Ante las amenazas y acoso en redes sociales, las periodistas y comunicadoras feministas usan recetas para aplicar medidas de seguridad digital. Una advertencia de que es necesario preocuparse y ocuparse.
Por Florencia Goldsman* | Ilustración: Sra. Milton
Imaginemos: desbloquear el teléfono y leer “Puta vamos a violarte y corregirte”. Chequear los correos y recibir “Con esa cara de mal follada solo puedes escribir mierdas”. En la red azul y blanca un rápido rastrillaje por los comentarios: “Pedazo de mierda vamos a matarte, sabemos donde vives” . En la red del pajarillo una manada de twitteros desconocidos distribuyen nuestra dirección exacta y prometen mandarnos paquetes llenos de mierda hasta la puerta de nuestro hogar.
Todas las opciones anteriores son posibles. Y, si fuera poco, también podemos atestiguar cómo circulan nuestras fotos, minuciosamente editadas o con un verosímil videomontaje [1], en el cual aparecemos violentadas o muertas de mil y una maneras. Todas estas son vivencias de mujeres reales, recogidas a lo largo de los años por quienes investigamos las violencias de género en la red. Todas tienen un efecto paralizante.
En internet la violencia contra las mujeres abarca desde el acoso, el hostigamiento, la extorsión y las amenazas, el robo de identidad, el doxxing*, así como la alteración y la publicación de fotos y videos sin consentimiento. Todos estos ataques afectan de manera real la vida de las mujeres porque generan daño a la reputación, aislamiento, alienación, movilidad limitada, depresión, miedo, ansiedad y trastornos de sueño, entre otros. En este contexto surgen, por un lado, reclamos de mayores sanciones, más leyes y más control sobre lo que sucede en internet y, por el otro, recae sobre las mujeres la responsabilidad y, a veces también, la culpa de esas situaciones.
Los ataques en línea que colocan en la mira a las mujeres periodistas adquieren características específicas relacionadas con el género y tienen, en general, una naturaleza misógina y de contenido sexualizado. En este contexto, las mujeres periodistas cargamos una mochila más pesada: recibimos agresiones como comunicadoras y, también, como mujeres.
Cada día más urge sopesar estos ataques que por mucho tiempo fueron vistos como menores. “¿Te insultaron por Facebook? Despreocupate, ¿a quién no?”. “¿Amenazas en Twitter? No pasa nada, son trolls, máquinas automatizadas”. El peor de los sentidos comunes sobre nuestras relaciones con las tecnologías también quita mérito a las violencias en línea de cada día. Cuando, en realidad, cada opinión, mensaje o toma de posición proferida en internet que recibe un ataque violento a cambio pone en juego la pluralidad de voces fundamental a la hora de informarnos.
El informe ‘Mujeres Periodistas: Discriminación y Violencia basada en género contra mujeres periodistas en el ejercicio de su profesión’, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) publicado en 2018, resalta que la violencia en línea contra mujeres periodistas y comunicadoras puede, en casos extremos, conducir a la autocensura o a que las mujeres se retiren de la esfera pública, dejando el campo del periodismo dominado por los hombres, restando así voces diversas a los discursos hegemónicos que dan forma a los medios de comunicación tradicionales.
El informe de este organismo, creado para promover el monitoreo y la defensa de los derechos humanos, desglosa la violencia en línea como “todo acto de violencia de género contra la mujer cometido, asistido o agravado en parte o totalmente por el uso de las tecnologías de las comunicaciones TIC [Tecnologías de la Información y de la Comunicación], como teléfonos móviles y teléfonos inteligentes, internet y redes sociales, plataformas o correo electrónico, contra una mujer porque ella es una mujer, o afecta a las mujeres desproporcionadamente’”.
Es indiscutible: los índices de las violencias en internet dirigidas contra periodistas y comunicadoras no dejan de crecer. Así lo confirmó la Federación Internacional de Periodistas (IFJ, por sus siglas en inglés) que realizó en 2018 una encuesta con el resultado de que casi dos tercios de las mujeres periodistas han sido objeto de abusos en línea. En otras palabras: el 68 por ciento de las mujeres que trabajan en periodismo han sufrido acoso digital.
