En la ciudad de Fiambalá, al norte de la Argentina, se instaló el megaproyecto de extracción de litio conocido como “Tres Quebradas” en el año 2017. Desde entonces, una asamblea encabezada por mujeres denuncia los cambios en el paisaje y la falta de agua que afecta a las principales actividades económicas de la localidad. De esa manera, esta comunidad que defiende la vida tensiona, a su vez, el discurso de la transición energética en clave de derechos.
- Por Camila Parodi | Fotos: Julio Carrizo / BePe
Francisca Beatriz Perea, conocida como “Keti”, es integrante de la Asamblea Fiambalá Despierta. En su relato, cuenta que durante el año 2016 comenzó a circular el rumor sobre la posible instalación de un proyecto de extracción de litio hasta el momento desconocido en la ciudad de Fiambalá. Recuerda, también, que rápidamente algunas vecinas comenzaron a reunirse y a exigirle a las autoridades locales explicaciones al respecto. Al año siguiente, los rumores se confirmaron y la llegada de la empresa Liex S.A (subsidiaria de Neo Lithium de origen canadiense) fue inminente: camionetas y camiones inspeccionando el territorio sin pedir permiso. Desde entonces, la Asamblea levanta la voz de quienes eligen cuidar el agua y la vida: “Fiambalá Despierta es la esperanza. Queremos que un día toda la población de Fiambalá despierte realmente ante lo que están haciendo. La falta de agua va a modificar nuestras vidas, porque sin agua no hay vida en ningún lugar del planeta”, se lamenta Beatriz.
Por sus paisajes únicos, Fiambalá es uno de los lugares privilegiados para el turismo en la provincia de Catamarca, ubicada al norte de la Argentina. Este excepcional territorio semidesértico cuenta con aguas termales y la duna más alta del mundo. A su vez, está rodeada por 19 volcanes ubicados a más de 6.000 metros sobre el nivel del mar, en lo que se conoce como “la ruta de los seismiles”. Allí se pueden apreciar los volcanes Pissis y Ojos del Salado, que están a 6.882 y 6.864 metros sobre el nivel del mar, respectivamente. Pero no sólo eso, también en sus lagunas, salares y glaciares de altura se encuentra gran parte de la concentración de agua dulce de la zona que, además, funciona como reserva de la biósfera para investigación a nivel global.
El megaproyecto de extracción de litio se estableció en una zona de salares conocida como “Tres Quebradas” (3Q) y de allí lleva su nombre. Se trata de un área de protección que se encuentra determinada por la Ley 5.070 de la Provincia de Catamarca. A su vez, integra el subsitio Sur Ramsar, una red que refugia humedales reconocidos a nivel internacional. En el área, precisamente, se encuentran seis lagunas altoandinas con valiosas especies con problemas de conservación, tal es el caso del flamenco andino. A pesar de estas legislaciones, el Gobierno de Catamarca dio el aval para que la empresa pueda diseñar y operar pozos de evaporación piloto, así como también montar los laboratorios y campamentos que crean necesarios durante la etapa de exploración.
En 2021, este proyecto que comenzó en manos de la empresa canadience Liex S.A fue absorbido por la empresa china Zijin Mining. Hoy, la compañía asiática avanza velozmente sobre el territorio que abarca unas 35.000 hectáreas con el fin de producir más de 20.000 toneladas anuales de litio (LCE) para baterías.
Natalia Sentinelli es arqueóloga, doctora en Cs. Antropológicas e integrante del equipo de investigación de la Asociación Civil Bienaventurados los Pobres (BePe). Sobre la actual etapa explicó: “Si bien el proyecto se encuentra pasando de una etapa de exploración a una de explotación, hay que tener en cuenta que, durante la exploración, en el caso de la extracción de litio en salmueras, implica la extracción de grandes volúmenes de agua porque justamente tienen que hacer las pruebas sobre las capas subterráneas, hacerlas decantar y evaporar luego”.
Al momento, da cuenta la arqueóloga de que “los impactos ecosistémicos ambientales son de gran magnitud a nivel local, pero también regional y global. Una de las lagunas en donde habitan varias especies migratorias podría desaparecer”. Para la investigadora, necesariamente, los impactos registrados hasta ahora van a profundizarse en la etapa de explotación.
“En los meses de abril y marzo veíamos circular los últimos camiones cargados con las uvas hacia las bodegas”, recuerda Beatriz con una nostalgia que es reciente, “y ahora lo que vemos son flotas de camiones circulando permanentemente por las rutas, cargando maquinarias y todos los insumos para las mineras”. Tan sólo pasaron seis meses desde que Zijin Mining llegó a Fiambalá, sin embargo, denuncia Beatriz que el paisaje ha cambiado mucho: “Nunca imaginé que el deterioro sería tan rápido y visible”. Explica que los trabajadores chinos de la empresa se encuentran instalados en Fiambalá y afectando, también, al turismo que se acerca curioso. “Han copado gran parte de los complejos de cabañas que antes se los alquilaba para los turistas que nos visitaban”, expresa Beatriz.
