Nos adentramos en el mundo del trabajo de los cuidados y de la economía doméstica. Un trabajo en general no remunerado, que cobró una importancia relevante para sostener hogares y comunidades en el contexto de la pandemia. Sumamos voces y reflexiones para que lo esencial sea cada vez más visible: ¿Quién cuida a las cuidadoras?
Por Camila Parodi | Foto: Mauricio Centurión
Hagamos un ejercicio. Estamos en la Argentina, más precisamente mirando desde Buenos Aires, donde existe la mayor concentración poblacional. En el mundo hay una pandemia que no se puede ignorar. Se cierran las instituciones y disminuyen los salarios de casi toda la población. Sí, este ejemplo no tiene nada de ficción. Ahora pensá que, en ese contexto, necesariamente habrá personas que asumirán la responsabilidad de construir e inventar las múltiples respuestas sociales y económicas. Eso implica garantizar la alimentación básica, los recursos, la situación habitacional, el cuidado de las y los más peques y de las personas mas ancianas, su salud y educación; como así también mantener una actitud de esperanza frente a este contexto desolador y desmoralizante. Ese es el escenario. Entonces, ¿estás pensando en cuerpos feminizados que llevan adelante todas esas tareas? Sí, no decimos ninguna novedad: son las mujeres nuestro personaje principal.
Ahora bien, si la representación es tan fácil de hacer y comprender, ¿por qué será que las tareas comunitarias, de cuidado y de acompañamiento son tan imprescindibles como invisibilizadas? En esta segunda entrega del Especial ¿Quién defiende a lxs Defensorxs? nos preguntamos por quienes sostienen la comunidad en el contexto de la pandemia por COVID 19. Entonces, más allá de que existen muchos trabajos esenciales que posibilitan la continuidad de cierta estructura política y económica, las tareas cotidianas de cuidados son las que permiten la verdadera supervivencia. Esto no es nada nuevo, hace parte de una certeza histórica e irrefutable que los feminismos ponen siempre en la discusión: el trabajo “reproductivo”, cotidiano, no remunerado, que se relaciona con las tareas de cuidados y el mantenimiento de la vida de los pueblos es la base constitutiva del modo de producción que estructura a la sociedad. Por mucho tiempo, los feminismos señalaron su preocupación por la invisibilización y falta de reconocimiento de dichas tareas. Hoy, la crisis global no sólo las pone en evidencia nuevamente, sino que también nos permite desarrollar una posibilidad estratégica e histórica que ya conocíamos: nosotras movemos el mundo.
A esta hora, exactamente, hay una mujer cuidando. Mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries que no sólo sostienen las tareas de cuidados, entendidas únicamente como parte de la reproducción del sistema, sino que también construyen y proponen nuevos modos de alterar el orden vigente. A esta hora, y en cualquier momento, hay ollas populares, roperitos comunitarios, comedores, colectivos de acompañamientos contra violencias, tomas de tierras, cooperativas de trabajo, mingas que se proponen contener y acompañar a su comunidad, y que además muestran nuevas formas de relacionarse y organizarse. Como en la crisis de finales de los noventa en la Argentina, otra vez, miles se encuentran en espacios fuertemente feminizados para sobrellevar la desolación en comunidad. Pero ahora es distinto. Contamos con una historia reciente de visibilización feminista y quienes asumen las tareas de cuidado lo saben. Son las que construyen en nuestros barrios, territorios y comunidades quienes defienden nuestra vida digna y, también, nuestras semillas para nuevas revoluciones y mundos.
Eso que llaman amor…
Pero estas líneas no se tratan solamente de una propuesta de sensibilización sobre los mandatos que se esconden en las tareas de cuidados. Ciertamente, aquellas tareas y trabajos no remunerados y llamados “de reproducción” también se reflejan en los números. En el informe realizado por la Dirección de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía se comunicó que el Trabajo Doméstico y de Cuidados No Remunerado representa un 15,9% del PIB. A su vez, se explicó que se trata del sector de mayor aporte en toda la economía, y detrás están la industria (13,2%) y el comercio (13%). En la publicación realizada el 1 de septiembre de este año, tras haber pasado más de 6 meses del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) por COVID 19, se explica que “en total, se calcula que se trata de un aporte de $ 4.001.047 millones de pesos, valor que resulta de monetizar la gran cantidad de tareas domésticas que se realizan en todos los hogares, todos los días. Por caso, para tener dimensión de los que esto significa, Industria aporta $3.324.163 millones al PBI, y Comercio, $3.267.584 millones”. Finalmente, el estudio concluye que el 75,7% de las tareas son realizadas por mujeres que dedican “diariamente 96 millones de horas de trabajo no remuneradas a las tareas del hogar y los cuidados”.
