Una idea que ronda durante años, un sueño que se cumple. Entre la Cuba de Fidel y la Olavarría del Indio mediaron algunos meses y mucha felicidad en la familia de esta cronista. Celebrar las multitudes, hoy y siempre, es el legado de la revolución que nos sigue enseñando tanto.
Texto y foto por Camila Parodi
Crecimos construyendo distintos sueños y proyectos que rápidamente se contagiaban a toda la familia. La respuesta siempre era “algún día”. Así le decían a mi hermana mayor cuando pedía esos juguetes costosos que sólo conocíamos a través de publicidades de algún canal infantil. Pasaban los años y el “algún día” se convertía en el consuelo de los deseos, la satisfacción de pensar que tarde o temprano podría materializarse en plena década de 1990, cuando todo costaba un poco más. Primero fueron golosinas, juguetes, después instrumentos y hasta se empezó a pensar a lo grande, en viajes y recitales: el cielo en la tierra para cualquier familia de clase media progre que se quiere premiar con algunos “gustitos” mundanos.
Muchos sueños fueron pasando de moda, otros se concretaron sin mucho detenimiento en la huella que podían dejar. Pero había dos sueños que se mantenían como mantra con el paso del tiempo: conocer a la Cuba de Fidel y viajar en familia a alguna misa ricotera. Hay que decirlo: era la única misa que realmente motivaba a la familia completa (si mis viejos me permiten el chascarrillo).
Sin embargo, entre 2014 y 2015, el deseo se convirtió en una presión cuando circulaban rumores y noticias que anticipaban las dificultades de salud de nuestros dos ídolos. Y mi viejo que reflexionaba e voz alta, siempre con el mismo anhelo: “¿Qué pasa si Fidel nos deja antes?”, “¿cuál será el último recital del Indio?”. La economía de la familia se había beneficiado durante los últimos años y algunos ahorros comenzaban a picar en el bolsillo. “Un primero de mayo en Cuba, con Fidel y un mojito”, decía mi viejo al proyectar ese sueño. Y yo también pensaba para mí: “¿Existía mejor manera para festejar años y años de trabajo y aportes vaya a saber una para qué?”.
Y de repente es “algún día”
Era verano de 2015 y me estaba en La Paz, Bolivia (¡Cuándo no!). Cubríamos junto a colegas de Marcha la “re re elección” de Evo Morales en el Estado Plurinacional. Tan sólo cinco años antes del Golpe de Estado realizado contra el mandatario en noviembre del año pasado. Fuimos fiesta, celebración y multitud. Una multitud que aún hoy se reencuentra en tareas cotidianas, pero profundamente políticas, produciendo e intercambiando alimentos para abastecer a toda la población en el contexto de la crisis.
Estábamos fascinadas con esa vivencia. Y fue en ese mismo momento que me llegó un mensaje de texto: “Conectate, necesito la foto de tu Pasaporte”. Era mi viejo. Al ver que pasaron algunas horas y que yo no había registrado la urgencia que ameritaba la situación, reforzó: “Estoy sacando pasajes para Cuba, nos vamos en mayo. Es ahora o nunca”. El salto que pegué mientras leía su mensaje en la cama del Hotel Torino sigue siendo inolvidable. Mis amigas miraron sorprendidas. “Me voy a Cuba”, exclamé, y corrí por las escaleras hasta el ciber que estaba al lado del hotel.
¡Y socialista me gusta más!
Por elección de mis viejos, y algún temor a gastar mucho dinero, definimos que viajaríamos mi hermana, mi papá y yo. En unos años les tocaría a mi mamá y a mi hermano, que tenía 14 años y aún lo está esperando. Salimos un domingo previo al 1 de mayo por la noche. Viajamos en la empresa estatal de aviación Cubana, un avión ruso de los años setenta que no nos daba la sensación de llegar a destino. Al subir, la comandante de abordo de piel negra y labios rojos nos saludó con mucho cariño y nos dio la edición del Página/12 de ese domingo. Fue chistoso imaginar la oposición clara entre esa dinámica y la de cualquier otra empresa de aerolíneas. Tras 8 horas de vuelo, el avión llegó a Cayó Coco, Cuba, al grito de “Cuba, qué linda es Cuba, y socialista me gusta más”. El avión aterrizó y despidió a las y los turistas que creen que Cuba es tan sólo una cara bonita.
El trabajo se defiende y se festeja
Como todo en Cuba, el 1 de mayo tenía una organización previa que debía ser cumplida a raja tabla. Como parte de un grupo de solidaridad internacionalista, nos incorporaron a reuniones previas en las que nos explicaron cómo hermana el lugar de reconocimiento que un pueblo le realiza a cualquier otro pueblo. Y que por eso mismo debíamos dirigirnos muy temprano a la grada de la Plaza de la Revolución, junto al Pantaleón de José Martí.
Una vez allí, la ansiedad hacía que no pudiéramos quedarnos quietas ni quietos. Sin embargo, los y las cubanas intentaban reordenarnos pacientemente mientras tarareaban las canciones de la trova, que sonaban de fondo. A las 7 de la mañana en punto (como nos habían anticipado) comenzó la celebración.
En la misma grada, a metros de la delegación internacionalista, se sentó el presidente Raúl Castro, acompañado por Nicolás Maduro, por los cinco héroes de Cuba (quienes habían sido liberados recientemente) y por una brigada de médicos y médicas que regresaban al país tras aportar al combate contra el Ébola en África.
“La clase obrera cubana, junto a todo nuestro pueblo, tiene contundentes razones y argumentos para festejar con alegría el Día Internacional de las y los Trabajadores”, exclamó el Secretario General de la Central de Trabajadores Cubanos al dar inicio a la marcha. Y fue eso. Una fiesta. Más de un millón de cubanos y cubanas marchaba al ritmo de los tambores y la salsa, que sonaron de fondo durante más de 7 horas. Había millones con banderas o con carteles pintados a mano con consignas en agradecimiento a las y los héroes de la revolución y en contra del bloqueo económico inhumano de los Estados Unidos hacia Cuba. También eran miles las delegaciones de las provincias que llegaron a La Habana para rendirse homenaje como pueblo. Porque si hay algo que tienen las y los cubanos en su historia es la certeza de saberse protagonistas de la revolución.
Pero el festejo no fue solo marchar. La celebración verdadera también institucionalizada era en el malecón, donde seguiría la música, la danza y se incorporaría el ron. Algo que la izquierda ortodoxa argentina nunca podría ni siquiera imaginar: que la fiesta haga parte de la revolución. Ni un colectivo, ni un paladar, ni despensas abiertas. El pueblo todo estaba de fiesta celebrándose.
Aquella revolución que amábamos desde lejos se volvió cercana. Se volvió cuerpo. Regresamos siendo esas y esos millones en las calles y en las fiestas. Y, también, nos dimos el lujo de ir a ver al Indio en Olavarría al año siguiente… pero eso ya deberá ser otra crónica.
Durante los años siguientes, la historia cambió tan sólo un poco. Fidel ya no está físicamente, pero sí su presencia en cada cartel o foto que lo trae a la marcha aunque él muchas veces dijo que no quería ese tipo de homenaje. Este año, la marcha no podrá hacerse debido a la Pandemia mundial del COVID 19. Por primera vez desde revolución, el pueblo cubano no saldrá a las calles un 1 de mayo pero de algo estoy segura, y es de que la fiesta no les va a faltar.