Por Pierina Ferretti, desde Chile. Tuvo lugar este jueves la primera marcha estudiantil que enfrenta el gobierno de Michelle Bachelet. Secundarios y universitarios reunieron cerca de 100 mil personas en Santiago, una gran demostración de fuerza en la previa a la discusión por la reforma educativa.
Una importante jornada se vivió este jueves para el movimiento estudiantil chileno. Una movilización convocada por universitarios y secundario reunió en Santiago, capital del país, a cerca de 100 mil personas y logró una alta adhesión en las ciudades más importantes de la nación trasandina, lo que da una señal de fuerza al Ejecutivo y a la clase política en general, en un año en que la discusión sobre la reforma educacional que planteará el gobierno en pocos días, dominará la agenda pública.
A menos de un mes de la cuenta que debe rendir la presidenta Bachelet ante el Congreso Nacional, los estudiantes salieron a las calles por primera vez en 2014. El mensaje fue claro: “No hay reforma sin nosotros”. Ante la inminencia del envío al Parlamento de los proyectos de ley que el gobierno presentará para realizar la tan esperada reforma educacional, el movimiento estudiantil busca ejercer presión para impedir que se haga de espaldas a los actores sociales y sin considerar las demandas emblemáticas de las movilizaciones de los últimos años: educación gratuita, fin al lucro en el sistema educativo, fin a la selección de estudiantes, fin a la municipalización de la educación primaria y secundaria, aumento significativo del financiamiento del Estado para la educación pública y, en definitiva, consagración de la educación como un derecho social universal y no como un bien de mercado.
Desde el gobierno se anuncia una profunda reforma educacional que, según declaraciones de la presidenta Bachelet y el ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, propone instaurar la gratuidad de la educación pública, mejorar la calidad de la formación entregada por el Estado, eliminar el lucro y la selección en la educación primaria y secundaria. Sin embargo, hasta el día de hoy no se han presentado propuestas concretas por parte del Ejecutivo, ni tampoco se han detallado los mecanismos por los cuales se llevarán adelante las reformas prometidas. Además, los actores del movimiento social por la educación no fueron convocados a participar en la elaboración de las reformas.
Por otra parte, la desconfianza hacia la clase política atraviesa al movimiento estudiantil. Está vivo el recuerdo de la “traición” parlamentaria del año 2006. En esa ocasión, también bajo la presidencia de Bachelet y luego de un potente movimiento iniciado por los secundarios, la discusión sobre la reforma educacional llegó al Congreso y se aprobó una nueva Ley General de Educación. Esa vez, no se consideraron ninguna de las demandas instaladas por el movimiento social y la clase política llegó a acuerdos completamente de espaldas a la ciudadanía. El temor a que esto se repita sigue presente y de allí la desconfianza del estudiantado.
Asimismo, la desconfianza se acrecienta al ser de público conocimiento que al interior de la propia coalición de gobierno, llamada ahora Nueva Mayoría, figuran importantes empresarios de la educación, que llevan más de dos décadas enriqueciéndose con el negocio de la educación privada, y a quienes no conviene propiciar cambios profundos en las reglas del juego que afecten sus intereses económicos y hagan peligrar las cuantiosas ganancias que el mercado educativo les ha permitido obtener en Chile.
A pesar de todos estos elementos, no puede negarse que la relación con la institucionalidad política es diferente a la que había en las movilizaciones en 2006 y 2011. En primer lugar, figuras emblemáticas del movimiento estudiantil hoy están ocupando puestos en la Cámara de Diputados. Se trata de Camila Vallejo, militante comunista y ex presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile; Karol Cariola, también comunista y ex presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción; Giorgio Jackson, ex presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Santiago y militante de Revolución Democrática, y Gabriel Boric, ex presidente de la Universidad de Chile y militante de la Izquierda Autónoma. Las expectativas en torno a la actuación de estos ex líderes estudiantiles son muy altas, aunque todavía está por verse el nivel de coherencia que mantendrán en relación a las luchas que animaron en el pasado reciente.
La relación del movimiento con el gobierno actual también es distinta a la que se mantuvo con la administración de Sebastián Piñera. Si en el 2011 diversos sectores confluyeron en la transversal oposición al gobierno derechista, en la actualidad algunos actores relevantes del movimiento están comprometidos con el gobierno de Bachelet y jugarán un rol mediador y de contención de los conflictos. Por ejemplo, el presidente del Colegio de Profesores de Chile es militante del Partido Comunista, que forma parte de la coalición en el poder, y las Juventudes Comunistas están presentes en diez federaciones estudiantiles universitarias.
Sin duda, las diferencias al interior del movimiento estudiantil en relación a qué actitud tomar hacia el Poder Ejecutivo será un elemento de tensión, pero hasta el momento los diversos grupos que componen la Confederación Nacional de Estudiantes de Chile (Confech) han mantenido la unidad y confluyen en un común emplazamiento al gobierno: No hay reforma sin nosotros.
El movimiento estudiantil es consciente que tiene el desafío de impedir que la discusión sobre la reforma se encapsule en el Parlamento y de ejercer la mayor presión sobre la clase política, a través de acciones que demuestren su poder de convocatoria y respaldo social. Sólo de esta manera se abren las posibilidades de realizar verdaderas transformaciones en el sistema educativo chileno. Existe el convencimiento de que sin presión ciudadana, el riesgo de una reforma cosmética e inocua es grande.
Sin duda, luego de esta multitudinaria marcha, los estudiantes chilenos han demostrado que siguen teniendo fuerza y concitando la adhesión de diversos sectores sociales; que aún tienen poder de convocatoria y, sobre todo, voluntad de ser protagonistas en la transformación profunda que requiere el sistema educativo chileno.