Musa Juwara tiene 18 años y es gambiano. Juega en el Bologna, en la primera división del fútbol italiano. A los 14 dejó su pueblo y se embarcó en un viaje que lo llevó a recorrer medio continente africano hasta llegar a un barco que lo condujo a Europa. Su historia es una excusa para hablar de migraciones, prohibiciones y negocios.
Por Ivan Barrera
Cruzar el Mediterráneo es la cuestión. Esa enorme masa de agua que geográficamente divide Europa de África y Asia e históricamente divide conquistadores y conquistados, saqueadores y saqueados, primer mundo y periferia, capital y extractivismo. Cruzar el charco no es una opción más, sino la última, la que pone en riesgo la vida de miles de migrantes que buscan en la región norte un futuro más próspero. Cada año ellas y ellos se suben a precarias y hacinadas embarcaciones para escapar de la pobreza, de las guerras, de las intervenciones militares; arriesgan su vida en busca de un mañana mejor. En el medio la marea, las inclemencias climáticas, el mal estado de las embarcaciones y las políticas antimigratorias atentan contra ese sueño.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) lleva registros desde 2014. En estos poco menos de seis años, más de 20.000 personas murieron buscando cruzar el Mediterráneo, según cifras oficiales. En lo que va de 2020, y a pesar de que la pandemia dificulta la tarea, ya se contabilizaron más de 800. Sin embargo, el pico de migrantes fallecidos y fallecidas intentando cruzar el Mediterráneo, se registró en 2016, con una cifra de 3.800 personas. Pero entre los que sí llegaron ese año se encuentra Musa Juwara, quién había emprendido su viaje 12 meses atrás.
Un largo camino a (una futura) casa
Musa nació en Tujereng, en la costa este de Gambia. Desde pequeño fue criado por sus abuelxs, luego de que fuera abandonado por sus su madre y su padre. Gambia es uno más de los países que sufrió el saqueo colonial. Se constituyó como república independiente del Reino Unido apenas hace 50 años y en su historia ha tenido solo tres presidentes, producto de los golpes y las intervenciones militares. El 73% de su población vive debajo del nivel de pobreza, el 40% de los varones no sabe leer ni escribir. Esa cifra llega al 60% en las mujeres, quienes además sufrieron de mutilación genital hasta 2015, cuando fue prohibida, aunque se estima que el 75% de las mujeres ya lo padeció.
Musa tenía apenas 14 años cuando cargó su mochila y decidió emprender viaje en busca de un mejor futuro, en Europa. Corría el año 2015 cuando recorrió Gambia, Senegal, Mauritania, Sahara Occidental y Marruecos, hasta llegar por fin a Túnez un año después; fueron más de 5.200 kilómetros.
De costa a costa entre Túnez e Italia hay al menos 200 km de mar abierto en línea recta. Esta es una de las tantas rutas migratorias que conectan Europa con Asia y África por el Mediterráneo. Las embarcaciones que desafían este trayecto suelen ser lanchas, gomones o pequeñas embarcaciones de madera que lejos están de tener las condiciones necesarias para tamaña travesía, mucho menos cuando su capacidad máxima es sobrepasada ampliamente. Quienes logran subirse a un barco suelen pagar un promedio de USD 700 a traficantes que prometen condiciones que nunca existen. Una vez arriba, comienzan una travesía totalmente incierta. Algunas embarcaciones pasan días o semanas en mar abierto, sin agua, techo ni comida. El mar acecha, como el calor del día, el frío de la noche, las lluvias, la sed y el hambre.
Las políticas anti migratorias de los países costeros en particular, y la nula toma de posición de la Unión Europa en general, hacen que el cruce sea tan peligroso como rentable. En una nota con la BBC, Giampaolo Muscemi, quien trabajaba para uno de los traficantes, estimó que el tráfico de personas en el Mediterráneo “es un negocio que mueve hasta 650 millones de dólares al año. Cuando los gobiernos cierran rutas, el negocio se vuelve más rentable porque el viaje es más largo y peligroso. No se puede parar, lo único que puedes hacer es gestionarlo lo mejor posible”.
El año en que Musa llegó a Túnez, se estima que 25.000 menores de edad habían cruzado el mar. El barco en el que viajaba, junto a más de 500 personas, fue rescatado por la ONG alemana “Sea Watch” en mar abierto y llevado hasta las costas italianas. Sea Watch es una de las pocas organizaciones que rescata y lucha por los derechos de las y los migrantes que cruzan el Mediterráneo. Se enfrenta constantemente a litigios internacionales, multas, sanciones y embargos. Sus buques y avionetas son prohibidos, y el año pasado fue conocido el caso de la capitana Carola Rackete, quien fue arrestada luego de llegar a la costa italiana con 40 personas que había rescatado en el mar, luego del naufragio de una embarcación.
Jugar al fútbol, ganar en equipo
Musa llegó a las costas sicilianas y fue aceptado como refugiado al tratarse de un menor de edad sin acompañantes. Lo derivaron a un centro de refugiados en la pequeña localidad Ruoti, en la provincia de Potenza, en la costa sur italiana. Allí, en el centro de refugiados, Musa comenzó a jugar con la pelotita y a llamar la atención de propios y extraños. Tanto fue así que el club Virtus Avigliano de la región le puso los ojos y lo invitó a jugar.
