué es para vos hoy el folklore? ¿Cómo es producir esta clase de música en el presente?
Decir qué es el folklore para mí sería un acto de soberbia gigantesco, no me siento capacitado para eso. Sí puedo aproximarme, jugar. Me parece que el folklore es una convergencia de todo lo que pasa en un momento de la sociedad, y que va teniendo el movimiento típico de la sociedad. Es algo que está conectado a lo social y a los movimientos sociales de cada época.
Si bien estamos de a poquito despegando del neoliberalismo, en muchas cosas eso aún nos abruma. Ha hecho destrozos. Yo soy un altruista en tratar de que la poesía tenga el mayor cuidado posible, pero también para eso se necesita que la gente se detenga de otra forma a escucharla. Los tiempos demandan que los mensajes sean más directos, y eso atenta contra el folklore. El sistema va en detrimento de la poesía que promulgaron Yupanqui, Castilla, Valladares, porque el tiempo está agitado, estamos todo el día corriendo para llegar a fin de mes o comprarnos el próximo LED. En ese contexto, escuchar una poesía en la que te tenés que detener, cerrar los ojos y pensar qué me quiso decir el que la escribió con tal metáfora, se hace difícil.
El folklore está sufriendo con lo comercial. Para mí tiene que haber un equilibrio, un poco uno se adapta a los nuevos tiempos porque quiere llegar al público, pero tiene que haber resistencia también. No hay que abandonar la historia del folklore. No podemos pasar a hacer todo de manera simplista, poesía y música, porque la gente labura nueve horas por día y en teoría no tiene tiempo de registrar un tema 3 minutos seguidos. Lo mismo al interpretar un arreglo o un cambio de un ritmo a otro. Así y todo, me parece que hay que intentarlo, y que la calidad es calidad y va a durar. A la gente un mensaje profundo siempre le va a llegar, aunque le quemen la cabeza todos los días. Me parece que cuando uno se sienta con un lapicito a escribir, o en una computadora, no tiene que olvidarse que en esta misma tierra existió Yupanqui, que existió Castilla.