El Indio Solari anunció su retiro de los escenarios. Más de 20 años después de la ruptura de Los Redondos, un recuerdo de una banda que fue mito hasta en los hechos que llevaron a su separación.
Por Juan Boldini
Es el 30 de octubre del año 2001, Maradona está vivo y cumple 41 años. Hace un mes y medio fue el atentado a las Torres Gemelas y en un mes y medio la Argentina será un país en llamas. En un bar de Palermo Viejo, los tres líderes de la banda más convocante del país se reúnen con tres periodistas de la revista de rock La García para promocionar un recital planeado para el 8 de diciembre en el estadio de Unión de Santa Fe. El recital nunca sucederá, y la banda nunca volverá a existir.
Este verano leí el libro La última noche de Patricio Rey (Gourmet Musical, 2021). El libro recoge la última entrevista que Skay, Poli y el Indio dieron juntos, veinte años atrás. Después de leerlo creo haber encontrado la respuesta a la última pregunta de la mitología ricotera: ¿por qué se separaron?
Una noche de cristal que se hace añicos
Hubo un tiempo en que toda la información que circulaba sobre Patricio Rey y sus redonditos de ricota era cercana al mito o a la leyenda de transmisión oral. La banda cultivaba el hermetismo y, al ser independientes, nadie los obligaba a dar notas. La información casi no estaba digitalizada y no había medios como las redes en las que pudiera fluir y multiplicarse. No había libros, sólo alguna entrevista perdida llena de frases crípticas. La poética de la banda también alimentaba el misterio. Entender a qué se refería cada canción ya implicaba muchas conversaciones y nunca había una única respuesta. Ésa es la banda de la que me enamoré.
Más de veinte años después de su separación la situación es muy distinta. Hay al menos diez libros sobre el fenómeno ricotero y todo el que estuvo cerca pareciera tener algo para contar. El mito requiere un poco de oscuridad y, a mi gusto, tanto echar luz sobre los hechos puede terminar rompiendo el objeto de adoración.
Por ejemplo, uno de tantos mitos decía que Patricio Rey era la entidad que surgía cuando todos los integrantes de la banda se reunían a tocar. Hace poco unos refutadores de leyendas descubrieron que hubo una persona a la que se refería el nombre, un artesano de Salta, aparentemente un ser muy particular. Me costó aceptarlo. ¿Cómo cambiar un mito tan potente y poético por una anécdota intrascendente? ¿Por qué los protagonistas cedieron en su hermetismo? En un punto, me siento un niño que quiere seguir creyendo en los reyes magos.
El último de esos mitos fue la separación de la banda. No se sabía nada, ni los motivos, ni las circunstancias. De hecho, tomó estado público mucho tiempo después de que sucediera. El recital de Santa Fe se pospuso por la crisis nacional. Luego se anunció un año sabático. Y finalmente el hasta luego se convirtió en un hasta nunca.
Tic-tac efímero
El libro no es más ni menos que la desgrabación minuciosa de la última cena en la que Poli, Skay y el Indio se autopercibieron amigos. La última encarnación de Patricio Rey. Su duración es la que se corresponde con tres horas y doce minutos de audio grabados en cassettes TDK. Cada tanto, un párrafo queda inconcluso porque se acabó la cinta y los periodistas tardaron en dar vuelta el cassette.
Sabemos que ésa fue la última reunión por las pequeñas infidencias que se fueron filtrando y acrecentando la distancia entre los protagonistas. En una entrevista, en 2009, Skay sugirió que el Indio se había querido adueñar del proyecto. En seguida Solari salió al crucé con un texto que explicaba que el motivo del conflicto había sido la custodia de los videos de los recitales de Racing, Huracán y River. Personalmente nunca me pareció un motivo suficiente para cortar veinticinco años de colaboración.
En dicho texto, el Indio ubica la discusión que dinamitó todo un rato después de la entrevista: “La noche definitiva (un rato antes estábamos en un bar hablando con un cronista sobre un próximo show) me puse firme en mi requerimiento y esa actitud desembocó (ante la negativa) en el rompimiento de la sociedad artística”.
Pasó el tiempo y en 2019 el Indio lanzó sus memorias, Recuerdos que mienten un poco. En un pasaje del libro, Solari cuenta cómo terminó aquella noche. Al parecer, luego del bar fueron hasta la casa de Poli y Skay en Palermo. Allí el Indio sacó el tema de los videos y eso disparó un desencuentro del que nunca volverían.
“Puede que la embriaguez haya tenido que ver, estábamos medio picoteados…” dice Solari. “Lo único que sé es que seguimos gritando hasta que Skay se fue a la mierda, porque no le gustan las situaciones tensas. No recuerdo si al final dije ‘esto se acabó acá‘, pero me subí al coche -el chofer que me esperaba afuera, se había dormido ya- y volví a casa”.
