En un escenario de desigualdad estructural en la ciudad de Bogotá, la cuarentena comienza a dar pie a expresiones como el levantamiento de “los trapos rojos”, frente al el incumplimiento de la asistencia social del gobierno
Por Luis Vargas Foto Luis Carlos Ayala
En las últimas horas han estado presentes las imágenes de comunidades enteras levantando ollas y cucharones de madera en varios sectores populares de Bogotá para exigir garantías de vida al estado colombiano y al gobierno distrital. La cuarentena decretada desde el 24 de marzo producto de la pandemia por el COVID-19, ha expuesto las condiciones crónicas de sobrevivencia cotidianas de los barrios más pobres de la ciudad. Estas voces se han encarnado en lugares en donde ya ni el sueño puede espantar el hambre; así, los utensilios de cocina se hacen ecos que irrumpen y subvierten el silencio de un tiempo histórico, un tiempo que para algunxs será anecdótico desde la comodidad en la sala de casa y que para otrxs no será más que la continuidad de la historia generacional del andar arañando la vida cuando se les ha despojado de casi todo.
Lo que presenciamos son acciones de un conflicto que puede extenderse en las periferias de las ciudades Latinoamericanas en donde el coronavirus se presenta como el síntoma desencadenante de una crisis estructural que ya venía presentando tensiones en la región con los levantamientos populares en Chile, Ecuador y las movilizaciones presenciadas en el mes de diciembre en Colombia.
El levantamiento de los “trapos rojos”
El desarrollo de las ciudades en América Latina ha estado caracterizado por la configuración desigual de diversos tipos de hábitat o formas de vivir y producir un territorio. Frente a núcleos opulentes en los “centros de valor”, en los márgenes de las ciudades se han situado históricamente poblaciones despojadas de sus tierras en lo rural junto habitantes que se desplazan intraurbanamente producto de la expansión capitalista y la especulación ante los valores del suelo, confluyendo en espacios de hábitat informal en lo que conocemos en otras palabras como villas en Argentina, cantegriles en Uruguay, favelas en Brasil, poblas en Chile, comunas y lomas en Colombia,
Ciudad Bolívar al suroccidente de Bogotá en la capital colombiana, es una de las periferias urbanas de nuestra américa que desde el inicio de la cuarentena ha estado cubierta masivamente en puertas y ventanas por trapos rojos en varios de los barrios que componen a una localidad con aproximadamente más de 750.000 habitantes. Son trapos que han servido como símbolo para solicitar ayuda urgente ante la imposibilidad de las familias de garantizar condiciones mínimas de vida, extendiéndose de esta manera dramáticamente en todo el territorio nacional en un país que a nivel regional se caracteriza por estar entre los mayores índices de desigualdad social.
En cifras generales Ciudad Bolívar es una de las localidades más grandes de Bogotá, receptora de un 20% aprox. de desplazados/as que llegan a diario a la capital colombiana producto del conflicto armado, político y social que atraviesa al país desde hace más de cinco décadas. Sin embargo, este contexto urbano no está exento de las lógicas propias del conflicto como se ha querido negar desde el relato oficial, ya que esté territorio es un corredor estratégico de control [I] por parte de grupos ilegales -principalmente el paramilitarismo-. Lo anterior ha generado procesos de victimización y revictimización de su población, a través de amenazas a líderes y lideresas sociales, asesinatos selectivos y prácticas sistemáticas como la “limpieza social” en connivencia con entidades de la fuerza pública, quienes a su vez han ejercido acciones extrajudiciales conocidas como “falsos positivos” las cuales han violentado históricamente esta zona como lo ha venido manifestando instituciones defensoras de DDHH como la defensoría del pueblo en varios de sus informes de alerta temprana y diversas organizaciones sociales que confluyen en el territorio.
La población de la localidad ha visto un aumento en las edades de 29 a 59 años en un 38,10% y de las personas mayores (más de 60 años) del 8,1% según informes de la secretaria de salud del año 2016. En estos años la población de la localidad se establece con el mayor porcentaje de pobreza en el índice de estratificación 1 con cerca del 50% de sus habitantes, sin embargo, las condiciones de varios de sus pobladores/as no están registradas en las cifras oficiales por la no “legalidad” de sus viviendas y los tránsitos constantes por violencias o búsqueda de oportunidades entre barrios. Dos datos son centrales ante la situación actual y que expresan los fundamentos de las manifestaciones de los últimos días en los pobladores de la localidad.
