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    Confesiones de un ángel caído

    12 marzo, 201410 Mins Read
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    Por Cezary Novek. Marcha entrevistó a Nicolás Correa, autor de Súcubo (Editorial Wu Wei, Buenos Aires, 2013), la primera novela argentina sobre exorcismos. 

     

    Aunque la crítica no sea unánime, la novela de Nicolás Correa inaugura un subgénero nunca antes visitado por la narrativa argentina: exorcismos. Exorcismos dentro de la cárcel, si se puede ser más específico -y reduccionista- en la clasificación.

    La historia es una larga carta que le escribe Ciro -el protagonista- a una chica que se refugia en un convento después de pasar por experiencias aterradoras. Tras unos extraños y trágicos incidentes en su adolescencia -que llevan a la destrucción a un barrio entero- el personaje principal vive confinado en una prisión, en la que lleva a cabo exorcismos de forma cotidiana entre la población tumbera.

    La historia es interesante y no deja de ser seductora por los elementos que combina. Está contada en tiempo presente, con algunos flashbacks a julio de 1989, época en la que Menem asume el poder. El autor no sólo se arriesga con un género nunca antes tratado por la narrativa nacional, sino que además lo hace a lo grande, en tres partes que buscan construir una mitología propia: con esta primera entrega se inicia la Trilogía de la Antigua Serpiente, cuya segunda entrega –Íncubo– se está por publicar pronto. Actualmente, está trabajando en la tercera parte, titulada El señor de las moscas.      

    A favor se puede decir que la historia tiene giros inesperados y un final abierto que provocan sed de seguir adentrándose en las siguientes entregas, aunque muchas veces se apela al lector o se hace un despliegue de exclamaciones que diluye el efecto terrorífico de la trama. En medio de tanto horror tiene pequeños guiños a la cultura pop cinematográfica; ejemplos son el personaje de Sylvia Ganush  (la gitana siniestra del film de Sam Raimi, Drag me to hell), Don Johnson o Van Damme.

    A pesar de que algunas reseñas hacen hincapié en lo desparejo del estilo o las voces, hay pasajes e imágenes potentes, entremezcladas con alguna que otra línea no tan acertada.

    Después de haber leído la novela, dialogamos con el autor, quien amablemente nos brindó algunas respuestas sobre sus procesos, intereses y proyectos.

    ¿Contanos qué lugar ocupa Súcubo respecto de tu obra anterior?

    Súcubo tiene ciertos temas universales que atraviesan cualquier literatura. Ya el duelo me interesaba y traté de desarrollarlo en el segundo libro de cuentos Engranajes de sangre, que verdaderamente pude tratar en Prisiones terrestres, posterior a Engranajes. Duelo criollo donde los personajes encarnaban la dualidad bien y mal, que no son más que dos polaridades de la misma cosa. Ese es un punto interesante, pienso, o escribo: el duelo. Después, la estructura de la familia como base o sustrato de los personajes. En Súcubo la familia tiene una presencia muy marcada para Ciro; en Engranajes y Prisiones es lo mismo para Rosas Gamarra. Digo, yo veo mis propias obsesiones en todos mis textos, y son como pequeños vasos conectores que van y vienen. Ahora, Súcubo es un historia personal, que la escribí durante toda una vida. Y escribo personal porque se trata de una obsesión, quizá la más grande que tuve en mi vida, y es la del mal. El mal como el motor de lo inenarrable, y es entonces que pienso en sus efectos más que en lo que lo define a sí mismo. Cuando el mal aparece, no hay palabras ni conceptos para definirlo, y a partir de ahí, la realidad se quiebra y el mundo conocido ya no es el que pensábamos. En lo personal, resulta un antes y un después.

    ¿Cómo es tu relación con la religión y la fe cristiana? La forma en la que aparece el cristianismo de Ciro se parece mucho más a la manera protestante de relacionarse con Dios (cara a cara) que a la católica (más gregaria, ritual y mediada por una burocracia de santos).

    Mi religión no puedo definirla, mi forma de re ligarme con mi mundo interno es intransferible y en vano intentaría transmitirla. Mi fe en nada puedo relacionarla con la cristiana, y dudo que alguien pueda relacionar su fe con algún tipo de religión. La religión es un concepto que se aplica de un modo errado. No se encuentra en la institución, sino, y voy a parecer algo trivial, dentro de uno. Y el dios, la divinidad, lo mismo: adentro. Ciro, en Súcubo, conoce el rito cristiano, pero es un rito cristiano totalmente pagano, es decir, corrido tres grados de la ortodoxa manera y hábito en el que se inviste la iglesia o esos edificios. Su cristianismo es de resistencia, de capa y espada, parecido al primer cristianismo, al de Pablo, no al del insulso Pedro. Comparte con el modo protestante la forma de enfrentar la divinidad, pero también se vale de herramientas indias, como el círculo de protección que hace a su alrededor cada vez que siente que lo van a atacar. Es un modo que le enseñó un tumbero con pasado indígena. Ciro, en ese sentido, es un tipo que sabe con lo que se enfrenta, y se vale de cualquier instrumento que le sirva a los efectos del exorcismo.

    Has señalado que creés en los exorcismos y afirmás haber presenciado algunos. Contanos tu experiencia como testigo.

    Creo y he asistido. Es más común de lo que se piensa. Realmente, la confianza del exorcista, si te referís al ritual romano, es muy complicada. Pude acceder porque en algún momento pretendí ser cura para poder exorcizar. Con el tiempo me di cuenta que esa no era mi tarea. Con respecto a la sensación: en un principio, en los primeros tiempos, el terror no te deja mover. Después, el terror es el mismo, pero si uno aprende a controlar la mente que es lo que arma toda la escena para que la energía se manifieste, lo que cambia es el factor sugestivo. Como te digo, es otra época de mi vida. Más luminosa. Súcubo, Íncubo y El señor de las moscas exigen mucho de mí, y no sólo a nivel creativo, en tanto experiencia estética, sino a muchos otros niveles: emocional y espiritual.