Mural de Ailen Possamay
En lo que respecta particularmente a los meses de ASPO por COVID 19, el informe da cuenta de una estadística impactante aunque para nada reveladora: “mientras muchos sectores productivos presentaron caídas en su nivel de actividad, el trabajo de cuidados, por el contrario, aumentó su nivel al 21,8% del PIB y muestra un aumento de 5,9 puntos porcentuales con respecto a la medición sin pandemia”. Tal como lo afirma el informe realizado por la Dirección de Economía, Igualdad y Género, en medio de la crisis global, los trabajos y tareas de cuidados sostienen no sólo el funcionamiento de la vida a nivel local, sino también de la economía nacional.
Si bien las tareas de cuidados implican una cantidad importante de horas para su desarrollo y hacen parte de un trabajo esencial, tanto en el marco de la pandemia como lo han sido previamente, desde la Secretaría de Economía, Igualdad y Género explican que este tipo de labor “sigue quedando al margen del debate económico. Estas tareas no son reconocidas como productivas y no integran los modelos de análisis, ni aparece identificado su aporte a la economía”. Del mismo modo, la subestimación e invisibilización del valor que tienen las tareas de cuidados no remuneradas consignan aquellos trabajos remunerados que se caracterizan por el servicio de cuidar: maestras, enfermeras, trabajadoras domésticas, educadoras populares, cooperativistas, cocineras, entre otras, hacen parte del grupo social más desfavorecido en el salario. Y esto, claro está, no es ninguna coincidencia.
Sobre esta situación hablamos con Macarena Romero, integrante de la organización de Derechos Humanos de Migrantes y Refugiadas de la Argentina (AMUMRA), desde donde acompañan la integración social y económica, tanto de las mujeres migrantes y refugiadas como de sus familias. Respecto de la situación de las mujeres trabajadoras en el marco de la pandemia, sostiene Macarena: “Somos nosotras las que con nuestros cuerpos y con nuestro trabajo estamos sosteniendo toda la estructura del cuidado”. Desde una perspectiva de Derechos Humanos, Género e interculturalidad, AMUMRA asegura que las violencias y desigualdades se acentúan de manera interseccional, es decir, que no es lo mismo ser mujer y migrante que no serlo. Sobre todo en un contexto de crisis. “Lo que observamos nosotras, particularmente en el caso de las mujeres migrantes que son trabajadoras de casa particular, es que muchas de ellas no están registradas y trabajan de manera informal. Todo eso lo que hace es profundizar las vulnerabilidades previas que ya existían, las cuales siempre estuvieron expuestas por su condición de mujeres, por su condición de migrantes, por su condición de racializadas y de empobrecidas también a partir del trayecto migratorio”, explica Romero.
Según Macarena, en el marco de la pandemia, la situación derivó primero en un importante número de despidos masivos y suspensiones de salarios, dada la informalidad de sus contrataciones. En ese sentido, asegura que “un gran porcentaje de las mujeres migrantes que se desempeñan con trabajos de casa particular son jefas de hogar, con lo cual muchas de ellas se vieron en la necesidad de continuar sus tareas poniendo en riesgo la propia salud, la de su familia y exponiéndose también a riesgos legales que podrían impactar en su estatus migratorio”. Por otro lado, aquellos subsidios estatales que se propusieron como “ayudas económicas” frente a la crisis, como lo es el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), profundizaron las vulnerabilidades existentes por la imposibilidad de que “las compañeras migrantes pudieran acceder al IFE teniendo en cuenta que se solicitaban dos años de residencia permanente en Argentina para poder acceder a este ingreso y esto dejó afuera un gran porcentaje de compañeras”.
