La idea es qué contar. Contar cuantas miles de millones de cosas curiosas han pasado a lo largo de los mundiales. La idea es que contemos nosotros y que cuenten los lectores también. Ya les diremos cómo, cuándo y dónde nos pueden enviar sus historias. Hoy empieza Pablo Tano. Dedicado al pequeño Dante Tano que en junio va a vivir su primer Mundial.
El Manco Divino
El uruguayo Héctor Castro, quien sufrió la amputación de la mano derecha al lastimarse con una motosierra mientras trabajaba cuando tenía sólo 13 años, fue el autor de uno de los goles en la final de la Copa del Mundo de 1930 que le dio el primer título a Uruguay al vencer por 4 a 2 a la Argentina.
Surgido en Nacional de Montevideo, el mediocampista por la derecha fue la figura del campeonato y convirtió a su “muñón” en un arma de defensa ante los rivales y por ello se ganó el apodo de “El manco divino”. Su despliegue y el poderoso juego aéreo eran sus principales cualidades.
Hechas en casa
Según cuenta la historia, la final del ’30 entre Uruguay y la Argentina se disputó con dos pelotas distintas porque no se ponían de acuerdo. Los dos querían jugar con pelotas de fabricación nacional.
El árbitro belga Jean Langenus realizó un sorteo y quedó definido que durante el primer tiempo se jugaría con un balón argentino, mientras que la segunda parte con una pelota made in uruguaya.
Las pelotas en esa época eran de tiento, podía ser cuero de vaca o de potro. Por la dureza del material, de confección artesanal, varios futbolistas jugaban con boinas para proteger sus cabezas porque las costuras y la vejiga –pico- provocaban heridas.
Otro dato curioso es que el primer tiempo fue ganado por el seleccionado albiceleste por 2 a 0 y, como ya es conocido y popular, los charrúas terminaron venciendo por 4 a 2.