Por Fernando Palazzolo. El sábado 3 de mayo se realizó la 16º Marcha Mundial de la Marihuana. En Argentina se extendió a más de 20 ciudades y juntó alrededor de 200 mil manifestantes. La experiencia platense desde la mirada de la Agrupación Cannábica La Plata -ACALP-.
“Es la ciudad en la que estás, en la que cultivas, en la que siempre caminas perseguido si te queres fumar un porro en la calle”, dicen desde la ACALP, formada en 2009 con la idea de motorizar el evento en la ciudad de las diagonales. El fenómeno de las drogas ilegales y, particularmente, la relación de cada sociedad con la planta de cannabis, tiene características particulares en cada hemisferio, en cada país, en cada territorio. Por eso es importante, explican, marchar en la ciudad que se habita.
En La Plata la marcha se realiza desde 2009, con el objetivo de darle visibilidad al reclamo “¡Cannabis libre ya!”, y con una fuerte impronta local, sabiendo que en cada ciudad y en cada provincia la relación entre fuerzas de seguridad, sistema sanitario, usuarios y transas tiene un carácter particular. Este año por primera vez los organizadores decidieron concentrar y marchar en el centro de la ciudad, y la plaza San Martín fue el lugar del encuentro.
Aunque varios de los miembros de la ACALP marcharon en Buenos Aires desde 2006 -primer año que se realizó la marcha en el país-, en 2009 decidieron formar la agrupación con un primer objetivo claro: movilizar la marcha en La Plata. La marcha es un momento para manifestarse y también para poner en práctica ese acto todavía ilegal haciéndolo público y legitimándolo en el colectivo. Una marcha que es un acto político, como remarcan periódicamente los miembros de ACALP en sus reuniones: “La agrupación es apartidaria pero no apolítica, aunque muchas veces la política sea una mala palabra dentro de algunas agrupaciones cannábicas”. Política fue la decisión de discutir una consigna y de cambiar el recorrido de la marcha, que hasta el año pasado concentraba en la plaza Moreno y terminaba en el Paseo del Bosque, fuera del campo de visión de los platenses. Esta vez se buscó hacer visibles los reclamos iniciando y culminando el recorrido en la plaza San Martín, escenario tradicional de las movilizaciones políticas, sociales y culturales en la ciudad.
Los organizadores informaron que este año se movilizaron 200 mil personas en todo el país, y 150 mil sólo en Buenos Aires. “Está buenísimo que cada vez se sume más gente, pero la singularidad de lo local puede perderse en la masividad de la marcha de Buenos Aires”, cuentan en la ACALP. Al ser una movilización relativamente pequeña en comparación a la de Buenos Aires, se puede reforzar la impronta de una acción política con un reclamo concreto: terminar con la criminalización, estigmatización y persecución de usuarios y cultivadores de cannabis. Eso permite que la marcha en La Plata no sea solo una excusa para ir a fumarse otro porro a la plaza. En este sentido desde la agrupación desalientan el uso de alcohol y promueven marchar con alegría y tranquilidad, aprovechando la oportunidad para comunicar a los vecinos de La Plata el sentido de la acción y los objetivos y actividades de la agrupación.
Por fuera de sus reuniones, actividades y eventos la ACALP se organiza, informa e intenta visibilizarse a través de las redes sociales, pero saben que solo llegan a sectores de clase media, sobre todo jóvenes. “En la calle lo que te pasa es que por ahí viene una persona grande y te dice ‘yo cultivo hace 20 años’. Por eso para mí el activismo hay que llevarlo a la calle, poder llevar propuestas a la calle”.
Activismo para qué
En los últimos años miles de usuarios y cultivadores de cannabis en todo el país han creado organizaciones con distintas lógicas de trabajo y metas, pero compartiendo la necesidad de agruparse para promover el autocultivo, ser solidarios con otros cultivadores, darse contención y asesorarse en caso de sufrir la persecución policial o judicial. La ACALP se autodefine como una asociación plural y multisectorial que tiene como principal objetivo difundir el autocultivo del cannabis, como forma de desalentar el narcotráfico: “En un primer momento muchos empiezan a cultivar para poder tener su porrito, y después se dan cuenta que en realidad están haciendo algo más importante, que se están autoabasteciendo, escapando de un sistema, no siendo partícipes del narcotráfico”. Además organizan actividades de carácter público como talleres, ciclos de cine, catas, fiestas y charlas para la difusión, intercambio y debate en torno a las características de la planta de cannabis, sus usos lúdico, medicinal e industrial.
Este año realizaron el Festival Cannábico en el Paseo del Bosque -al que asistieron alrededor de 1.500 personas- y se encargaron de la gestión de las I Jornadas Itinerantes “CANNAMED” (cannabis medicinal), que también tuvo se versión en la legislatura porteña. Aunque es un punto controversial dentro de la discusión pública sobre las drogas, el uso medicinal del cannabis es uno de los anclajes fundamentales en el desarrollo de la ACALP y de otras agrupaciones cannábicas. Muchas personas se acercan a las agrupaciones para aprender a cultivar y producir aceite cannábico, que viene resultando una alternativa elegida por muchos para el tratamiento del dolor crónico y de numerosas dolencias que son atacadas con tratamientos medicamentosos invasivos. Entonces ya no son solo usuarios reunidos reclamando por un derecho individual, sino que buscan obtener visibilidad como activistas, productores y comunicadores. “Es fundamental que haya un cambio de ley, no solo por los derechos individuales, sino también por el lado de la medicina, y porque se podrían generar un montón de fuentes de laburo legal, porque de otra manera en la ilegalidad a un cultivador experimentado no le queda otra que vender sus flores. Y todavía no estamos hablando del potencial industrial que tiene la planta”.
Otro de los desafíos de la ACALP es problematizar la barrera clasista que impone la normativa sobre drogas. Barrera que también se interpone muchas veces en su propio trabajo, dado que se comunican a través de medios que no llegan a todo el mundo, o generan acciones que incluyen principalmente a quienes tienen los medios y el espacio para cultivar: “La gente de menores recursos es súper estigmatizada por el hecho de fumarse un cigarrillo de marihuana; ni hablar de cultivar, porque no tiene la posibilidad de cultivar”. En efecto, los más afectados por la Ley 23.737 -Tenencia y tráfico de estupefacientes- son aquellos que no tienen un lugar para consumir, o que no pueden cultivar y le siguen comprando marihuana prensada al transa del barrio, que es el más expuesto por abastecer al resto. Sin desconocer la controversia que puede despertar este concepto, afirman: “No hay que estigmatizar a los transas, porque todos empezamos fumando con el transa del barrio, que además es amigo nuestro. A ese pibe hay que enseñarle a cultivar algo de calidad, y así también se combate el narcotráfico”.
Por eso ser activista significa usar cannabis, cultivar, repartir semillas, intercambiar información, comunicar socialmente, entender que la causa no concluirá cuando se garantice el derecho a poseer y usar drogas, sino que este es apenas el primer paso en un conjunto de demandas más amplio: que se garantice el derecho a cultivar y a desarrollar clubes de cultivadores, que se promueva la investigación para el uso medicinal del cannabis, que se garantice el derecho a un tratamiento médico digno para aquel con una relación problemática con las sustancias, que se promuevan programas de reducción de daños donde se incluya al cannabis. Y la lista sigue, pero la discusión sobre sustancias ilegalizadas apenas ha comenzado.