Según el informe realizado por Natsumi Shokida del equipo de dato de EcoFeminita sobre las Trabajadoras del Servicio Doméstico en la Argentina, se puede ver la magnitud que tiene dicha ocupación en nuestro país, así como la fuerte feminización y su estrecho vínculo con la división sexual del trabajo que lo caracterizan. Lo mismo sucede con “el acceso a derechos y bajos ingresos que perciben a cambio de su trabajo”. Desde Economía Femini(s)ta, explican que “en las grandes ciudades del país, pueden contarse casi 900 mil personas que componen al sector. A su vez, la tasa de feminidad del sector es del 98,5%. Es decir que casi en su totalidad se trata de trabajadoras mujeres”. Las trabajadoras que realizan tareas domésticas y de cuidado en hogares particulares, según el informe realizado por Natsumi Shokida, representan un 16,4% dentro del total de ocupadas mujeres. Es decir que “cada 6 ocupadas en Argentina trabaja en este sector de la economía. Al mismo tiempo, estas trabajadoras representan un 21,6% dentro del total de ocupadas-asalariadas. O sea, que dentro de las mujeres que trabajan en relación de dependencia, alrededor de 1 de cada 5 tiene como ocupación principal el trabajo en hogares particulares”.
Shokida, Natsumi S. (05/03/2020) Las trabajadoras de servicio doméstico en Argentina. 1er trimestre de 2020. Economía Femini(s)ta
Llevando este mismo análisis a la práctica cotidiano, desde AMUMRA se proponen distintas estrategias colectivas para sobrellevar la situación. Así lo explican: “Desde el inicio de la pandemia tuvimos que hacer el gran esfuerzo de adaptar nuestro trabajo, que siempre es de carácter territorial, al ámbito de la virtualidad y en esa línea organizamos espacios de Zoom donde asesoramos tanto en trámites de regularización documentaria como legalmente a las trabajadoras de casa particular, y también brindamos asesoría en la gestión para la solicitud del IFE”. Sostiene Macarena Romero que si bien desde la sociedad civil se encuentran haciendo un enorme esfuerzo para acompañar y para asesorar a sus compañeras en este contexto, “es desde la política pública donde podemos generar un cambio para realmente en comenzar a pensar los cuidados como estratégicos y como un recurso central en nuestras sociedad”. Desde la experiencia de AMUMRA se puede ver que “las compañeras que se dedican a las tareas de cuidado y que gestionan hogares que no son los suyos mientras están solas, hoy están sorteando con mucha dificultad los meses sin salario. Y nos presentan, en este tiempo de mundo cerrado, que lo que queda del otro lado del muro no es igual para todes, y mucho menos para ellas”.
Si bien el diagnóstico realizado por AMUMRA ante el actual contexto de las trabajadoras de casas particulares es desalentador, también nos muestran que desde el colectivo se pueden construir alternativas. Entre ellas, recientemente crearon la feria migrante virtual 2020, sobre la cual explica Macarena: “Es un espacio donde hay más de 60 emprendimientos de mujeres y diversidades migrantes y refugiadas, hay productos y también servicios ofrecidos en una plataforma virtual”, y a la cual se puede acceder simplemente haciendo click acá.
Quedate en comunidad
Durante los primeros meses del ASPO por COVID 19 la consigna “Quedate en tu casa” fue utilizada como estrategia de comunicación tanto por el gobierno de Alberto Fernández como desde los mismos medios de comunicación y distintas redes sociales. Si bien las intenciones de la consigna no pueden cuestionarse, ya que se proponía evitar la mayor circulación del virus en la sociedad como medida de cuidado, en los barrios más poblados de las ciudades del país, que no casualmente son los más empobrecidos, la consigna se modificó en un “Quedate en tu barrio”. Y sí, cuando el hacinamiento y la falta de servicios básicos son un cotidiano, no existe posibilidad de quedarse en la casa. Sobre esta problemática estaremos trabajando en una de las próximas notas del especial. Pero volvamos a lo nuestro, en este caso, la comunidad es lo esencial y, como vimos, al frente de la comunidad y los cuidados están las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries de cada barriada popular.
