Por Martín Azcurra. Una lectura filosa del último film de Spike Jonze, donde un hombre se enamora de su sexy Sistema Operativo avanzado.
Her (Ella), la última película de Spike Jonze (El ladrón de orquideas y ¿Quieres ser John Malcovich?) produce por un lado una continuidad del cine futurista que adora hacer del conflicto entre la inteligencia artificial y el ser humano una obra poética; pero por el otro también genera ruptura en varios aspectos, el principal que invierte el tradicional elemento literario del vínculo entre el cuerpo y la máquina al novedoso vínculo entre el hombre (cuerpo-conciencia) y el software (no cuerpo). El conflicto, esta vez, es el amor (o mejor dicho su función ortopédica: obsesión por el pedazo que nos falta) entre Theodore Twombly (Joaquín Phoenix) y su Sistema Operativo (SO) mejorado auto-bautizado como Samanta (la voz de Scarlett Johansson) que se auto-educa en la experiencia.
Es cierto que Her habla de la soledad, la más obvia: una cada vez mayor ausencia de vínculos reales gracias a las redes sociales, la imposibilidad de sostener relaciones en el tiempo a medida que las personas cambian, el sexo sin contacto físico, etc. Pero no llega a hacer una crítica, y eso es lo más apreciable. Jonze solo juega con lo que puede llegar a pasar en un futuro probable, donde la autoprogramación reemplaza al ingeniero, así como la máquina industrial reemplazó al obrero, pero además se amoldó a las necesidades humanas más básicas y a la vez más profundas.
Jonze acierta con sus contrastes: si bien su ex esposa, con quien estaba obsesionado antes de conocer a Samanta, le reprocha que siempre tuvo miedo a los compromisos reales, por otro lado su mejor amiga lo entiende y lo aprueba. En un instante Theodore pasa de ser un lunático perverso a dejar de serlo por absolución social. El no-cuerpo del SO (curiosamente Jonze elige la voz más corpórea del planeta) es ese algo que siempre falta en todo vínculo amoroso.
Desde que hizo ¿Quieres ser John Malcovich?, Jonze ha venido jugando con la separación (violenta) entre el cuerpo y la conciencia y los eternos conflictos que surgen cuando se los quiere juntar.
Por otra parte, Jonze encuentra el erotismo del software antes que nadie. Apenas los hermanos Wachowski, en Marix, lo habían esbozado con sus códigos binarios en verde flúo. David Cronomberg (La Mosca, Festín desnudo, Crash, etc.) se concentra en el erotismo entre la tecnología y la carne humana, recién en ExistenZ experimenta algo de software y realidad virtual. Pero en Her el erotismo es implícito, está volando en el aire. Es cierto que Jonze apeló a un recurso fácil: le puso la voz de Scarlett J. Pero no deja de ser novedoso, cuando la ciencia ficción no lograba superar el erotismo de la tecnología física (hardware), Jonze lo encontró en la adicción a las redes sociales (una sociedad paralela sin responsabilidades civiles rígidas).
No parece ser una crítica social. Solo una exploración de las posibilidades más divagantes del curso experimental entre el hombre y las matemáticas aplicadas. Una búsqueda profunda entre el deseo y la necesidad. La herramienta-mente como moldeadora del cuerpo-carnal. ¿Puede la mente reemplazar las necesidades físicas? ¿Puede el cuerpo mismo colmarlas? Sin serlo, es una película filosófica.
La impecable interpretación de Phoenix termina completamente opacada por la fuerte presencia (sin estar) de Johansson. La más alta tecnología como un susurro erótico que, sospechamos al final de la película, acabará con la pobre (y hambrienta de placeres) miserable humanidad.
Como toda película, no analizarla inmediatamente después de verla.