Se calcula que gran parte de la población solventa sus necesidades a partir del trabajo informal a través de la construcción, el trabajo en casa en confecciones, las ventas en calles, entre otros, en una ciudad donde la informalidad alcanza el 40% de su población según la secretaría de desarrollo económico [II] y en donde necesidades como la alimentación son aseguradas a diario a través de los comedores comunitarios y escolares. Por otro lado, la garantía del derecho a la salud en la localidad, desde estadísticas de la secretaria de salud [III] se encuentra que hay un déficit institucional público con 8 centros de atención primaria de salud (CAPS), y dos centros con especializaciones y atención de unidades de cuidados intensivos la Unidad de Servicios de Salud de Vista hermosa y el hospital de Meissen. Éste último elegido para afrontar la actual contingencia de salud pública, en un sector donde predominan las Instituciones privadas de salud con más de cien entidades, al respecto cita el informe de la secretaría del año 2016,
“se encuentra un alto porcentaje de población sin afiliación a salud, lo que representa riesgo para el cuidado (…) al no acceder a programas de promoción de la salud, prevención y atención de la enfermedad, especialmente en la población más vulnerable: niños, gestantes y personas mayores. Por otro lado, se identifican barreras de acceso geográficas, pues las USS son de primer nivel y la comunidad debe trasladarse a otras localidades para consultas con especialistas, lo que va en detrimento de lo económico”
Ante este panorama y el incumplimiento de asistencia social a través de subsidios económicos decretados por el presidente colombiano Iván Duque con el denominado “ingreso solidario” equivalente a 160.000 pesos colombianos (40 USD aprox.) por persona en los sectores más vulnerables. (El cual no llegó a la población destinada entre otros por una desviación del presupuesto a ciudadanos falsos creados en los sistemas de registro de varias instituciones del Estado, en otro de los múltiples casos de corrupción del país). El levantamiento de los trapos rojos, -como lo ha nombrado el caricaturista colombiano matador- se optó como la alternativa para visibilizar una situación al cual han hecho oídos sordos los/as gobernantes, así, entre cacerolas y bloqueos convocaron a un llamado popular en comunidades como la de Ciudad Bolívar en donde “Raspando la olla” ya no alcanza para vivir.
Particularmente en Ciudad Bolívar en los barrios Potosí, Arborizadora Alta, entre grupos y caracolí, a las demandas de la población de alimentos, de salud y apoyos, el gobierno de la ciudad en cabeza de la alcaldesa Claudia López, quien afirma ser la comandante de la policía distrital, envío al Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), fuerza policial especializada, quienes reprimieron con gases que afectaron a adultos/as mayores, niños/as, mujeres al interior de las casas, sumado al uso de un helicóptero que con una alarma encendida sobre voló los techos de los habitantes perturbando la noche del 15 y madrugada del 16 de abril.
Hacía un nuevo código ético.
Ante este panorama las respuestas ante las condiciones de los sectores populares no pueden saldarse con el uso de la fuerza pública o con ayudas irrisorias como el propuesto por el gobierno colombiano, temiendo que no es claro las cifras en los organismos estadísticos sobre estas poblaciones y que se hallen desactualizadas. En este escenario, la dinámica entre inclusión y exclusión, tan presente en el discurso de la ciudadanía y de las oportunidades, nos muestra su rostro real, es la aparente garantía de los derechos por goteo, en una invitación constante al endeudamiento, a la precarización de la vida cotidiana, al discurso de la seguridad policial en los escenarios populares y a la búsqueda de la ruptura de los vínculos comunitarios que históricamente han creado estos territorios bajo la exaltación del individuo meritocrático.