Desde esta perspectiva, un colectivo de organizaciones de la ciudad de Buenos Aires realizó la campaña “Somos Esenciales”, y dialogamos con algunas de sus integrantes. A través de esta propuesta, Eva Socompi de la Asamblea Lucha y Libertad en la FOB nos cuenta: “El nombre de Somos Esenciales lo pensamos porque nuestra tarea hoy es imprescindible para aquellas familias que no la están pasando bien con la pandemia y no tienen con qué comprar sus alimentos”. “Nosotras somos mujeres esenciales en estos tiempos tan difíciles -explica su compañera, Berta Flores Chambi-. Nosotras salimos a luchar a las calles, pero salimos con nuestras ollas porque hemos visto la necesidad de cada compañera, porque cada mujer en su hogar es el sostén. Qué mejor que nosotras que vemos lo que falta en nuestros hogares, y en estos tiempos tan difíciles por todo ello hemos decidido hacer las ollas populares en las calles”.
Por otra parte, María Benítez, de la Asamblea de Mujeres del MTD Lucha y libertad, cuenta que “la situación en los barrios es muy compleja. Desde los barrios denunciamos que nos han abandonado; no tenemos agua, comida, luz, no hay recolección de la basura, nos quedamos sin trabajo y no tenemos acceso a la salud”. Por eso reafirma: “Somos esenciales porque somos las que estamos garantizando la olla popular en los comedores y organizaciones de los barrios donde comen miles de personas que dependen de eso para sobrevivir”. Por su parte, Eusebia Mamani, integrante de la Gráfica La Voz de la Mujer y de la Asamblea de Mujeres del MTD lucha y libertad, encuentra un espacio de comunidad y organización, y los transmite: “Aprovechamos esta instancia para hablar con todas nuestras compañeras, que somos migrantes, y salen muchas cosas: tenemos asambleas y ollas, nos gusta ver a la gente que viene a nuestra organización a cocinar y quizás son de otros lugares y hay compañeras que son de Paraguay, Perú, Argentina… ¡De todos lugares! Y nos ponemos a intercambiar. Charlamos, hacemos reuniones, nos gusta ese lugar estando preocupados por la gente y acompañándonos entre nosotras como compañeras de la organización. Esa es nuestra alegría más hermosa”.
Respecto del conurbano bonaerense, la situación no difiere de la relatada anteriormente, tanto por sus dimensiones como por su historia. Incluso, muchas veces se encuentra más desfavorecida. En ese marco, Moreno es uno de los municipios más empobrecidos que hoy, en plena pandemia, se sostiene por la solidaridad de la comunidad. Por eso hablamos con dos referentas territoriales, defensoras de los derechos de sus barrios.
Carina Leguizamón, de la Casa Joven Diana Sacayán y la Red de Mujeres de Moreno integrada por desocupadas y sobrevivientes de violencias machistas e institucional, nos habla desde el Barrio Las Casitas de Casasco. Allí trabajan con una perspectiva feminista, de clase, antiyuta y anticarcelaria, realizan merenderos y ollas populares comunitarias sin ayuda del Estado municipal. “Todo es a pulmón y perfil bajo por decisión de las compañeras -comenta Carina-. No queremos levantar banderas detrás de las barbaries que comete el Estado con nuestres vecines”. Sobre el actual contexto, sostiene que es “gracias al acompañamiento entre vecinas por el que sobrellevamos está situación tan penosa. Como comunidad nos reinventamos con ferias virtuales, comprándonos entre nosotres, desde elaboraciones como indumentarias, armamos redes, grupos de WhatsApp, bingos virtuales solidarios, y entre tantas otras cosas”. “Nuestra lectura es muy simple y breve -relata Carina-, somos muy pocas las que tenemos conciencia de clase y solidaridad con el pueblo oprimido. Vimos muchos manoseos, pero nos tenemos, seguimos de pie y existimos porque resistimos”. En esa línea, sostiene que la situación es grave: “No tenemos acceso a la salud, que es lo primordial en estos tiempos de pandemia, no tenemos acceso a ningún derecho en un contexto de permanente criminalización de nuestra juventud y ni hablar lo que es la falta de acceso a la justicia. Abunda mucho el ninguneo, la subestimación hacia las referentes territoriales cuando acompañamos a alguna víctima. Tampoco hay acceso a la salud mental para contener a compas que salen de situaciones de violencia extrema junto a sus niñeces. El hambre y desocupación, el hacinamiento en el que viven hoy millones de familias, la falta de acceso a la vivienda, el techo es primordial para poder cumplir la cuarentena”. “Hoy -refuerza Carina, de la Casa Diana Sacayán- hay miles de familias conviviendo con este dolor y el Estado siempre ausente”.