    El ser al que alude el título del libro se parece a un flautista de Hamelin que lleva a la muerte a toda la población masculina de un barrio. No obstante, según referencias judeo cristianas, el súcubo se manifiesta como un demonio nocturno que ataca en secreto, de a una víctima por vez. ¿Para tu segunda novela de la saga –Íncubo– tenés pensado resignificar de manera análoga la figura del demonio masculino?

    En Íncubo, el demonio acecha solo a la protagonista, pero es un demonio pesado, de los de más abajo. Viene con una misión puntual una vez abierto el camino de ida y vuelta entre los hombres y estas entidades.

    La primera novela es una larga carta que el protagonista le escribe a otro personaje. La segunda -según adelantaste en otras entrevistas- es la respuesta. La tercera -titulada El señor de las moscas-, ¿de qué trata? ¿Cómo pensás romper la simetría Íncubo–Súcubo?

    Súcubo es una historia sin ningún riesgo estético. Es decir, es una muy buena historia, más o menos ingeniosa, que nunca nadie había contado en la literatura argentina, pero puede escribirla cualquiera. Esto no quita que no esté satisfecho con la historia, pero no corre ningún riesgo estético, y a mí, en ese sentido, me gusta probar, buscar, equivocarme y acertar. Si en Íncubo apretara el automático, como muchos autores que le pegan a un patito con un libro y se enamoran del simple hecho de “contar una historia” y empezar a chorear con esa, sería de lo más aburrido y acéfalo. Por eso en Íncubo, si bien es una carta en respuesta y mantiene la dialéctica con Súcubo, traté de preocuparme más en la voz del personaje y en otros aspectos distintos, como por ejemplo: ¿qué hacer con el lenguaje de una endemoniada? Con respecto al Señor de las moscas, todavía no sé si se llamará así porque hay un libro horrible con el mismo título, de William Golding, de mitad de los cincuenta. Me voy a reapropiar de ese nombre. Por el momento, sé que la tercera parte de la trilogía ya es un riesgo estético para mí (escribo ya porque está en proceso de escritura). Con eso alcanza.

    El registro del habla de los personajes es extraño. Se alterna el tono coloquial y el argot tumbero con un castellano culto y decimonónico, literario. A veces, incluso, en un mismo personaje. Algunas reseñas refieren esto como “una desprolijidad en el estilo”. ¿Cuál fue la búsqueda en ese aspecto?

    Ciro, el personaje de Súcubo, no es boludo. Es un tipo que ha leído. Lee el ritual romano, ponele. Pero viene de un barrio obrero y está en cana. De otra manera no podía salir el registro. Es un híbrido. Cuando recuerda su barrio se le impregna la emotividad en el registro. Cuando exorciza se pone en el habla de aquellos exorcistas eternos. Esa fue mi idea. No tiene un registro lineal (¿quién lo tiene?), sino varios, siempre mediados por su voz.

    El peronismo promete un lugar protagónico pero al final no resulta de relevancia para la trama. Es interesante la relación indirecta entre la asunción de Menem en el ’89 y el despertar del mal. En la vida real ¿Cuál es tu relación con el movimiento peronista? ¿Lo considerás una influencia?

    El peronismo es una influencia en cualquier literatura que se enmarque en el realismo y trate de debatir ideas, o que al menos parta del realismo. En el caso de Súcubo, es el contexto histórico de los hechos. Punto. Mi relación con el peronismo es distante. No fui peronista, ni lo soy, ni lo seré, pero respeto esa forma de errar que tiene el pensamiento político argentino.

    Además de Peter Blatty ¿Cuáles son tus referentes del género? ¿Cómo ves el panorama internacional y el local?

    A Peter Blatty no lo leí posta. Me gustan Hoffmann, Poe, Mary Shelley, Balzac, Walpole, Levi, Quiroga, Martínez Estrada, Kikuchi. El panorama internacional literario no me interesa. El panorama local lo veo muy bien. No puedo precisar si se escribe bien, pero sí sé que se escribe mucho. Con respecto a las referencias, me gusta mucho Dante Alighieri, Sade, todos los clásicos. Argentinos son muchos, pero de cabecera: Quiroga, Arlt, Manauta, Moyano, Constantini, Demitrópulos y muchos más, de Cortázar lo único que prefiero es Bestiario.

    ¿Leés a tus contemporáneos? ¿Qué autores recomendarías?

    Leo mucho contemporáneos. Recomendar no sé si pueda. A mí me gustan las propuestas de Hernán Ronsino en La descomposición, Glaxo y Lumbre; el Leonardo Oyola de Siete y el tigre harapiento, Santería y Sacrificio. También me gustan Federico Falco, Mariana Enríquez, Leandro Avalos Blacha, Martín Di Lisio, Agustín Montenegro, Isaac Castro, las búsquedas de Ana Ojeda y Juan Marcos Almada, y los textos que vienen de Patricio Eleisegui, que me parece un grandísimo escritor.

    ¿Hay planes de incursionar en otros géneros además del terror? ¿Qué proyectos hay en carpeta para el futuro?

    El terror y el fantástico, son los géneros que más me atraen. El policial ya me desagrada, escribí un par y se me dan aburridos. Después de la trilogía no sé qué va a pasar, pero estoy trabajando en un proyecto bastante grande y es para chicos, y también para adultos. Por ahora sólo es boceto y boceto, pero es algo que me tiene muy ocupado, y feliz. Por fin una etapa luminosa.

     

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