Por Manuela Álvarez Buccolini*. Aunque en el mundo actual el sistema médico hegemónico tiende a mantener el control del parto, de a poco se levantan voces en torno a la recuperación por parte de la mujer de este fenómeno único en nuestras vidas.
Como término “de moda” utilizado en diversos ámbitos, no hace mucho que se escucha. Pero como acción, las mujeres llevamos el empoderamiento en la sangre porque es un proceso, a la vez que un resultado. Es la luz al final del camino pero también es el camino. Recuerdo por ejemplo, las primeras veces que tuve que cocinarme para mí sola, en una pensión llena de mujeres que no conocía, en una ciudad totalmente desconocida y enorme, lejos de mi casa. No fue lo que yo esperaba, no era seguir una receta y disfrutar de los olores de los ingredientes entremezclándose.
Antes que eso, era lidiar con que no se pegara el revuelto de cosas puestas casi al azar en la olla. Y después, hacerse un lugarcito en el sillón del comedor, plato y tenedor en mano. El sentimiento de satisfacción de saberme responsable de lo que hacía y de lo que no; eso, era empoderamiento.
Y también en ese mismo proceso aprendí a valerme por mí misma acompañada, pude reconocer el valor de rodearse de personas que pasan por lo mismo, y empoderarse juntas. Como ha dicho Isabel Allende, “juntas somos muy fuertes y florecemos”.
Aunque es cierto que para serle fiel al diccionario o al uso que tiene en estos tiempos esta palabra, el empoderamiento tiene que ver (también) con otra cosa. Se trata de un proceso mediante el cual una persona o un grupo de personas oprimidas en sus derechos, recuperan el control de su propia vida.
Podemos buscar a lo largo de la historia, luchas concretas que las mujeres como colectivo vulnerado han librado y los derechos que han conseguido gracias a estas luchas: el acceso a la educación superior, el derecho al voto, al trabajo remunerado, las píldoras anticonceptivas fueron un hito de empoderamiento femenino, la ley de cupo, y más. Y aunque todavía quedan algunas batallas, las mujeres hemos ido tomando conciencia de nuestros derechos, y hemos luchado por ellos. Se trata de una toma de poder no sobre otros u otras, sino sobre una misma. No es un poder opresor, sino uno liberador.
Buscando significados y usos más concretos del término, pude encontrar que para algunos, la filosofía del empoderamiento tiene su origen en la educación popular de Paulo Freire, y se lo identifica como “un proceso por medio del cual las mujeres incrementan su capacidad de configurar sus propias vidas y su entorno, una evolución en la concientización de las mujeres sobre sí mismas, en sus estatus y en su eficacia en las interacciones sociales”.
En el sitio mujeresenred.net consideran empoderamiento “la toma de conciencia del poder que individual y colectivamente ostentan las mujeres y que tiene que ver con la recuperación de la propia dignidad de las mujeres como personas”. Para la agrupación Tunen, “desde su enfoque feminista, el empoderamiento de las mujeres incluye tanto el cambio individual como la acción colectiva, e implica la alteración radical de los procesos y estructuras que reproducen la posición subordinada de las mujeres como género”.
Por último -aunque el material no se agota aquí-, en un artículo publicado en movimientosdegenero.com se recuerda que el término fue acuñado en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Beijing en 1995, para referirse al aumento de la participación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones y acceso al poder. Por lo tanto, dice la autora del artículo, “este concepto hace referencia a la capacitación para la emancipación que adquieren las mujeres ante su propia vida, junto al poder colectivo que les dota de estrategias para producir cambios socioculturales”.
Sea en el ámbito que fuere; económico, laboral, político, social, los puntos en común nos llevan a pensar en mujeres informadas, conscientes de su poder, con pleno control de sus decisiones ya sea individual o colectivamente. Y por detrás de estas cuestiones, un sentimiento de satisfacción, de elevada autoestima al romper las cadenas del sometimiento.
Y volviendo al comienzo de esta nota, cuando pensaba en qué momentos me había sentido empoderada, no puedo dejar de mencionar mis experiencias de parto. Sin duda alguna han sido dos momentos en mi vida en los que me sentí plenamente poderosa y femenina, y el sentimiento de satisfacción de haber parido a mis hijos no se compara con ningún otro.
Aunque en el mundo actual el sistema médico hegemónico tiende a mantener el control de este fenómeno único en nuestras vidas, de a poco se levantan voces y se escuchan debates en torno a la recuperación por parte de la mujer del control del proceso de parto. Indudablemente para que esto sea posible es necesario que las mujeres se informen suficiente y adecuadamente, pregunten, se saquen dudas y miedos y tomen conciencia de que es un proceso íntimo, personal, natural y gratificante, que forma parte de su ciclo sexual femenino, y nadie tiene derecho a robárselo.
Frédérick Leboyer -médico obstetra y escritor francés, autor de “Por un nacimiento sin violencia”, entre otros títulos-, escribe: “¿Quién puede comer por ti? Nadie, es obvio. ¿Quién puede dormir por ti? Nadie, otra vez. ¿Y quién puede parir en tu lugar? Nadie. Realmente nadie más que tu. Tú y solamente tú. En el momento en el que puedas interiorizar este concepto fundamental resolverás cada uno de tus problemas y dejarás de buscar a una persona o un lugar para dar a luz. Entenderás entonces que hay una sola cosa que hacer: quedarte cerca de ti misma”. Porque el parto, también es una cuestión de poder.
*Licenciada en Ciencias Sociales y Humanidades.Activista por un Parto Respetado