Lali Alderete es referenta de Mujeres al Pie del Cañón y nos habla desde su barrio. Para Lali, “la situación del barrio es compleja, ya que si bien es un barrio obrero, la mayoría trabajaba de manera informal, y la actual pandemia nos llevó a pensar soluciones colectivas”. En el barrio El Cañón también se creó una olla popular como forma de contención entre vecinas, y así lo explica Lali: “Si ‘quedate en casa’ iba a ser que no salgan, no iban a tener ningún tipo de ingresos para alimentos básicos. Por eso a las dos semanas de que se dictó el primer aislamiento ya nos organizamos con algunas compañeras del barrio. Empezamos a realizar una olla con ayuda del aporte del sindicato de docentes de la Universidad de Luján, que nos dieron unos manguitos para que arranquemos. También sumamos alimentos secos que vienen de parte de Desarrollo Social, ganados a través de las luchas en las calles del Movimiento Piquetero 29 de Mayo, y nos organizamos para contar con una cuenta bancaria en donde mucha militancia compañera ayuda con lo que puede y resuelve el tema de los frescos que serían la carne y las verduras”.
Para Lali, el acompañamiento entre vecinas es también lo que posibilita sobrellevar la situación. Y cuenta que si bien “esta vez se ven varones también en la fila, no como antes en tiempos del 2001, donde sólo las mujeres salían porque los varones estaban deprimidos. Pero la reacción es distinta, las mujeres se ponen a hablar y generan vínculos. Vemos que no pasa lo mismo con los varones que no dialogan y están con una sensación de derrota, desánimo, vienen rotos, con poca esperanza”. Por eso, relata la referenta: “Seguimos pensando que son las mujeres en las que lamentablemente recaen los cuidados, vemos mujeres con los teléfonos explotados de tareas para sus hijos e hijas. Nosotras nos paramos con nuestra perspectiva feminista frente a una situación de clase. No sólo estamos pensando estrategias para toda la sociedad porque sabemos que cuando vuelva ‘la normalidad’ va a haber un quiebre tremendo de la economía”. Y sobre eso, también, construyen alternativas: “Estamos pensando distintas cooperativas autónomas para que se pueda activar la economía de las compañeras, pero también de algunos vecinos. Tenemos pensado armar una cooperativa con toallitas reciclables para las propias vecinas y también para vender posteriormente. También pensamos en alguna cooperativa textil, una de albañilería y otra de comida. Toda esta situación de pandemia hace que el ‘tiempo muerto’ te habilita la posibilidad de pensar un montón de cosas en colectivo ya que antes nos pasábamos muchas horas fuera de la casas y ahora podemos pensar más estrategias porque es en la práctica donde se desarrollan nuestras teorías y proyectos”, explica Lali.
Po su parte, desde el conurbano sur, más precisamente desde Lomas de Zamora, María Hornos y Verónica Toloza de la organización Chicos del Sur, que trabaja con primera infancia, ubicada en Villa Centenario, relatan: “Nosotras somos educadoras, enseñamos a compartir, a hacer las tareas todos juntos, poniendo la mesa y lavar los platos. Tenemos organizados seis grupos, divididos por edades. Hacemos distintas actividades como panadería, lectura, apoyo escolar. Cada vez que tenemos una marcha, trabajamos todos juntos con la producción de carteles, banderas y pancartas”. En lo que respecta al actual momento de pandemia en el barrio, sostienen que la situación “es complicada, porque muchas familias se quedaron sin trabajo. Porque no se puede abrir los colegios ni los comedores, y no tienen ni un plato de comida, no pueden sostener a los chicos adentro y están todo el tiempo afuera y sin barbijo”. Por eso sostienen la importancia de los acompañamientos entre vecinos y vecinas: “Desde los primeros días se veían vecinos acompañando y haciendo la olla para quienes más lo necesitaban. Algunas ollas en este contexto no se pudieron sostener más y otras se convirtieron en esfuerzos que aún se mantienen. Nosotras venimos haciendo una olla los fines de semana, somos un grupo que ponemos un poco entre cada una junto a otros vecinos que colaboran y así seguimos haciendo la olla. A su vez, desde chicos del sur repartimos la mercadería a todos los chicos y chicas que asistían al comedor”.