Dos tercios de las mujeres periodistas han sido objeto de abusos en línea
Destaca el informe de CIDH que el analizar en detalle las temáticas que las periodistas abordan da una pauta de qué es lo que puede desatar un mayor caudal de ataques. Son esos temas históricamente “vedados” para las mujeres en el periodismo: “La política, el derecho, la economía, el deporte y los derechos de la mujer, el género y el feminismo, aumenta la probabilidad de ser agredidas en línea. También se comprueba que los ataques son frecuentes cuando desenvuelven materiales relacionados a derechos de las mujeres y/o de la comunidad LGTBI y cuando se manifiestan para denunciar la discriminación por motivos de género”.
En resumen, las consecuencias de los ataques hacia mujeres periodistas redundan en la falta de perspectivas y voces femeninas en los medios de comunicación. El déficit de estas voces impacta de manera grave en la libertad y la pluralidad de la información hoy producida. En internet hay un continuum que perpetúa los escollos que las periodistas encontramos a lo largo de nuestros proyectos profesionales por fuera de internet.
Periodistas ocupadas en sus cuidados digitales
Latinoamérica es un territorio especialmente hostil para las mujeres comunicadoras. En este horizonte, a las tradicionales formas de la represión, se suma el ingrediente de la persecución en espacios digitales y los ataques organizados por enjambres digitales que los grupos antiderechos encabezan como forma de amedrentamiento a la libertad de expresión en internet. En ese contexto les periodistas se debaten entre la autocensura y los riesgos físicos, psicológicos y las campañas de difamación orquestadas por grandes empresas y Gobiernos.
Tal vez una de las lecciones más frustrantes en este horizonte es que, en el ámbito periodístico, las medidas de seguridad o cuidados digitales se toman cuando el daño ya fue causado. En otros términos, se confirma la temeraria premisa de que somos “hijes del rigor”. Se confirma, en la experiencia de las capacitadoras en cuidados digitales, que si las individualidades de la comunidad periodística no sienten que hay una imposición, una obligación, una sanción o una amenaza concreta las medidas de seguridad no se hacen efectivas. “Las personas que sí llevan adelante estas estrategias suelen ser personas que ya han sido amenazadas o acosadas. Después de un ataque, una amenaza o un acoso, empiezan a poner en práctica estrategias en seguridad digital y cambian hábitos”, explica desde la colectiva Ciberfeministas Guatemala, March.
No existen recetas para comenzar a aprender y aplicar medidas seguridad digital. Las medidas de cuidados para aplicar no son infalibles, así como tampoco lo son las tecnologías que usamos. Por eso la forma de abordar este tema debería ser holística: desde una mirada que considera también a la seguridad en una tríada física, psico-emocional ,y de la gestión de los datos y comunicaciones.
A primera vista, la reacción ante el convite para comenzar a aplicar cuidados digitales oscila entre la fobia, la pereza, y la sensación de pérdida de tiempo: parece complicado, espinoso y ajeno. La buena noticia es que cuando la idea de comunicaciones más seguras nos paraliza el mejor camino es hacernos preguntas. Mirar entre nuestras manos a esa mascota digital multicolor, ruidosa y vibrante (siempre ansiosa de datos) y preguntarnos: ¿es esta la herramienta que más me ayuda en mis comunicaciones?, ¿desde que tengo un celular trabajo más o trabajo menos?, ¿estar más tiempo conectada me trae más estrés o mayor relax?, ¿cuánta información personal guardo en este dispositivo? Y, ¿cuánta información privada tienen las empresas telefónicas cada vez que usamos el servicio?
