Una lectura de Los Brutos, el último libro de cuentos de Matías Segreti, editado por El Colectivo, 2019.
Por Sebastián De Mitri/ Foto Editorial El Colectivo
Calvino pensaba que quizá las “ciudades invisibles” podrían funcionar como el reverso de las ciudades invivibles. Con esa simpleza nos dejó, (quizá sin quererlo, quizá intencionadamente), una pregunta que parece fácil de responder, pero no lo es: ¿es toda ciudad una ciudad invivible?
En Los Brutos, las ciudades funcionan como la superficie donde decenas de bandas inconsolables aúllan sus historias, sus padecimientos, sus salvaciones, sus rituales y sus formas de vida.
El libro comienza con fuertes remisiones a las historias que tuvieron lugar en Aunque a nadie ya le importe (El Colectivo, 2018), primera novela del autor. La ciudad y la amistad son vertebradoras tanto en su primer libro como así también en muchos pasajes de Los Brutos. La esquina, el barrio, la ranchada y la amistad aparecen como propuesta política afectiva frente a un orden neoliberal que se alimenta de la desafección solidaria y la colonización de lo sensible.
También te puede interesar: Aunque A Nadie Ya Le Importe, ópera prima de Matías Segreti
Segreti propone una especie de huida de las explicaciones estructurales hacia una microliteratura, una literatura de puntos singulares. Si bien Los Brutos pueden ser entendidos como el reverso de una estructura desigual, fascista y colonial, su existencia evidencia la imposibilidad de esas estructuras de poder por ocupar un todo. Esas huidas, esos brutos, no son más ni menos que esos devenires moleculares que el capitalismo, al mismo tiempo que los produce, no tiene la capacidad para capturarlos y re-codificarlos: juntarse a comer un asado y cortar la calle porque sí, la “gimnasia solidaria” fundante de la ranchada, las vidas y relatos que “renuncian a la razón como método para interpretar el mundo”, son algunas de las imágenes que el autor propone para pensar un lazo social que no transite alrededor del capital, sino alrededor de un “porque sí”, un porque sí burlón y siempre al filo de la extinción planificada.
Los Brutos es una denuncia barroca, en el sentido en que enuncia la existencia de una perla fallada (en falla para una totalidad) que no pretende encajar y cerrar, sino insistir en su existencia, dar cuenta de su enemistad con la totalidad y arrojarse a crear formas de vida no-neoliberales. La casa de César, en Una casa con dos perros (primero relato del libro), el negro Bertone y su obsesión por el azar, Martín y su salto sobre el piano en “la 14” sarmientina, Betty, José y su hermano del barrio sur, entre otros, son lugares y personajes que no encajaron con la lógica productiva que detona cuerpos y psiquis en nuestra historia. ¿Sus costos? la entrega involuntaria de sus vidas ante la negativa de entrar por voluntad propia a donde jamás desearon. En esta línea, tal vez la historia del Negro Bertone en Negro el 22 (tercer cuento), sea ejemplar:
“Cuando el negrito todavía era un niño pensaba, o más bien, simpatizaba con la idea de que demostrando el origen de su sangre podía pararse un escalón más arriba de los demás muchachitos”,
El Negro sostenía de manera no voluntaria una imagen heredada / impuesta por linaje, la imagen de quien guarda en sus venas un rojo fluido europeo y que automáticamente pasa a ser un “Gran Otro”. Sin embargo, sucede en él un sangrado de realidad, una especie de colapso de la distancia entre dos realidades (su sangre europea, por un lado, sus rasgos chaqueños o correntinos por otro) que lo descentra en tanto sujeto y lo pone al mando de sus deseos, al menos por un tiempo: el azar, ahora, ordenará su vida.
La noción de arrojarse al deseo permanece presente en muchos de los cuentos de Los Brutos: si los correctos son aquellos que se ajustan de manera calibrada a la norma, “los brutos” serán quienes no pueden hacer otra cosa más que fugarse y moverse por un deseo, como nadie les enseñó a hacerlo, muchas veces creando formas de vivir no-neoliberales, no-fascistas, muchas otras pidiendo auxilio.
Los cuentos de Los Brutos tratan por la tangente temas tales como el pensamiento colonial, la educación formal tradicional, las ciudades y su urbanización, la ironía, el humor, lo místico, el patriarcado, la marginalidad, entre otros. Si nombramos: “LOS BRUTOS”, sus palabras suenan con la misma fuerza que carga cada uno de sus temas, sus personajes y sus paisajes.
Tanto el registro de lo simbólico como el registro de lo imaginario son rehenes históricos de la lógica del capital y, por tanto, perpetuadores de un único posible lazo social, la propuesta política de amistad y sensibilidad en Los Brutos es un intento por desgarrar su amarre y habilitar la posibilidad de imaginar otros horizontes posibles, otras ciudades vivibles, porque sí.
Escribir, hacer arte, es uno de los lugares donde, tal vez, mejor se encuentre unx para tratar su sensibilidad y hacer con ella historia. Marcar sus ausencias a este libro sería exigirle algo al autor que quizá esté por fuera de sus deseos, de su historia y, en definitiva, me irrita o molesta la insistencia en patrullar el lenguaje y lo sensible. Después de leer Los Brutos, somos un poco más sensibles que antes.