Pero el tema no quedó solo en la pelotita. El fútbol es un juego, pero es también familia, amistad y compartir. El fútbol es un juego de equipo, que se juega con el otro, con la otra. No se puede jugar solo: si no hay equipo, no hay fútbol. Y el que entendió de fútbol y de otredades fue el entrenador del Virtus, Vitantonio Suma, quien tomó la tutoría legal del joven Musa junto a su esposa, Loredana Bruno. Ambxs abrieron las puertas de su casa y en poco tiempo tramitaron su adopción. Cuentan sus allegadas y allegados que si hubo un cambio cultural que le costó a Musa fue la comida: “Solo quería pechuga de pollo y refresco de naranja”. “La primera vez que vino a almorzar preparé espagueti y pescado, pero comió muy poco. Obviamente, se lo perdoné…”, cuenta su madre, quien se encargó de integrarlo en el colegio de Ruoti: “La primera y única petición que me hizo fue ir a la escuela”. Así que ahí estaba Musa, a dos años de recorrer medio continente, de subirse a un barco sin saber si bajaba, de patear pelotas en el centro de refugiados a tener una familia, padres, dos hermanos, una escuela, amigos, amigas, y un club de fútbol.
¿Y colorín colorado? No, la historia de Musa recién comienza. En su primera temporada con el Virtus, marcó 29 goles, y fue decisivo para que el equipo ganara el torneo regional y lograra el ascenso. Debut y despedida para Juwara, porque rápidamente avivó a los clubes de la Serie A y empezaron a caer ofertas.
El primer contrato profesional lo firmó a los 17 años con el Chievo Verona. Musa sabe lo que es correr de atrás, en la vida y en el fútbol, y no dudó en que correr de atrás es también tomar impulso. Juwara arrancó en la reserva, tuvo un corto paso por las juveniles de Torino, donde marcó tres goles en tres partidos, y volvió a Verona. Aún con 17 años, comenzó a ganar minutos en la reserva, anotó ocho goles en los primeros quince partidos, y rápidamente pegó el salto a la primera. El 25 de mayo de 2019 saltó a la cancha para enfrentarse al Frosinone Calcio en su primer partido oficial en la máxima categoría del Calcio italiano.
Su potencial era evidente y, un año después, fue fichado por el Bologna, quien pagó 500.000 euros por su pase. Como ya es su costumbre, nuevamente corrió de atrás Musa, y otra vez pegó el salto. En la filial del Bologna metió 13 goles en 18 partidos, lo que alcanzó para ser llamado para jugar con la primera llegó enseguida. Debutó en la Copa Italia en noviembre del año pasado, y ya comenzaba a afianzarse en el primer equipo sumando minutos.
Un gol que retumba en el océano
La pandemia que generó el COVID-19 paralizó al mundo. Y cuando se paraliza el mundo, se para el fútbol (y viceversa). El Calcio Italiano estuvo inactivo poco menos de cuatro meses y con su retorno también volvió a rodar la pelotita para Juwara, que en el primer partido ingresó para ver a su equipo ser derrotado por la Juventus de Dybala.
Pero el 5 de julio pasado, a sus 18 años, Juwara viviría un día importante. Ese día se disputaba un Inter – Bologna en San Ciro, la casa de los nerazzurri. El equipo de Lautaro Martínez se puso en ventaja luego de que Lukaku aprovechara un rebote a los 22 minutos del primer tiempo. El partido se ponía cuesta arriba para los boloñeses porque el Inter asediaba y tenía con qué. Los locales peleaban el campeonato mano a mano con Juventus, mientras que Bologna estaba comodísimo en mitad de tabla esperando el inicio de un nuevo torneo.
A los 57 minutos todo se puso más cuesta arriba: fue expulsado Roberto Soriano y, cinco minutos después, Lautaro Martínez tenía la chance de incrementar la ventaja ante los 12 pasos. Pero falló. A los 65 minutos, Siniša Mihajlović, ex defensor de la ex Yugoslavia y actual técnico de Bologna, decidió mandar a Musa a la cancha. A los pocos minutos, tuvo la primera: la acomodó de cabeza adentro del área y sacó un zurdazo desde el aire que llegó a tapar el arquero. Sin embargo, a los 74 minutos se dio el quiebre. Tras un lateral, volvió a sacar un zurdazo endiablado, que se coló pegadito al palo. Seis minutos después, otro Musa, otro gambiano, le traería otro dolor de cabeza al Inter. Musa Barrow conectó otro zurdazo y puso el 2 a 1 final para los bologneses.
Cuando el partido terminó, cuando el joven Musa, el que había recorrido media África, el que ya había corrido media cancha gritando el gol con todas sus fuerzas, habló ante los micrófonos del medio DAZN: “Antes que nada, tengo que agradecer al entrenador, porque dejarme jugar contra el Inter no es tarea fácil. Quiero dedicar mi primer gol de la Serie A a mi familia y a todos los que me ayudaron a llegar aquí. No pensé que entraría. Entreno bien, pero no esperaba jugar contra el Inter. Mihajlovic confió en mí y por eso debo agradecerle. Soy joven para jugar y marcar contra el Inter. Es un sueño que recordaré toda mi vida”.
El fútbol siguió, el Inter perdió el campeonato en la última fecha y el Bologna terminó en la doceava posición, pero blindó a Musa por el doble de lo que valía antes de comenzar la temporada y le aumentó el salario.
Tal vez esta sea una historia más de fútbol, pero Musa Juwara es, también, una excusa para hablar de migraciones, de los peligros que enfrenta una embarcación pequeña y frágil cargada de enormes sueños de vida, de los peligros climáticos y de los peligros humanos. La vida de Musa estuvo atravesada por muchos golpes y por muchas manos, por un buque que enfrenta las políticas antimigratorias para ayudar a las precarias embarcaciones y por una familia que lo recibió. Musa llegó, como necesitamos que algún día lleguen todos y todas, porque migrar no puede ser un negocio millonario de un lado y un muro del otro; sino que siempre, pero siempre, migrar es un derecho.