El especial 20 años de Fútbol de Primera, en Netflix, nos agarró en cuarentena. Y no sabemos si por eso mismo los recuerdos se nos vinieron al cuerpo y a las palabras. Dos adolescentes futboleras esperaban el domingo para ver los goles de su equipo y reviven esos tiempos donde la espera era parte de la vida.
Por Nadia Fink y Nadia Petrizzo
Hay sensaciones que viven pegadas a los huesos, escondidas, latentes. Un mínimo estímulo las despierta y vuelven. No sé si es que reaparecen o es que nunca dejaron de estar. Eso, te reconocés ahí, como si nunca hubiese pasado el tiempo. Renacen. Salen solas, como esa canción que no escuchabas desde los 12, pero suena y automáticamente la boca descarga cada palabra, la cabeza baila la melodía hasta el final. Sensaciones agazapadas, que estuvieron esperando el momento de salir y gritar desde cada poro.
Así nos sentimos cuando vimos el especial 20 años de Fútbol de Primera, en Netflix. Como esos recuerdos escondidos que salen todos juntos. Que se amontonan y que nos llevan a revivir tiempos idos y a mirar con la perspectiva de hoy. Con un par de años de diferencias, las dos volvimos a pasar las emociones por el cuerpo.
La una, hincha de River, dice: finales de los 90. Mirar fútbol, ser mujer, adolescente, vivir a 50 km del club de tus amores, no poder ir a la cancha. Entonces cada domingo la oreja pegada a la radio. En los relatos entraban los ojos, en los silencios el nudo en la panza. La mente dibujaba los pases, la cancha, las jugadas. Y, claro, los goles. Los mil escenarios posibles. Goles que gritaba a la ventana, como si la reja fuese el alambrado, como si el vecino fuese la tribuna contraria.
La otra, hincha de Newell´s, piensa: principios de los 90. Mirar fútbol, ser mujer, adolescente, vivir a 300 km del club de tus amores. Ir a la cancha más de visitante que de local. Y siempre la oreja pegada a la radio. Con partido principal y la cobertura de vestuarios posterior, que hacía que llegara el rumor de cómo había jugado tu equipo.
Eso sí, y en algo coincidimos: los goles sólo se veían los domingos a la noche. Los goles se veían sólo en Fútbol de Primera. No existía la inmediatez de twitter, ni había canales exclusivos de deportes; se usaba esperar para ver. Y esa espera sólo la entendemos quienes tenemos más 30, quienes vivimos cuando no existía internet, en tiempos sin celular. Se esperaba para todo. Esperar por los goles era como la espera de esa canción por la radio, que escuchabas el día entero hasta que sonaba y apretabas play/rec para grabarla en un cassette TDK. Tiempos sin Spotify. Tiempos que parecen prehistóricos.
De televisores chiquitos y camisetas enormes
Entonces, la espera del domingo a la noche era un ritual. Y en eso coincidimos, claro.
La una cuenta que el ritual se le extendía: era la lucha por el único televisor de casa. Sí, un solo televisor y la pelea. Éramos cuatro en la casa, y tres hermanas. Ser la del medio implica que nunca, pero nunca, lleves las de ganar, en nada, es ley por tu posición de origen. Elegir el canal los domingos era una estrategia que contemplaba ceder todo, lo que fuera.
Mirar el especial fue volver a esa adolescente, tener 14 años, estar enfundada en mi primera camiseta original en la que entraban 4 cuerpos míos. Encerrarme en la habitación, sintonizar la radio. Volvieron a caer como fichas las formaciones, como si el partido estuviese por empezar en 5 minutos. Ver en imágenes esas fotos que empapelaban mis carpetas del secundario y las paredes de mi habitación.
Para la otra la imagen es similar: volver a la adolescencia y a esa camiseta regalada que quedaba gigante, claro, en esa época no había “marketing” para mujeres futboleras y las camisetas eran las de la marca original, pensada para jugadores varones. Son los pósters pegados en la pieza con el televisor chiquito y mi viejo mirando juntxs Fútbol de Primera (porque el televisor grande estaba reservado para Ritmo de la noche que, desde mi pieza, despreciábamos).
Y aparecen los recuerdos grabados de cada una; los del club propio, claro. Para la una: El gol de Aimar a Boca de 1999 en el Monumental, festejo que tengo tatuado en el cerebro. El debut del conejito Saviola. Los cuatro fantásticos, el Clausura con las cabezas de colores en Rosario. Reírme con el telebeam, en ese momento tan tecnológico y hoy tan de la era mesozoica.
Para la otra son los campeonatos de los noventa, los años de Bielsa… La espera por el campeonato 1990, el “Newell’s, carajo” de Marcelo en hombros de los hinchas; los penales del 91 en la cancha de Boca y el barro por todos lados; Maradona con nuestra camiseta, la rabona en la cancha de Independiente; el campeonato de 2004, cuando aún existía el programa.
Pero, claro, también nos toca revivir esos recuerdos colectivos: Bilardo y su descarga por brindar en la cancha: “es Gatorade señorita, es Gatorade”; la vuelta de Maradona al fútbol argentino; el Topo Gigio de Riquelme a Macri; Racing campeón después de 35 años, mientras el país estallaba; el gol de Medero arrancando desde mitad de cancha y Araujo que dice: “si lo hace, me voy”, y deja solo a un Macaya siempre tibio. “Lo que viene, lo que viene” antes de cada corte. “Esto no es fubol, esto es fubol de primera”, decía cada jugador a quienes hacían actuar cuando no existían las redes sociales. La apertura de cada programa, donde el fanatismo por la hinchada era casi absurdo (esas hinchadas endiosadas al inicio y quienes eran “los mismos inadaptados de siempre que generan disturbios” unos minutos después).
Notar la transformación de los cuerpos de los jugadores, la llegada del fútbol atlético y de los jugadores modelos, las camisetas y shorts que se mantenían por temporadas. Sentir la transformación de nosotras mismas. Tener todos esos recuerdos en la piel y viajar 20 años atrás para reconocer hoy todas esas diferencias tan visibles. Porque el especial focaliza, como todo Fútbol de Primera, en los equipos denominados “grandes”. Boca o River ocupan casi toda la transmisión y, salvo campeonar, los demás equipos quedan afuera. Así sucedía también en aquellos años: cuarenta minutos al principio y cuarenta al final de River o Boca y los goles de los demás. El riesgo de ir al baño era grande: en esos minutos te perdías los goles de tu equipo para siempre. Pero, mientras recordamos formaciones que creíamos olvidadas, mientras pensamos a cuántos que hoy son técnicos vimos jugar, dejamos ese lugar para que el recuerdo genuino se cuele; ese que nos encontró pibas futboleras esperando el domingo como los tangueros esperaban los ravioles en familia.