Microrelatos que nos iluminan sobre la realidad diaria de los y las más postergadas por la sociedad. Personas que luchan todos los días, haya o no una enfermedad flotando en el aire. Historias breves desde Villa Fiorito, en Lomas de Zamora.
Por Estela Rojas / foto Pablo Elías
Se levanta temprano. A pesar de todo ella sigue con su rutina de siempre, quién sabe por qué. Pone la pava y encuentra la respuesta: es por esos mates solitarios de la mañana, sin hijes que alboroten ni marido que demande. La primera que se levanta es la más chica. La acaricia y empieza a preparar el desayuno, tratando de guardarse el fastidio. Será otra jornada de peleas, gritos y disgustos. “¡Ya no te aguanto más!” es la frase que más se escucha en estos días.
¡Es todo tan difícil de sobrellevar! Desde que el aislamiento empezó no puede salir a cartonear ni llevar sus cositas a vender en la feria. La escuela y el centro de día al que asisten les hijes aportaron mercadería. Pero no alcanza. Y además, tanto tiempo en casa hace que todos quieran comer un poco más. Las dos piecitas están siempre llenas de gente. La escuela mandó deberes pero ella apenas si sabe leer. Inútilmente sostiene la rutina de imponerles la obligación escolar en determinados horarios. Hay una sola cosa buena: su marido casi muere por un coma alcohólico y dejó de beber. Y no es poca cosa que en estos días él no la golpee.
Estaba la posibilidad y eligió pasar el aislamiento en el centro de día. Una familia más. En la casa son muchos con poco espacio. Además sabe que a su abuela le cuesta cada plato de comida y no estar ayudaría a tener menos gastos. Está cómodo. Aprovechan para limpiar esos lugares que siempre quedan para después, ayuda a preparar las bolsas de mercadería que reparten todas las semanas y hace sus tareas. Pero extraña mucho. Va a pasar pronto se dice, añorando los abrazos.
Lo intentó. Se resguardó en un lugar seguro cuando se declaró la cuarentena. Limpio y protegido pasó esa primera etapa haciendo el esfuerzo para no volver. “La droga se consigue como siempre” pero está difícil salir para conseguir la plata. Será por eso que en el pasillo se están robando las garrafas. Ansiaba con todas sus fuerzas lograr pasar este tiempo sin volver, pero al final no pudo. Mordiendo su fracaso se fue nuevamente detrás de su verdugo, disfrazando otra vez como humorada esta nueva caída.
Las historias en los barrios no son tan distintas. La violencia, el abandono, el acceso a las drogas pero no a la comida o a la salud. No todes sienten la obligación del aislamiento, hay una sensación de cuidarse para otres, porque cuando los males solo son los nuestros parece que no importan, que no hay declamaciones de salvarnos juntxs.
Esta historia se está escribiendo, tiene un final aún abierto. Y nosotres construiremos un mañana en que haya sol y volvamos a abrazarnos.
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