Por Diego Eiras y Camila Parodi*. Mientras sólo llegan declaraciones de los funcionarios sobre planes de seguridad, policías en las calles, represión y medidas violentas para terminar con “el miedo de los vecinos”, cada vez son más los pibes anónimos que dejan sus vidas sin que nadie les pregunte cuál era su inseguridad.
La agenda instalada por los medios hegemónicos muestra a los y las jóvenes de los barrios pobres como el objeto privilegiado de la estigmatización y criminalización, refuerza cada día más una imagen de jóvenes receptores de toda una sociedad que se despoja de sus preocupaciones y miedos.
Y es en este juego donde el Conurbano está quedando sin pibes. Pero a nadie parece importarle. Con esa ausencia, se está encubriendo estratégicamente una realidad que no se quiere mostrar: la del entramado del poder político, judicial y policial que permanece intacto, operando en los negocios de narcotráfico, crimen organizado y trata de personas en las barriadas populares.
Entonces comienza a quedar un espacio vaciado, donde no hay espacio para los pensamientos, anhelos y experiencias de los pibes, mucho menos para sus derechos. Las historias de sus vidas no trascienden las noticias como otras. Cuando un joven de clase media muere en algún accidente o suceso inesperado, muere una persona con nombre, muere un “chico” como lo identifican los medios, y muere con familia y un futuro. Cuando le pasa a un pibe de un barrio pobre, muere un “menor”, un NN más que llevarán a alguna fiscalía, una muerte que resonará en el boca en boca de alguna esquina o en algún parlante de estación que se excusa por las “demoras ocasionadas”.
La calle no es un lugar para vivir
El jueves pasado a la noche en la estación Morón del tren Sarmiento, murió Janja y su historia, como la de cualquiera, merece ser contada.
Janja era del oeste. Vivió en Moreno, en Matanza y en Morón. Pero principalmente vivió en la calle, de la que iba y venía como tantos. Fue ahí donde se forjó una identidad, luego de que se le negaran tantas otras. La calle le daba amigos, historias, recursos pero le cobraba bien cara su estadía.
Janja no era un extraterrestre. En su familia, las carencias estaban a la orden del día. Uno de sus hermanos fue asesinado hace dos años. Una hermana menor, de 14 años, está en rehabilitación por consumo de sustancias psicoactivas. Y otro hermano está muy comprometido y dañado por el paco. Las historias de sus padres se les parecen bastante. Causalidad o no. Tampoco era un extraterrestre en su barrio, donde la falta de proyectos de vida se suplía con el consumismo que tiene tomado al mundo entero.
Janja tenía 18 años cuando el jueves pasado se cayó de un tren, donde vivía, consumía y robaba. Los simpatizantes y los que producen los grandes relatos sobre linchamiento pueden pronunciar sus frases comunes tales como “uno menos”, “hay que matarlos a todos”, “hay que meter bala” y otras simplificaciones de la realidad. Y también pueden ejercer sus célebres olvidos, como no reconocerse en esas historias o ni siquiera observar la evidencia de los hechos.
Cada historia es única, y a su vez muchas historias se parecen, porque hablan de algo que las excede, de regularidades, de estructuras invisibles que cada día se ven más. Las historias trágicas de los jóvenes de los barrios nos hablan de exclusión, de desigualdad, de violencias y de mandatos. O por decirlo de otra manera, nos hablan de un gran descuido colectivo.
Se fue otro hijo de los 90´. Otro que nació en donde estaba todo mal. Otro que creció rápido y furioso. Otro que consumió y fue consumido por una sociedad consumista. Los 90` ya se fueron, pero sus hijos siguen naciendo.
*Espacio de Niñez de El Transformador.