¿Seremos distintxs después de todo esto? ¿Cómo será la vida después de? Como hemos expuesto, en muchas comunidades la noción del tiempo dista de tales pretensiones clarividentes, cuando el presente está imbuido de una sombra generacional donde se anda con sueños inconclusos por las condiciones de vida y no queda más que restringirse de “la jerga académica iluminadora”, sin embargo, si prestamos atención a lo que las comunidades comunican podríamos encontrar que la filosofía, la sociología, la política entre otros tantos saberes, hierven en estas experiencias de vida en lenguajes populares y con visiones de mundo que constituyen propuestas y a las cuales hemos hecho oídos sordos por buscar integrarles a la bancarización, a la ciudadanía forzada en esa matriz actualizada del “orden y el progreso”.
Se nos presenta así, esa disyuntiva de la “Civilización o la barbarie” heredada en las dirigencias dependiente y que en estos días se impone desde la legalización del estado de sitio, cotidianamente conocido por los sectores populares en donde el estado capturado, en el caso colombiano, por el narcotráfico, el paramilitarismo y la injerencia extranjera, hace uso de la pacificación en los territorios marginados bajo el delirio de “gran señor” como se expresan en las imágenes de la última noche en Bogotá.
Esas imágenes traen la narración de German Arciniegas en “La biografía del caribe” en uno de los últimos viajes de Colón cuando se acude a bandidos para desarrollar la “empresa” de expansión en América. Dice Arciniegas, “Lo curioso es que los Reyes Católicos patrocinan idea semejante. Ellos no ven en la conquista de las Indias sino una empresa espiritual: Llevar a ellas la suave luz del evangelio. El papa les ha dado privilegio para que se enseñoreen de las tierras que descubran porque marchan a la cruzada de la fe.” Y termina “es así como los reyes ponen al diablo a hacer hostias” [iv]
En la versión 2020, la policía actúa en férrea cruzada contra los sectores populares, en lo que ellos ven una amenaza contra el orden .Sin embargo, no comprenden que ese poner el cuerpo para “llevar hostias” por la empresa espiritual del progreso en la versión neoliberal de los reyes “católicos” actuales, no es más que la alabanza a un Dios falso, que ensombrece la conciencia, el capital. Por tanto, la luz de ese evangelio se manifiesta en el delirio de Colón “el oro, que sirve hasta para sacar las ánimas del purgatorio”.
Es ésta, la expresión de una situación desigual y deshumanizada a costa de la sangre del pobre que es el nutriente de la riqueza de pocos. Por tanto, este ritual, perverso, del “orden y progreso”, animando al dios capital, es la consumación de la muerte de las víctimas que históricamente ha generado este sistema. Es la pandemia estructural, ¡el capitalismo!, la conjugación de la desigual distribución de los mercados, de la brecha cada vez más amplia entre clases sociales, del silenciamiento de las diferencias de género, de raza, de procedencia y que el COVID-19 como síntoma desencadenante hace temblar. El levantamiento de la cuarentena implicaría que los sectores populares estén más expuestos a un contagio por la concurrencia a portales de transporte masivos y vidas en territorios densificados. Un foco de contagio en zonas populares implicaría un desbordamiento de la institucionalidad pública desarticulada por el mercado privado.
Son tiempos que demandan valores distintos, formas organizativas renovadas y creativas, al tiempo que en la emergencia, habrá que juntar solidaridades, compartir los alimentos, las angustias y las alegrías, construyendo nuevos sistemas éticos, parafraseando a Dussel (1986), “El pueblo, en marcha desde su esclavitud hacia el futuro, [Necesita] (…) un <<nuevo código>> ético. (…) Son exigencias de una ética de liberación del pobre”.
[i] Ver: https://www.elespectador.com/noticias/bogota/alerta-temprana-en-tres-localidades-de-bogota-por-presencia-de-grupos-armados-articulo-867044
[ii] Ver en: https://www.elespectador.com/coronavirus/el-coletazo-y-las-oportunidades-que-representa-el-covid-19-en-el-empleo-de-bogota-articulo-911262
[iii] Ver: http://www.subredsur.gov.co/sites/default/files/instrumentos_gestion_informacion/DocumentoACCVSyE_CiudadBolivar_Subredsur_30Noviembre2017_Preliminar.pdf
[iv] Arciniegas, German. 1975.La biografía del Caribe. Círculo de Lectores. Barcelona.