Para recordar multitutes, el cronista elige su primer 26 de junio, aniversario de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Entre gente compañera y el fuego de las antorchas, un recorrido por la estación de tren hecha fiesta popular.
Por Iván Barrera
El 25 de junio de 2017 fue particular y extrañamente caluroso. Mi primer recuerdo arranca con los nervios y ese cosquilleo en la panza cuando la voz robótica del tren anunció “Estación Darío Santillán y Maximiliano Kosteki”. El sol se mezclaba con el calor humano y de las parrillas, y generaba ese halo especial que solo se siente cuando una partecita del pueblo se amucha en una calle, en una plaza o en una ruta bajo la misma bandera. Recuerdo la estación estallada con un popurrí de artistas, de espectadores, de infancias libres y alegres, de curiosos y de eventuales pasajeros del tren, como una gran olla popular de la que todxs somos un ingrediente y todxs nos llenamos las panzas.
Mi primera reacción fue buscar a personas conocidas que me explicaran cómo funcionaba eso. Algo así como cuando llegas al primer día de clases de una escuela nueva y querés, por lo menos, que alguien te abrace y te explique cómo funcionan las cosas ahí. Pero, claro, “los 26” (como se le llama cariñosamente al 26 de junio y a la previa del 25) funcionan por un motorcito impredecible que es la memoria activa: no hay agenda ni cronograma que aguante, el espacio-tiempo se vuelve irrelevante. Y ahí fui fluyendo, entre mates y abrazos, descubriendo artistas, artesanxs, compañerxs, luchadorxs incansables.
Es perderse en la muchedumbre y volver a encontrarse. Es como un gran pogo en el que siempre te encontrás con tus amigxs al final de la canción. Y en el medio del pogo, lo ves a Dario leyendo, a Maxi dibujando, en una de esas cae Pocho Lepratti, deja la bicicleta a un costado y se suma también. La ves a Norita y lo ves a Gustavo, ves a todas las madres y abuelas con sus abrazos. Lo ves a Fuentealba dando clases, a Santiago y Sergio Maldonado charlando de política, a Sandra y Rubén preparando un mate cocido con tostadas. Por un momento, por una tarde, no hay ausencias ni hay presencias: somos la ronda de Plaza de Mayo más grande del mundo con el Indio Solari cantando “Ji Ji Ji” mientras Rafita Nahuel toca la trutruca.
Fuegos en tu corazón
Cuando cae la noche la mística se enciende. Es algo muy loco. Si en este mundo hay algo más allá de lo que conocemos, la única prueba que tengo es el frío que empieza a calar cuando baja el sol y hace que afloren los pañuelos que tapan los rostros, que se enciendan fogatas, las ollas, y que los mates empiecen a girar más calientes, porque espíritu caliente y cuerpo frío no es una buena combinación. Son fueguitos que encienden fueguitos y encienden antorchas para alumbrar y calentar y enfilar hacia el puente a la hora cero.
Y ahí vamos, sobrecargadxs de energía, con la memoria activa y el corazón saturado de alegrías y tristezas, siguiendo un mar de fueguitos –más literal que nunca– que guían el camino desde la estación hasta el puente. Y ahí estoy yo, arriba del puente Pueyrredón; un puente que tantas veces había cruzado sobre ruedas. El asfalto que 24/7 banca las llantas de bondis, autos, motos, camiones, por una noche recibe la caricia de zapatillas que pisan a otro paso, de quienes se sientan a ranchar un ratito y de lxs que saltan al canto de “el puente es nuestro, la lucha que lo parió”. Por una noche el puente se viste de gala y recibe el reconocimiento de un pueblo que lo considera parte vital de una historia que no se debe olvidar.
Como dicen lxs zapatistas, “para todxs todo, para nosotrxs nada”. El puente es nuestro porque parió lucha y porque fue escenario de mil batallas. El puente es nuestro porque fue testigo exclusivo de cómo el aparato policial al servicio de los intereses económicos y políticos masacraron al pueblo. El puente es nuestro porque lo llenamos de amor, de fueguitos, de ollas, de mates, de canciones, de banderas, nunca de plomo. El puente es nuestro aunque en los nefastos años de macrismo quisieron borrar la historia impidiendo que subiéramos. Pero así son los dinosaurios, no entienden que el puente es nuestro aunque no subamos, como son nuestras las semillas de Darío y Maxi.
El día se cierra, las carpas a la vera del puente reciben a sus huéspedes y otrxs tantxs se vuelven a sus casas. El puente volverá a vibrar al mediodía, volverán a tronar las gargantas de los Santillán reclamando verdad y justicia, volverá a llenarse de zapatillas, de mates, de gritos y canciones. El calendario marcará que faltan 365 días para volver a encontrarnos en el mismo lugar y la pregunta que varixs nos hacemos es qué día cae, que ojalá caiga fin de semana así podemos estar desde la mañana temprano. Ahora el frío vuelve y el aislamiento lo hace más frío todavía. Porque el frío es lucha. Es mate, es abrazo, es calor humano, es olla popular, es corte de ruta y asamblea. El frío es 26 de Junio y es también junio y agosto de 2018, con una marea verde que aguanta la lluvia y el viento helado. El frío es lucha, y desde las trincheras esperamos los abrazos que nos debemos.