Según el Censo 2010, en Fiambalá habitan más de 4.500 personas (INDEC) quienes, principalmente, trabajan en la producción de alimentos y tareas asociadas al turismo. Allí las familias campesinas producen vino a gran escala y trabajan el algarrobo con sus múltiples propiedades. “En Fiambalá tenemos turismo, producción de vinos orgánicos de altura, es un lugar único. Si se llevan el agua lo vamos a perder todo, nuestra vida y la de toda la flora y fauna de la zona”, asegura Beatriz. Recuerda que, en una reunión de productores y productoras que se realizó hace unos meses, allí “todos coincidían en que falta agua para mejorar la producción”. Y explica: “son estas mismas empresas las que nos están consumiendo el agua, evaporan millones y millones de litros de agua para extraer el litio y nuestros ecosistemas van a ir cambiando”.
Por su parte, Natalia explica que ambientes como el de Fiambalá -considerados como “desiertos”, en el mal sentido de la palabra – son “altamente productivos y lo que se está perdiendo, en realidad, es la sostenibilidad de las funciones de los ecosistemas” que, incluso, resultan “muy interesantes para pensar especialmente en un contexto de cambio climático”.
La ciudad de Fiambalá se encuentra en un valle y es conocida también como “El Bolsón de Fiambalá” por su vegetación verde que contrasta con el desierto que la rodea. Esta distinción es por el paso del río Abaucán proveniente de la cordillera de los Andes, que distribuye su amplio caudal entre las provincias de Catamarca y La Rioja. Su nombre se debe al pueblo originario que habitó el territorio de manera ancestral, los abaucanes, quienes han sido quitados de la historia oficial de la localidad.
“En Fiambalá tenemos turismo, producción de vinos orgánicos de altura, es un lugar único. Si se llevan el agua lo vamos a perder todo, nuestra vida y la de toda la flora y fauna de la zona”Beatriz, Asamblea Fiambalá DespiertaTuit
Para la arqueóloga, este accionar no es casual: “Muchas veces escuché decir a las autoridades locales que ahí no vivió ni vive nadie, que si no fuera por los campamentos mineros no habría nadie”. Sin embargo, explica que existen algunos sitios arqueológicos que evidencian la existencia de corrales de animales en la zona. “Posiblemente estos territorios podrían haber funcionado como rutas de tránsito de caravaneo transcordillerano. Incluso pudo haber sido un lugar de pastoreo estacional, porque las caravanas suelen asentarse en donde hay pasturas para que los animales coman”, sostiene la arqueóloga, y aclara a continuación: “Todavía no lo sabemos y hay que investigarlo ya que se trata de una evidencia irrecuperable”.
En este marco, resalta una de las dimensiones más ignoradas en el proceso: la cosmovisión de los pueblos andinos. “No nos olvidemos lo que significó y significa la cordillera para para los pueblos indígenas andinos, los ancestros habitan los cerros” manifiesta la arqueóloga. Y destaca que se trata de “ambientes muy particulares, que tienen mucho para aportar a nuestro conocimiento y a nuestras formas de vida”.
Litio: una cuestión de derechos
Como anticipamos en la historia de Antofagasta de la Sierra, ciertamente la disminución del uso de combustibles fósiles y la transición hacia energías renovables – que requieren elementos como el litio – debería ser el camino frente a la actual crisis climática. Pero, si bien este proceso aparece de manera recurrente en los discursos de funcionarios, empresarios y organismos internacionales, hasta el momento no existen reflexiones en torno a las formas de extracción o la desigualdad social, económica y ambiental que genera.
Mucho menos existen políticas reales de reutilización de este mineral ni informes genuinos que presenten los impactos ambientales. Por eso, a los ojos de quienes habitan los territorios del llamado “oro blanco”, las fuentes de energías que ocupan el litio no tienen nada de “limpias”. Por eso, para que la transición energética sea un proceso justo es necesario incorporar un enfoque de derechos, así como el cumplimiento efectivo de los numerosos convenios que se escribieron para preservarlos.
En ese marco, el equipo de investigación de BePe analizó el impacto del megaproyecto 3Q en la región de Fiambalá durante la etapa de exploración y realizó el informe “Minería trasnacional de litio en lagunas altoandinas de Catamarca: Caso Liex S.A”. Un resumen ejecutivo con perspectiva de derechos que analiza el accionar de las empresas transnacionales y evalúa la aplicación de los principios rectores, es decir, de aquellos deberes y responsabilidades en materia de derechos humanos establecidos por la ONU en 2011 para las empresas.
Sin embargo, explican en el informe, estos principios no son consolidados como obligatorios y es responsabilidad de los Estados su promulgación e implementación a través de leyes nacionales. Allí sostienen que “tanto la extracción como la comercialización de los bienes comunes, en especial de los minerales, por parte de empresas ajenas a las realidades territoriales y culturales de los contextos donde establecen sus enclaves, implican la ocurrencia de numerosas vulneraciones de derechos”.
