Como un retrato de época, Okupas vuelve a la pantalla da través de la plataforma de Netflix. Una tradición televisiva que inició unos años antes, con la serie Otro Lado, de Fabián Polosecki. Dos historias que representan una forma de retratar los negativos de los años menemistas y que sobreviven al tiempo.
Por Juan Stanisci
Todo empezó con una deuda. Aunque en realidad, si vamos al verdadero comienzo, todo empezó con una historia. Bruno Stagnaro estaba en una parada de ruta en Chaco cuando un hombre le contó una anécdota. Stagnaro por las dudas encendió su grabador. La historia fue el puntapié inicial de Pizza, Birra, Faso.
A partir del éxito de la película Claudio Villarruel, por entonces Gerente de Contenidos de Ideas del Sur, lo contactó. Quería una miniserie en sintonía con la historia narrada en el film. Stagnaro tomó algunas ideas que le andaban rondando por la cabeza y las escribió en una carilla. Un pibe a quién le encargan cuidar un caserón abandonado viajó por fax hasta la oficina de Villarruel. Y empezó todo.
La deuda fue el siguiente paso. La productora Ideas del Sur le debía plata al Comité Federal de Radiodifusión (COMFER), por entonces dirigido por Darío Lopérfido. Fue gracias a esto que Canal 7, hoy Televisión Pública, puso al aire dos programas que marcarían la cultura popular: Okupas y Todo por dos pesos.
La TV ataca
En la televisión argentina del año 2000 podía verse: Chiquititas, Buenos Vecinos, Cabecita, Verano del ’98 o Campeones de la Vida. En ese contexto se estrena Okupas. El 18 de octubre del 2000 pudo verse el primer capítulo. Mientras semana a semana aparecían las entregas, se filmaban las que estaban por venir. La idea original era hacer una miniserie de 5 capítulos, pero el éxito de audiencia generó que terminaran siendo 11.
La serie no solo logró buenos números de televidentes. Al año siguiente ganó tres de los cuatro Martín Fierro a los que estaba nominada. Okupas demostró que no todo en la televisión tenían que ser historias edulcoradas, con buenos y malos bien definidos y finales felices. La realidad podía infiltrarse en la ficción con altos números de rating. Rompía así con el mito de que lo que se produce para los grandes consumos televisivos tiene baja calidad porque así lo demanda el televidente.
Pero Okupas no fue el primer programa que ponía el foco en los márgenes sociales y con buenos resultados, como suele repetirse.
Siete años antes, por ATC, que después fue Canal 7, aparecía el programa de investigación periodística El otro lado. Conducido y producido por Fabián Polosecki; con guiones de Pablo de Santis; y periodistas encargados de las investigaciones como Marcelo Birmajer o Ricardo Ragendorfer, entre otrxs. El otro lado le daba voz a personajes e historias tan reales como las de taxistas, maquinistas de tren, guardias de cárceles para mujeres, futbolistas que no llegaron a primera división, vendedores ambulantes, prostitutas, corredores de bolsa, boxeadores amateurs, avistadores de ovnis, buscadores de oro en las alcantarillas, coleccionistas, fotógrafos o colectividades marginales como los gitanos.
La diferencia entre El otro lado y otros programas de investigación que vinieron después fue el foco que se hacía en las personas y en las historias. Polosecki, personaje y narrador de los capítulos, se internaba en las entrañas de aquello que buscaba contar. No miraba desde arriba ni desde afuera. “Creo que todos tenemos algo de todos. No estoy ajeno al sentimiento de las personas que entrevisto”, dijo Polo alguna vez. El foco estaba puesto adentro.
“La cámara impone una autoridad, un “deber hacer”. Me parece que en nuestra experiencia tratamos de romper eso”, explicó Polosecki en el Festival Latinoamericano de Video en Rosario en 1994. En esa exposición dijo unas palabras que describían El otro lado, pero podrían adaptarse a Okupas: “mostrar lo extraordinario de la cotidianeidad”.
Al igual que la serie de Stagnaro, El otro lado ganó dos Martín Fierro. Uno en el rubro de la investigación periodística y el otro para Fabián Polosecki como revelación del año, donde compartió terna con Inés Estévez y Soledad Villamil.
Conocer gente
“Durante algunos años trabajé de periodista, un día, no sé cómo, todos los jefes de redacción se dieron cuenta al mismo tiempo que podían arreglarse sin mí. Ahora escribo historietas absurdas sobre historias verdaderas. No me va mucho mejor, pero se conoce gente”, decía la voz en off de Polosecki al comienzo de cada programa. Quizás la historia de Okupas también sea esa. Ricardo conociendo gente. A excepción de Clara, su prima lejana y dueña de la casa, y su familia, todos los personajes que aparecen en la serie, lo hacen gracias a que Ricardo abrió la puerta del caserón del Pasaje Rivarola.
Es en ese punto donde vive una de las grandes potencias de Okupas. Los personajes que no son centrales también tienen una historia que contar. No hace falta que sea explícita. Con guiños, vestuarios, gestos o acciones, dicen mucho. Por ejemplo, la vieja que fuma y toma cerveza en el departamento de Dock Sud mientras Ricardo espera al Pollo tomando vino con el Negro Pablo. O Morales, el Sancho Panza de Peralta. Cada uno y cada una logra una identificación con quién mira la serie, aunque sea dos décadas después de su estreno.