Las tareas de cuidado: la estrategia feminista
A modo de conclusión, invitamos a la investigadora feminista, Verónica Gago, que hace mucho tiempo destina sus estudios a la temática en clave feminista. Para Verónica, “las tareas de cuidado durante la pandemia se han mostrado estratégicas. Han asumido una centralidad. Son totalmente imprescindibles, porque están en la primera línea frente a la urgencia de la crisis y desmienten de manera práctica todas esas atribuciones de que las tareas de cuidado son poco relevantes, desvalorizadas en términos políticos y son una actividad menor o de poca importancia”. En este sentido, sostiene Gago que, si bien, “los feminismos vienen hace décadas discutiendo y empujando sobre todo en términos de luchas concretas, esta esfera de la reproducción social, es decir, la capacidad de sostener y reproducir de manera cotidiana la vida personal y colectiva a través de distintas generaciones, se ha evidenciado en su carácter productivo, e insisto, estratégico”. Entonces, frente a la crisis “esto que viene siendo un debate y un conjunto de prácticas de larga data se han evidenciado de manera masiva como un aspecto fundamental de nuestras sociedades históricamente despreciado y utilizado como forma de dominio sobre mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries. Pero también migrantes y, en este sentido, lo que la pandemia ha mostrado es justamente lo importante de los feminismos para nombrar, visibilizar, dar cuenta de todas estas tareas con un lenguaje propio y con una genealogía de luchas políticas muy importantes”, reflexiona Gago.
Ante el actual contexto de enorme visibilización de las tareas de cuidados, la investigadora feminista propone dos puntos claves que nos sirven como disparadores para propuestas superadoras y reflexiones futuras:
1) Pensar la feminización de las tareas de cuidado en el marco de lo que significan frente a la privatización de servicios públicos, como sucede en la mayoría de nuestros países, donde los servicios de atención a la salud, vivienda, educación han sido desfinanciados, privatizados e incluso vaciados. Esta privatización de servicios públicos se traduce en una mayor exigencia de trabajo reproductivo por parte de las mujeres en particular. Entonces, ahí hay una relación problemática completamente profundizada: a menos servicio público, más trabajo reproductivo gratuito o mal pago de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries. Pero, sobre todo, también implica una mayor explotación y uso del tiempo para estas tareas y, en general, de manera gratuita.
2) Los mandatos de géneros: este punto también se venía discutiendo de manera muy fuerte por parte de los feminismos a través de los paros, movilizaciones, asambleas feministas. Históricamente son también asociados a las tareas de cuidado, es decir, representan fórmulas que obligan a ciertos cuerpos a asumir tareas de manera gratuita o baratas y precarias. Esas asignaciones históricas están vinculadas a que sean en general las mujeres las que cuidan, y que eso debe hacerse en un marco familiarista, heteropatriarcal y, por lo tanto, la tarea de cuidado y de reproducción queda confinada en general a los espacios del hogar o a los espacios entendidos como privados, y supone todo este armazón familiar y heterosexual. Esto se venía discutiendo de manera radical y es uno de los puntos claves de la crisis: cómo no se naturaliza que sean ciertos cuerpos los que cuidan, cómo no se pone a estas tareas tan estratégicas de nuevo asociadas a mandatos de género, incluso cuando se está discutiendo el reconocimiento salarial y en términos de derechos de estas tareas es fundamental desacoplarlas de los mandatos de géneros que llevan implícitos.
Mural de Ailen Possamay