Por Alan Ulacia*. A veces la realidad supera la ficción, el linchamiento es tema de debate en los medios de comunicación e información, está en boca de todos. Hoy, el relato “Linchamiento o barbarie”, cualquier parecido a la realidad, ¿es pura coincidencia?
Divina TV Führer
La sociedad muestra los dientes, se pone violenta, hierve de furia, mata. Pide que se termine la violencia… y lo hace a través de la violencia. Utiliza la “justicia por mano propia” y la legitima. Y ¿qué pasa?, ¿por qué?, ¿quién dice cuánto vale la vida de uno u otro? La violencia parece haberse apoderado de los cuerpos. Ya lo decía Thomas Hobbes al referirse al hombre como el lobo del hombre: el estado de naturaleza es un estado de guerra de todos contra todos.
Linchar: “Castigar o matar una muchedumbre incontrolada y enfurecida a un acusado, sin haber sido procesado previamente”. Así decidieron los medios masivos de comunicación poner en boca de la opinión pública a un acto con el que muchos coinciden en que es la forma correcta de actuar ante un hecho delictivo en la calle. “Estamos cansados”, “quiero ver qué pensás si te pasa a vos”, “hay que matarlos a todos”, son algunas de las frases comunes que se escuchan a diario en la televisión.
Hace un tiempo, Alan Ulacia escribió “Lichamiento o barbarie”, un relato de ficción que hoy podría leerse y ser visto como una realidad que golpea fuerte. Un tren que llega, un ladrón que roba, cientos que lo golpean. Así transcurre el relato, así machaca la realidad.
Linchamiento o Barbarie, por Alan Ulacia
El colectivo es frenado por un semáforo implacable, sobre Moreno, esquina Rincón. Son las 9 de la noche de un viernes. La chica, sentada en la hilera de asientos individuales, habla por teléfono con su novio, muy cerca de la ventanilla. Y como una culebra relampagueante, un brazo asoma e intenta manotearle el celular. La chica grita, la culebra se agita entre espasmos, el celular baila en el aire de mano en mano, un malabar caótico y veloz. Alguien reacciona y sujeta al brazo-culebra. Ahí comienza la carnicería. Lo aferra con hercúleo vigor, lo sacude y lo golpea contra el marco metálico, de un lado para otro, cincuenta veces. En un interminable minuto lo quiebra: se escucha el crac del cúbito, sigue la explosión del radio. “Ahora te vamos a subir acá hijo de puta” resuena y en efecto se suman más brazos que tironean del brazo roto. Ahora aparece a la vista de los pasajeros un Cuerpo, que ya no es solo brazo-culebra. Un Cuerpo. La ventana está poco abierta. La chica colabora y la abre más, para que pueda pasar al interior del vehículo el Cuerpo entero, que se sacude con violencia pero sin gritar aún. El Cuerpo está en el aire, no pasa por la ventana, una veintena de brazos furiosos lo golpean contra los vidrios, que terminan astillándose. El Cuerpo pasa, tajeado profundamente por las dagas vidriosas. Ahí el Cuerpo sí empieza gritar. Otros diez Cuerpos están sobre él. “Cagón, hijo de puta, chorro de mierda, ¿Ahora qué vas a hacer?”. Lo golpean. Toda la furia del Cuerpo Social ofendido cae sobre una anomalía corpórea que ha roto la Norma y las Buenas Costumbres, las ha violado y es eso inaceptable. Merece un Castigo severo, legítimo. La violencia que la Inquisición y los Monarcas Absolutos ejercieran sobre los cuerpos de los pecadores y criminales, centralizados tormentos inimaginables de hierro y fuego, pero legítimos: la Garrucha, la Cuna de Judas, el Potro, la Horqueta, la Doncella de Hierro de Nuremberg. Toda esa violencia es la que se reedita, se celebra, no tan institucionalizada, mecanizada, medieval, sino repartida entre muchos, anárquica, posmoderna, pero momentáneamente agrupada, en pos de multiplicar por mil el sufrimiento. Un pesado pie se encarniza contra el cráneo del Cuerpo, que ya gime débilmente. Lo aplasta con la percutora insistencia de un taladro neumático, lo engrampa sobre el hule del piso del colectivo, hasta que se oye un nuevo crac y se aprecia que un globo ocular del Cuerpo sale despedido. El Cuerpo sangra profusamente. La metralla de patadas sigue cayendo sobre el torso del Cuerpo, intermitentes pero continuas. Se oye un “Paren” agonizante. Que es ignorado. El pesado pie sigue pisando. Las patadas siguen pateando. Se oyen algunas risas nerviosas y oscuro voyeurismo por parte de los que observan el espectáculo, sin participar activamente, que susurran débilmente “Matenló”. El Cuerpo intenta incorporarse, con lo último de vida que le queda, lo logra a medias, sobre él único brazo sano que le queda “¿A dónde vas, chorrito?” dice una rodilla y lo intercepta en la frente, dejando al Cuerpo tieso, que cae pesado sobre el hule negro carbón. Sigue la lluvia de manotazos, arañazos y patadas sobre el Cuerpo, ya muerto, transformado en una masa vizcosa irreconocible y mutilada, ajusticiada. La Violencia aflorada. Odio destilado en su estado más puro. Un Enemigo Absoluto es, ha sido el Cuerpo. Un Otro, un Ellos que no merece piedad alguna. Sino sólo ser Objeto, receptáculo carnoso de la violencia colectiva agrupada y desplegada, potente, animal, que ha recuperado momentáneamente, relevando al Leviatán de sus funciones, reclamado para sí, la Potestad, el Poder de Muerte, que le ha cedido al Estado y a las Leyes, para jugar por un rato al Humano, a la Civilización. a las Leyes, para jugar por un rato al Humano, a la Civilización.
Periodista en labrokenface.com