Trabajar en periodismo teniendo en cuenta la sensibilidad de nuestra labor nos exige hacer un cambio: posicionarnos desde una actitud preventiva y ya no reactiva. Pues como sabemos, en muchos casos los ataques a la labor informativa ponen en riesgo ni más ni menos que la vida, así como debilita los ecosistemas informativos en nuestras comunidades. Veamos entonces de qué manera comenzar a cambiar la actitud a partir de algunas buenas prácticas de periodistas que trabajan en los territorios de mayor peligrosidad, como México y Centroamérica.
March, quien también es parte de la red de cuidados digitales latinoamericana Ciberseguras, nos comparte algunas medidas básicas, no por ello menos importantes, que han relevado en los trabajos de acompañamiento a las comunicadoras comunitarias y periodistas de la región mesoamericana. Entre algunos buenos hábitos, destaca el de usar los teléfonos móviles de manera segura, “porque los celulares son lo que más utilizan en terreno”. Las estrategias de cuidado mas observadas en periodistas son:
• uso de contraseñas seguras en celulares
• respaldo de información guardada en celulares, computadoras, memorias externas
• armado de estrategias para contacto de las fuentes (evitar realizar una conversación completa en Whatsapp o vía mensaje de texto)
• diseño de estrategias mixtas: iniciar contactos con las personas vía digital y luego seguir de manera presencial (en la medida de lo posible)
• activación de redes de apoyo local (no hay como una manada para sentirse protegida): resultan fundamentales las redes de amigas y de amigos, así como de colegas periodistas porque dan acompañamiento y ayudan a la estabilidad emocional
• manutención de perfiles diferenciados en redes sociales; después de revisar detalladamente las configuraciones de seguridad en Facebook, Twitter, Instagram, entre otras, la invitación es a manejar dos o más perfiles: uno personal y otro del medio al que representan (hay periodistas que cuentan un perfil de activista/periodista y un perfil personal en la que se contactan con amigas o familia)
• informar la geolocalización o ubicación: diseñar un protocolo en caso de viajes frecuentes para que las personas de la red de confianza estén al tanto de la ubicación e vayan monitoreando cada punto de partida y de llegada.
En este contexto, hay que tener cuenta que las prácticas y nuevos hábitos requieren tiempo, desafíos que se suman a las extensas jornadas que delinean el paisaje del trabajo periodístico. Esto exige, a decir de March, que “en tu labor como periodista tengas que tomarte un tiempo para adquirir estas prácticas mas seguras”. Señala la activista e investigadora guatemalteca que las estrategias que requieren un nivel un poco más alto de conocimiento técnico no siempre están tan presentes, como por ejemplo: tener una VPN*, instalar un KeepassX* o usar Tor*. El interés sobre aprender a usarlas se percibe en aumento, no obstante, para quienes precisan resguardar sus identidades al momento de hacer una investigación y tener mas seguridad en sus cuentas.
Falta mucho por recorrer en el ámbito de los cuidados digitales para periodistas, pero el aumento de los ataques digitales está haciendo reaccionar. Otra vez “el rigor” lleva a quienes trabajan como periodistas a prestar mayor atención y, en el mejor de los casos, a ponerse manos a la obra. “Los cuidados digitales se adaptan al momento y al estilo de vida, no siempre son un panfleto a seguir. Entonces cada quien utiliza lo que necesita según su contexto”, señala March. Y amplía: “Otra estrategia que es muy controvertida es la de alejarse de los espacios digitales. Una periodista contaba que decidió alejarse de los espacios digitales porque no podía más y esa fue su estrategia de cuidado en ese momento, optó por quedarse solo usando las plataformas digitales de los medios para los que trabaja”.
Los ataques en internet son un fenómeno diario que afectan y limitan las labores de un periodismo plural, diverso y democrático. Las amenazas implican cuestiones de seguridad y promueven la autocensura que, entre otros fenómenos impactan, y precarizan la profesión. No todo está perdido: la demanda de conocer más y desarrollar un espíritu crítico hacia las tecnologías crece en la comunidad periodística. Hay luz en el horizonte cuando la comunidad periodística espabila, no espera a que la ataquen, e inicia un proceso de autocuido en el ámbito de las comunicaciones digitales.
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*nota publicada originalmente en Píkara Magazine