Negativos neoliberales
Okupas y El otro lado son también postales de época. Lograron transformarse en el negativo de las fotografías de los años menemistas. En ambos, la marginalidad está presente sin caer en los estereotipos o la mirada grotesca respecto de esos sectores. Tienen voz propia, son reales y palpables.
En Okupas, gracias al trabajo en los guiones y al espacio que se les dio a los actores para intervenir en él. Dante Mastropierro, el Negro Pablo, conocía el lenguaje de quienes habitan Dock Sud y le permitieron cambiar las palabras o los diálogos para que su personaje fuera más fiel a la realidad; lo mismo sucedió con Augusto Brítez, quien encarna a Peralta. Hijo de formoseños, se había criado con inmigrantes paraguayos. Esa experiencia le permitió reformular y mejorar a su personaje, además, claro, de ser un grandísimo actor.
En El otro lado sucede lo mismo gracias a la capacidad de escuchar de Polosecki en las entrevistas. “Yo como entrevistador soy como una especie de monosilábico balbuceante que a veces ni siquiera termina de hacer una pregunta, simplemente trata de mantener un canal de comunicación para que sea el otro el que hable”, explicó en aquella conferencia en Rosario. “Comunicarse es sentarse a hablar con el corazón en la mano”, sintetizó en una entrevista.
Lo que asusta del otro
Cuando el elenco se estaba conformando, Bruno Stagnaro eligió una escena para probar a los actores que se postularon para hacer de Ricardo. El diálogo no formaba parte del guión original. Es el momento donde Ricardo va a buscar al Pollo a Dock Sud. Cuentan Dante Mastropierro y Bruno Stagnaro que uno de los actores terminó llorando al finalizar la escena. No quedó, claro.
El Ricardo que ingresa al departamento del Negro Pablo y su banda no es el mismo que termina la serie. Un viaje iniciático se suele llamar a este tipo de experiencias en la literatura. Un personaje arranca la historia siendo una persona y sale de la misma siendo otra diferente. En el caso de Ricardo, su cambio estuvo ligado a acercarse al Negro Pablo. No en el sentido amistoso, sino transformarse un poco en él. “Dejar de ser un pancho”, como le grita Miguel en otro capítulo.
En su búsqueda personal, plagada de errores, Ricardo prueba diferentes modos de vida. Se cruza con albañiles e intenta ir a trabajar a la obra. Se junta con el Pollo, Chiqui y Walter y quiere ir a comprar droga a la zona sur. Al encontrarse con Miguel, busca convertirse en criminal. Siempre mantiene una pata en su vida rutinaria, es cierto. Es un ir y venir entre la marginalidad desconocida y la vida acomodada de la clase media. Es un meterse en la piel del otro para volver a ser uno mismo.
Polosecki lo sintetiza mejor. A pesar de haber terminado con su vida cuatro años antes del estreno de Okupas muchas de sus frases la describen a la perfección. “Hasta de un criminal llevamos algo. No somos totalmente distintas las personas. Vivimos las pasiones de forma distinta. Lo que asusta del otro es lo que uno tiene de él”.
Silencio
“El silencio es la palabra más linda que existe. El silencio… Él nos dijo todo. Así que hagamos silencio. Esa energía que van a poner aplaudiendo, vayan… y planten un árbol”. La frase pertenece al bailarín Jorge Donn. La dijo en el Programa Cordialmente de Juan Carlos Mareco en 1985, luego de que El Polaco Goyeneche cantara el tango “Naranjo en flor”.
El silencio es un tabú en televisión. El silencio en la pantalla da miedo. Siempre debe haber algún sonido, aunque sea una cortina. Sin embargo, el silencio es uno de los protagonistas que cruza toda la obra de Polosecki. En sus entrevistas hay tres personajes: Polo, el entrevistado o la entrevistada y el silencio de fondo. La ausencia de ruidos le permite a quién habla tomarse el tiempo para contar. Para decir.
También está presente en Okupas. Largos viajes en tren. Caminatas que no acaban. El Chiqui y sus comentarios sobre el flipper, los huevos Kinder o los panaderos. El personaje de Franco Tirri logra adueñarse del silencio. Lo mismo hace Diego Alonso interpretando al Pollo. Incorpora el silencio en sus diálogos para decir con la mirada o un gesto.
Ambos programas tomaron temas y formas de contar que no estaban presentes en la televisión argentina. Suplieron el bajo presupuesto de sus producciones con buenas ideas. En tiempos de privatizaciones masivas, los dos salieron por la televisión abierta y pública.
Hoy que Okupas volvió a nuestras vidas, aunque muchas y muchos dirán que nunca se fue, gracias a la remasterización llevada adelante por Stagnaro, retornan los paisajes, el lenguaje y los personajes que vivían aquella Argentina al borde del abismo. No estaría mal hacer el mismo trabajo con las producciones de Polosecki. No solo por las temáticas que trata o las personas que transitan los capítulos, sino para recordar que el buen periodismo necesita más de silencios que de gritos y que las producciones televisivas no tienes que ser necesariamente estériles. Todo lo contrario, pueden hacerse con el corazón en la mano. Buscando los pocos panaderos que vuelan por la ciudad.
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