En este caso, el equipo realiza una tabla donde enumera los derechos vulnerados en el marco de la extracción de litio en Fiambalá. Éstos van desde la reducción de los reservorios y la salinización del agua dulce, la contaminación de los sistemas lagunas, la depredación del ambiente y el paisaje, hasta la falta de información y transparencia respecto a la consulta previa, la desigualdad en la toma de decisiones y la persecución y represión política, entre otros.
“Lo que denunciamos -explica Beatriz- es la falta de información”. Sostiene la vocera de la Asamblea Fiambalá Despierta que “desde el principio se instalaron sin brindar la información al pueblo”. También relata que no hubo instancias consultivas: “Lo que hubo fue una charla técnica que después la presentaron como audiencia pública”.
De hecho, en diciembre del año pasado, se realizó la primera audiencia desde 2017 hasta la fecha, sin embargo, denuncia la activista que “fue todo muy armado, muy orquestado y no pudimos expresar nuestra disconformidad. Quienes pudieron hablar habían sido supuestamente sorteados y casualmente eran aquellos que salieron beneficiados económicamente por este proyecto”.
“Hay mucho miedo en nuestra comunidad” contesta Beatriz a la hora de hablar por la organización del pueblo contra el megaproyecto 3Q, pero rápidamente se responde que “tiene sentido, muchas personas trabajan en relación de dependencia para el municipio o tienen a algún familiar becado por la minera, es muy difícil. Por eso decimos que Fiambalá tiene que despertar porque si no, cuando lo haga, va a ser tarde”.
Defensoras del agua y de la vida
Si bien Fiambalá “no despertó” como las vecinas lo imaginan, existe una organización muy segura de los pasos a seguir ante el avance de la minera en su territorio. “La mayoría somos mujeres”, cuenta Beatriz, y no es un dato menor: en un contexto de cambio climático y de evidente desigualdad, las mujeres y las infancias serían las más afectadas. Esto se debe tanto por la limitación de acceso en las instancias de decisión, como por la desigualdad histórica en el acceso de recursos pero, también, en los roles y responsabilidades asumidas por las mujeres rurales que se asocian directamente con el agua, la tierra y la producción de alimentos como lo explica Claudia Korol en su libro “Somos tierra, semilla, rebeldía: luchas de mujeres por la tierra y el territorio”.
Azul Cordo es periodista feminista y junto a Paz Tibiletti y Damaris Ruiza realizaron el informe “Ellas alimentan al mundo” para LATFEM, un trabajo periodístico que profundiza sobre las causas estructurales del desigual acceso a la tierra. Son las mujeres rurales las que conservan las semillas nativas, las que protegen la riqueza biológica y las que cuidan la vida de su comunidad. Al respecto explica que “claramente las mujeres se ven más afectadas por el modelo extractivista y el cambio climático porque son también las que primero ponen el cuerpo ante el avance de los proyectos extractivistas”.
A partir de su investigación, sostiene que las mujeres rurales “son quienes garantizan a nivel de la economía doméstica la producción y la reproducción de la vida, entonces si hay una crisis climática en esa tierra por supuesto serán más afectadas, porque son ellas las que no van a poder producir ese alimento básico para sus familias y comunidades”.
Para la periodista feminista, existe otra variable necesaria de considerar ante el avance de los proyectos extractivistas en los territorios: “Las mujeres son las más afectadas con ese mismo tipo de acciones opresivas en términos machistas y patriarcales”. Y eso se relaciona directamente con la instalación de proyectos: “Está probado, durante la instalación de mineras, de pasteras o represas en los territorios vemos que no solo se profundizan las desigualdades a nivel de relaciones de género, porque los trabajos que se prometen y los pocos que se generan son para varones. Sino también porque colaboran a la profundización de redes de explotación sexual y trata de personas”.
Como parte del diálogo entre periodistas feministas y, a modo de cierre, Azul insiste en la necesidad de incorporar a los estudios ambientalistas y, particularmente al periodismo, un enfoque ecofeminista. “En el análisis de los distintos fenómenos ambientales y, por ende, de crisis y cambio climático, es clave pensar estas problemáticas con perspectiva de género y feminista” sostiene.
Las mujeres rurales “cuidan la vida”, como expresa Beatriz en la entrevista, y no solo eso: “Nos cuidamos entre nosotras, nos mandamos mensajes, estamos atentas todo el tiempo y nos tenemos en la oración”.
La resistencia y organización de las mujeres en Fiambalá para defender la vida se replica en cada territorio amenazado por las políticas extractivistas. Las Defensoras -como sostenemos en el proyecto periodístico que lleva su nombre- “cuidan la memoria, abrazan el ser colectivo y construyen las respuestas al saqueo de nuestros cuerpos-territorios. En sus relatos de esperanza tejen las resistencias territoriales en una genealogía urgente: defender los derechos de los pueblos y de la madre tierra”.
Las defensoras “ponen el cuerpo” para la defensa del territorio y no es metáfora. El cuerpo hace parte del territorio y, por ende, de la vida. “En Fiambalá, y en el mundo, sin agua no hay vida así que no queda otra que seguir luchando”, concluye Beatriz.
*Esta nota fue producida con apoyo de Climate Tracker como parte del Programa de Mentorías en Periodismo Climático.