2001 late en nuestro país y en Latinoamérica. Una efeméride que es memoria viva y encuentra a los pueblos en sus historias de rebeliones presentes. 20 años después del estallido popular en Argentina, nuestro corazón está puesto en Chile: El pueblo que sostuvo la revuelta popular más importante de Latinoamérica de los últimos años va a las urnas.
Por Redacción Marcha | Fotos 2001: SubCoop
Las efemérides siempre alientan a repensar los tiempos. Se cumplen 20 años de la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001 y las preguntas siempre son las mismas: ¿Qué lecciones nos deja? ¿Qué rescatamos desde el presente y cómo seguimos? En principio, preguntas sin respuestas: porque lecciones nos suena a pasar al frente en la escuela y resulta soberbio analizar hoy lo que hizo un pueblo hambreado 20 años atrás. Entonces, más que definiciones cerradas, vale pensar qué nos dejaron aquellos días (y meses, y años) de tanto fuego e ilusión de que todo era posible.
Dos palabras se nos asocian: la comunidad y la autogestión. De aquellas experiencias colectivas, rescatamos ese hacer colectivo que nos sigue motorizando hasta hoy. Y la idea de que el Estado se volvió presente pero no llegó para cubrirlo todo. Desde los medios populares, supimos seguir recorriendo caminos de autonomía en la palabra y en el trabajo para no perdernos las contradicciones y singularidades que los movimientos sociales, los partidos políticos y el Estado mismo fueron teniendo en todos estos años.
¿Qué se vayan todos? La consigna que sonaba en esos días era bien distinta de la que se postula hoy. El “que se vayan todos” no era una postura antipolítica como hoy se pretende postular desde algunos partidos de derecha. El robo televisado que perpetuaba el menemismo –con imágenes insostenibles como la del ministro de economía, Domingo Cavallo, diciéndole a Norma Pla que su madre era jubilada como ella mientras reducían las jubilaciones; o aclarando que necesitaba “diez mil pesos para vivir” cuando un sueldo básico arañaba los 500 pesos–, sumado a la perpetuidad de políticas de ajuste que sostuvo el gobierno de Fernando De La Rúa generaron un clima insoportable donde, de verdad, la gente no tenía para comer. Así llegaron cartoneras y cartoneros desde la provincia de Buenos Aires a juntar chatarra en la Capital para poder vender en sus barrios.
El “que se vayan todos” era un pedido de humanidad ante tanta miseria cotidiana. Pero hoy las intenciones son otras: no vamos a profundizar en los deseos de campaña y desvío de las derechas, no es nuestro trabajo. Pero sí decir que la “apolítica” que se pretende hoy tiende, otra vez, a correr de la centralidad una política de Derechos Humanos que se ganó desde los cientos de colectivos que surgieron y se fortalecieron en la previa y el durante de los días 19 y 20.
Foto: @albertoarellano (IG)
Latinoamérica toda. El 19 será un día de homenajes, pero también son las elecciones en Chile. Un pueblo que sostuvo la revuelta popular más importante de Latinoamérica de los últimos años va a las urnas, tal como lo hizo la Argentina en 2001. El sistema democrático nos dice que “no se pueden ir todos” porque las rebeliones se dan en las calles y luego tienen que pensar en la futura institucionalidad. 20 años después, nuestra cabeza y nuestro corazón está puesto en Chile y en la campaña mediática que se está haciendo contra el candidato Gabriel Boric porque la desinformación sigue latente en las empresas de comunicación: “Del otro lado de la campaña popular, está la de las empresas de comunicación impulsada por quienes podrían beneficiarse con un gobierno antiderechos. Esto implicó, en el último mes, la instalación de prejuicios, discursos de odios y falacias respecto a sindicatos, organizaciones y sectores populares” como indicó la periodista feminista Rocío Alondra, en el lanzamiento de Comunicación feminista y popular: experiencias de las mujeres en movimiento.
No es ninguna novedad. Mientras en 2019 el pueblo de Chile ardía en las calles contra los 30 años de terror neoliberal, las empresas de comunicación se centraban en criminalizar a la protesta social. Al igual que en Argentina durante el estallido de 2001. Por eso, el 2001 late en nuestro país y en Latinoamérica. Pero no es una efeméride suelta ni letra muerta que duerme en estantes. Es el sentir colectivo de la injusticia que nos enciende. Es la lucha cotidiana porque todas y todos puedan comer y trabajar. Es el motor autogestivo que nos recuerda que de a muchas y muchos se hace más y mejor. Y es la solidaridad entre pueblos porque, ya lo sabemos, tendemos puentes sin fronteras.