Las despedidas son esos dolores dulces
El libro no satisface el morbo de ver a los tres amigos peleando. Se ríen, conversan. Poli le indica a los periodistas que no incluyan una frase del Indio que puede ser malinterpretada. Se quieren. Como buen registro detallado, está lleno de detalles intrascendentes. Los cuales recién cobran sentido vistos desde el presente.
Para el detective ricotero, las pistas están por todos lados. Está la verborragia avasalladora del Indio. Sus participaciones duran diez veces más que la de sus compañeros de ruta, más breves y lacónicos. Están los pequeños detalles en los que no coinciden. Ya sea respecto de Cuba (a la cual el Indio analiza a fondo sin haberla pisado) o la utilización de los sampler. Hay también revelaciones un poco más sustanciales, el Indio ya no ensaya con la banda. Compone a solas en Luzbola, el estudio que tiene instalado en su casa, luego le pasa los temas a Skay y éste ensaya con el resto de los músicos. Ese día aparentemente le había acercado seis borradores de posibles canciones.
La entrevista cruda, a diferencia de lo que se publicaba en las revistas, no está llena de frases oscuras y profundas. Mérito de los entrevistadores, vemos a tres personas de cincuenta y algo de años hablando por hablar. De la actualidad, del mundial 2002, de la nada. Es como despertarse en medio de la madrugada del seis de enero y encontrarse con tu viejo medio dormido y en calzoncillos vaciando el plato de pasto para los camellos.
No hay peleas, ni discusiones que sacien expectativas sensacionalistas. Sólo no fluyen, están desgastados. El mundo está cambiando de modo irrevocable, la Argentina se acerca a un nuevo precipicio y a ellos se los nota un poco grandes, borrachos y cansados.
En palabras que el Indio pronunció esa noche: “la gente proyecta un montón de cariño, de amor, de virtudes y de cosas de las que uno no puede hacerse cargo”.
Son pájaros de la noche, que oímos cantar y nunca vemos
La respuesta que da el libro a ¿por qué se separaron? es, entonces, maravillosa. Es cotidiana y esquiva como una letra del Indio. Nada en la reunión hace anticipar la tragedia y sin embargo sucede.
Parte de un flashback casual, inesperado y capital. Un testimonio de las horas previas a una discusión que fue trascendente, si bien no lo fueron sus motivos. La entrevista en sí no explica, ni aclara, ni demuestra, sólo deja ver las sombras de lo que ya no está. Para el ricotero amoroso, la lectura ofrece los rastros de una ausencia. Probablemente la banda ya se había terminado, solo que no lo sabían.
Una vez separados sus caminos se bifurcan, confirmando que ya apuntaban hacia horizontes distintos. El Indio produjo una obra solista parecida a la última etapa de los Redondos y se hizo cargo de la masividad abrumadora de su convocatoria. Mientras Skay cultivó el perfil bajo del artista independiente (y no tan masivo) que fuera el sello de los comienzos de la banda. Sus recitales no cierran con Jijiji y, cuando interpreta el mítico tema, ni siquiera canta la letra completa.
En 2002 Skay sacó su primer disco solista y entre tantas cosas dejó una frase (menos beligerante que las posteriores) sobre su relación: “Con el Indio nos debemos, al menos, un par de canciones. Lo que no sé es cuándo, ni cómo, ni dónde”.
En el 2005 el Indio hizo su presentación solista en dos fechas en el estadio Único de La Plata. Yo fui el domingo. Había anunciado un invitado sorpresa y todos esperábamos, como niñxs ingenuos, a Skay. La espera continuó infinitamente hasta diluirse.
Hace unos días el Indio anunció que no se volverá a subir a un escenario. Desde entonces sabemos (con ese horrible nivel de certeza que da el paso del tiempo y la mortalidad) que Patricio Rey no reencarnará.
Siempre tengo a mi lado a mi dios
El documental Las estatuas también mueren (1963, Chris Marker y Alain Resnais), retrata cómo los objetos rituales africanos mueren cuando se convierten en piezas de un museo europeo. Si al mito se le arrebata su posibilidad de dar cuenta de la realidad de un modo no lógico, deja de ser algo vivo y se vuelve sólo un objeto de estudio de la razón científica. Éste es el último secuestro al que se enfrentará el mito ricotero.
La última postal de aquella noche del 2001 no es una imagen, apenas el relato de una imagen. Los tres periodistas se despiden, también borrachos, felices de semejante honor e ingenuos respecto del futuro. Los miembros de la banda toman una dirección y ellos otra. Se quedan un rato contemplando a sus ídolos irse. Skay, Poli y el Indio van abrazados. El Indio, en el medio, rodea con sus brazos a los otros dos. Son tiempos en que los celulares sólo sirven para hablar por teléfono, así que los periodistas apenas guardan un recuerdo mental de semejante escena. Tal vez es mejor así, dicen. De nuevo, gana el mito.