Chile ya tiene borrador para su nueva constitución que, a pesar de los discursos nacionalistas y anti derechos que difunden las empresas de comunicación, será plurinacional, feminista y ecologista.
Por Andrés Kogan Valderrama
Uno de los puntos centrales y más controversiales de la discusión constituyente que se está dando en Chile, materializado en las normas aprobadas por el pleno de la Convención Constitucional, sin lugar a dudas tendría que mencionar la presencia del Estado Plurinacional en el borrador recién terminado de la nueva carta fundamental (1).
Al revisar las normas aprobadas y, partiendo del Artículo 1 que manifiesta: “Chile es un Estado Plurinacional e Intercultural que reconoce la coexistencia de diversas naciones y pueblos en el marco de la unidad del Estado”. También se suman múltiples normas aprobadas sobre los pueblos originarios (Mapuche, Aymara, Rapa Nui, Lickanantay, Quechua, Colla, Diaguita, Chango, Kawashkar, Yaghan, Selk’nam), referidas al reconocimiento, preexistencia, libre determinación y autonomía, derecho a instituciones, jurisdicciones, autoridades y justicia propia, derecho a participación, derechos culturales, derecho a la igualdad y no discriminación, derechos territoriales, plurilingüismo, escaños reservados.
De ahí la importancia de la plurinacionalidad en la nueva constitución, la cual de aprobarse el próximo 4 de septiembre, será el punto de partida de un profundo proceso político de desconcentración del poder y de descolonización, en el amplio sentido de la palabra, sentando las bases de un nuevo Estado en el país, el cual tendrá que hacerse cargo de una realidad diversa, que por siglos quiso negar y borrar a como dé lugar.
Por lo mismo, no hay que sorprenderse de la furiosa reacción nacionalista y racista, de no solo sectores de derecha, que lo ven como “anti patriotico” y que podría generar “independentismos indígenas” e incluso una guerra civil como se supo decir. Sino también, desde ciertas izquierdas, que quisieran que el Estado siguiera negando la plurinacionalidad o en el mejor de los casos, que realice un mero reconocimiento pluricultural, pero sin considerar a los pueblos originarios como sujetos políticos.
No obstante, lo que sí debiera preocuparnos, a dos meses de que se entregue el texto constitucional final, luego de pasar por las comisiones de preámbulo, armonización y normas transitorias, es la amplia oposición que ha generado la idea de un Estado Plurinacional, lo que lo hace ser de los puntos que más estarían afectando el aumento de personas por el rechazo de la nueva constitución, según varias encuestas.
Frente a esto, al ver este aumento del rechazo, otra estrategia que se intenta proponer es el dejar a un lado la plurinacionalidad en los meses que quedan de difusión de las normas y campaña por el apruebo, y centrarse en las normas vinculadas a los derechos sociales (derecho a la salud, educación, vivienda, pensiones), las cuales tienen una alta aprobación en general y fueron demandas más explícitas durante la revuelta.
El problema de aquella estrategia, aparte de ser poco ética y sin convicciones, es que subestima al votante, como si no se pudiera dar cuenta por sí solo de la importancia que tiene la plurinacionalidad en el texto constitucional, y fuera fácilmente esconder algo tan estructural e histórico como aquello, que tendrá que ser abordado inevitablemente en las normas transitorias y en las nuevas leyes, en el caso de que se apruebe la nueva constitución.
Por el contrario, lo que se debería hacer, es plantear la plurinacionalidad desde una mirada mucho más amplia, relacional y no centrada únicamente en los pueblos originarios, ya que lo que apunta finalmente es generar un nuevo marco de convivencia entre distintas naciones o un nuevo pacto político ciudadano.
Por eso que es tan importante transmitir un discurso sobre la plurinacionalidad que apunte al igual que los derechos sociales, como puntos de encuentro, dignidad y de mayor democracia en el país, ya que han aparecido planteamientos conservadores, funcionales al discurso del rechazo y del miedo, que han planteado una oposición ficticia entre la agenda social y la agenda plurinacional.
En otras palabras, las incertidumbres y los temores de los chilenos, que ven a la plurinacionalidad como una amenaza, muy bien aprovechados por los sectores conservadores del país, se tiene que enfrentar no sólo planteando la necesidad de una reparación histórica y de reconocimiento de parte del Estado de Chile a los pueblos indígenas, sino mostrando también que mantener la uninacionalidad solo generará más conflictos, fanatismos, violencia y odio, al negar una diversidad que siempre ha estado y que seguirá, más allá de que esté o no en la constitución.
En consecuencia, impulsar una idea de plurinacionalidad para todxs, puede ayudar a dejar fuera completamente la idea de que la plurinacionalidad es una mera demanda particularista, específica, separatista y etnocéntrica de ciertos grupos, que ven a los chilenos como unos enemigos, sino una propuesta de futuro que nos hace responsables frente al otro, al vivir en sociedad.
Por lo demás, los derechos indígenas y la plurinacionalidad no es una excentricidad que se le ocurrió a un grupo de constituyentes chilenos, sino que se ha trabajado ampliamente en una larga lista de países muy distintos unos a otros, como lo son Canadá, Colombia, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Suiza, Bolivia, Ecuador y muchos otros.
Además de estar en completa sintonía con lo suscrito por Chile a nivel internacional, como lo son el Convenio 169 de la OIT, la Declaración de Naciones Unidas sobre Derechos de los Pueblos Indígenas y la Declaración Americana sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.
No aceptar esa realidad internacional en Derechos Humanos, luego de conocer esa situación, es simplemente insistir con un nacionalismo estatal añejo del siglo XIX, que a diferencia de la plurinacionalidad que se propone para un nuevo Chile, sí es totalmente particularista, ya que busca imponer finalmente un orden específico, definido por un pequeño grupo de elite, que construyó una idea de chilenidad excluyente desde el Estado, solo para concentrar el poder y la riqueza.