El asesinato de Domingo Choc conmocionó a la sociedad guatemalteca, también desnudó los racismos existentes. Racismo, una palabra que tanto escuchamos estos días. El autor nos habla de furia y de digna rabia, que no es deseo de venganza, sino de justicia.
Por Chris Kummerfeldt Quiroa / Foto Festivales Solidarios
Supongo que inconscientemente no había querido buscar el video del cual todxs hablaban en estos últimos días. Creo que lo evité para resguardarme de la furia que -sabía- vendría.
Por fin, gracias a redes sociales, apareció en mi feed y ya no pude evitarlo. Tuve que resistir la tentación de esconderlo, ignorarlo u obviarlo; mi instinto era enterrarlo debajo de otras cien mil noticias y ventanas.
Fue agónico presenciarlo y todavía hay una parte de mi la cual se arrepiente de haber visto ese video. Pocas veces he sentido ese grado de indignación.
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Tenía ocho años cuando mi madre se volvió Aj’quij’a, sacerdotisa maya. Bruja.
Su mentor y guía fue Don Jacinto de la etnia Ixil. Durante ese tiempo intenté (dentro de las posibilidades que un niño tiene) seguir sus pasos. Acompañarla hasta conseguir su vara sagrada, el bastón ceremonial que representa el inicio del sacerdocio.
Desde entonces sigo el calendario lunar y celebro como propios sus días, energías, nahuales y ceremonias.
Estando en un colegio católico, allá por el año 1994, nunca me atreví a decirle a mis maestrxs y compañerxs que no me interesaba ir a misa porque la practicaba de diferente manera, en los bosques y junto a los ríos. En esa especie de misa donde la comunión era con el fuego.
Permanecí callando por esos años mi forma de espiritualidad.
En este último tiempo, y a veinticinco años de haber sido ese niño que ocultaba sus creencias, había notado -esperanzado- una mayor apertura de la sociedad hacia el conocimiento y la cosmovisión originaria.
Ingenuamente creí que eran sinceros el respeto y la tolerancia.
Hoy me doy cuenta que, al igual que en casi todo el resto del mundo, existe una corriente de polarización y extremismo, posible resultado de movimientos dialécticos históricos mucho más grandes que nosotrxs y nuestro terruño amargo. Sin importar cómo, el asedio continúa y es desgarrador.
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Lo que le hicieron a Don Domingo no tiene nombre.
Durante la guerra civil se intentó levantar las armas solo para encontrarse con la más asidua violencia reaccionaria e inhumana. La respuesta fue vil y todavía 24 años después de la firma, de la fingida paz, nos marca en cada calle y cada aldea.
Durante la era democrática se intentó clamar por justicia e igualdad por la vía pacífica, sin éxito. Sólo para encontrarse con palos, balas y un sistema diseñado para oprimir y subyugar, herencia de otros tiempos tan distantes como presentes a la vez.
¿Qué más queda, si no quieren por bien ni por mal? ¿Qué más queda por hacer entonces?
No sé qué rol juego en responder o pronunciarme, y la verdad poco importa. Lo que sí me queda es más que indignación: es la furia a la cual me había auto censurado por miedo a ser lo que puedo llegar a ser.
Ahora me doy cuenta que si algo traerá paz y justicia a nuestro pueblo es la furia. No simple indignación, que bien se podría quedar pasiva en salas y salones; auditorios y congresos.
La furia se mueve, ladra y muerde. La furia exacerba y carcome las entrañas, por eso nos obliga a gritar y exigir. Así como el fuego es sagrado, también lo es la furia. Solo la furia nos protege y nos salva de la indiferencia. Solo la furia nos permite tener esperanza. Esta furia limpia y sana. Transforma.
Esta furia se debe empuñar. No nos queda de otra.
No es paz ni es guerra, es furia. No deberíamos temer sentirla porque es lo más puro que nos queda.
Ya sea en la calle o en la montaña, yo me sumo si se me convoca, si hay otros que también la sientan.
Lo que le hicieron al Tata Domingo Choc es una declaratoria. Debería ser la última antes de que nos demos cuenta que hay que defender los ideales del respeto, la paz y la tolerancia. Y sólo nos queda la furia para hacer eso.
Contra el sistema, contra la ignorancia, contra la corrupción, contra la indiferencia, contra el fanatismo.
Si traen fuego a los nuestros, fuego le llevaremos al sistema que lo permite.
La autora Kimberly Jones hace algunos días y mientras protestaba afuera de un edificio en llamas en alguna ciudad de EEUU, lo resumió muy bien.: “…ustedes rompieron el contrato por 400 años cuando nosotrxs jugamos su juego y construimos su riqueza. Y ustedes vinieron y nos masacraron, ustedes rompieron el contrato. Así que, a mi parecer, le podemos prender fuego a toda esta mierda y aun así no sería suficiente. Ustedes tienen mucha suerte que el pueblo negro solo está buscando equidad y no venganza.”
Esta furia es justificada.
Esta furia es sagrada.