El sábado se cumplió un nuevo aniversario de la muerte del fiscal Alberto Nisman. A 5 años del hecho, una serie documental, una marcha y un puñado de pistas muestran una escena contaminada de múltiples crímenes: los cometidos por el propio fiscal.
Por Ana Paula Marangoni
A 5 años de la muerte del fiscal Nisman, un grupo de personas se congregó en Plaza de Mayo para reclamar justicia. La contaminación de las fuentes de Plaza de Mayo, teñidas de rojo, parece ser la metáfora más atinada para expresar de algún modo, lo opuesto a la opinión de quienes acudieron a la cita. Porque si hay un rastro contaminado hasta el absurdo, es el del misterioso fiscal sobre el que se investigó mucho la única escena incontaminada, su baño, y muy poco sobre sus vínculos mafiosos al interior de la corporación judicial.
El reciente estreno de la serie documental “El fiscal, la presidenta y el espía”, dirigida por el británico Justin Webster, produjo un antes y un después en la opinión pública y mediática sobre la muerte de Nisman. Y es que, en su favor, reúne declaraciones más que relevantes, y difíciles de obtener: la del ex agente de inteligencia Jaime Stiuso; el supuesto “espía Camporista” de la denuncia del fiscal, Allan Bogado; Ross Newland, delegado de la CIA en Buenos entre 1997 y el 2001; y James Bernazzani, agente del FBI enviado especialmente para colaborar en la investigación AMIA. A los testimonios de lujo, se suman los de Laura Alonso y Diego Lagomarsino, entre muchos otros.
Mientras que una serie no puede ser más que eso, y no reemplaza el deber de esclarecer un caso desde el ámbito judicial (además de que nadie está obligado a decir la verdad para una producción audiovisual), el rompecabezas de testimonios extiende una cantidad de vericuetos hasta hace poco desconocidos en detalle para la opinión pública. La secuencia de testimonios permite contrastarlos; y, sin dar veredicto, al modo de las novelas policiales, le permite al espectador realizar su propia pesquisa, facilitando a su debido tiempo cada llave para resolver los enigmas de la investigación.
De las declaraciones se desprenden, inferencias mediante (hay un cuidado excesivo en no mostrar en ningún momento un rumbo tendencioso), una cantidad de infidencias más que alarmantes, no ya sobre las causas de la muerte del fiscal, sino sobre sus prácticas en vida. Queda en evidencia, con el correr de los testimonios, que el fiscal Alberto Nisman armaba causas a partir de datos aportados por inteligencia (directamente por Jaime Stiuso), y de muy difícil (o improbable) verificación. Es decir, no sólo tomaba información del espurio agente de la ex SIDE, sino que directamente operaba con sorpresivas primicias cuya verificación (elemento indispensable para el debido funcionamiento de la justicia) resultaba por lo menos dudosa. Esto ya había sucedido con la causa AMIA, y lo mismo ocurrió con la denuncia que presentó días antes de su muerte. En su última presentación televisiva, en el programa “A dos voces” de TN, el mismo fiscal exponía como máxima prueba de su denuncia una serie de escuchas absolutamente ilegales, algo que a los periodistas más prestigiosos de los últimos 50 años no les llamó la atención.
Una de las novedades que en el documental más se desarrolla, y no tiene sentido aclarar aquí, es que la denuncia presentada contra el gobierno de CFK por el Memorándum con Irán no resistía la menor revisión, y estaba plagada de errores fácilmente posibles de desmentir, entre ellos, la identificación de Allan Bogado como agente de inteligencia del gobierno, quien en distintas ocasiones ha cambiado ligeramente sus declaraciones. En la serie reconoce que respondía a Stiuso para reunir datos y que el contenido de las escuchas formaba parte del “verso” que realizaba él mismo, haciéndose pasar por hombre del gobierno, para ganarse la confianza de aquellos a quienes investigaba.
En una reciente entrevista con Gustavo Sylvestre y Ariel Zac para Radio 10, posterior al estreno de la serie, llegó a afirmar que integrantes de Presidencia (concretamente, el ex secretario general de la Presidencia Fernando De Andreis) del gobierno de Mauricio Macri lo guionaron para declarar en contra del gobierno de Cristina Fernández, en la causa de Nisman sobre el Memorándum que tomó el juez Bonadío. Nunca explica con suficiente claridad su trabajo para inteligencia, ni por qué lo denunció Stiuso en noviembre de 2014 como falso agente de la ex SIDE, ni cuánto sabe sobre Nisman, AMIA, o la comunidad iraní en Argentina. Desliza que Stiuso le tendió una trampa a Nisman y que omitió intencionalmente comentarle acerca de la denuncia que él mismo había hecho a Allan; sugiere que falta investigar las llamadas de y a Nisman antes de irse a Europa y las razones que tuvo para volver de urgencia de Europa, dejando a su hija sola en el aeropuerto; insiste en investigar las comunicaciones entre Patricia Bullrich, Laura Alonso, Alberto Mazzino y Jaime Stiuso. Deja más dudas que certezas, y no escapa de la sospecha. Pero parece inverosímil que no se hubieran podido reconstruir contactos y movimientos del fiscal, al menos entre uno y dos meses anteriores a su muerte.
Sí queda en claro que el entonces fiscal, en lugar de investigar, delegaba en agentes de inteligencia las presuntas “investigaciones”, a las que simplemente les daba un marco legal, sin corroboración alguna. Esta pista debería al menos escandalizar a quienes se golpearon el pecho en contra de la impunidad y la corrupción, incluyendo a los manifestantes en la plaza de mayo que insisten en el presunto homicidio por parte de allegados a Cristina Fernández, sin la más absoluta prueba, pero que no cuestionan que en 4 años de gobierno macrista la causa no haya alcanzado la sentencia.
Otra pista de las aguas contaminadas que se expone en la serie es el trabajo de Diego Lagomarsino. El informático, que logró imponer su apariencia de che pibe ingenuo era testaferro de una cuenta de Nisman y le daba a su jefe la mitad de su sueldo. Dos hechos claros de corrupción que indicarían, para comenzar, malversación de fondos, de abusos de poder y prácticas intrínsecamente corruptas del fiscal Nisman.
Por fuera del documental, hay otros asuntos que tampoco han sido investigados: los ingresos del fiscal no justificados con su sueldo. La cantidad de propiedades, los gastos, y el departamento en Le Parc que alquilaba sin contrato alguno. ¿De dónde provenía ese dinero? ¿Quién financiaba a Nisman?
Por último, otro dato pasado por alto son las llamadas y mensajes con dueños de agencias de modelos, y su vínculo habitual con modelos, demostrado en mensajes y fotos. ¿A nadie llama la atención esto? ¿Cuál es la red de prostitución VIP a la que el fiscal, como tantos otros, suscribía? Si los ricos tienen el poder de investigar y hacer justicia, ¿quién se ocupa de juzgar sus redes clandestinas?
Investigar la muerte de Alberto Nisman parece ser un camino que permite descubrir uno por uno los pecados capitales del fiscal, y el intento desesperado de algunos círculos por desviar esta pista hacia la hipótesis de su homicidio.
Tanto la serie documental como las investigaciones que surgieron y se potenciaron a partir de su estreno, dan cuenta de un fiscal altamente corrupto que obtenía y lavaba dinero ilegalmente, que operaba para agentes de inteligencia en lugar de investigar, que obstruyó la búsqueda de justicia en la causa AMIA, que muy probablemente tenía consumos en redes de prostitución VIP, y que, finalmente, presentó una denuncia contra el gobierno sin ningún respaldo ni sustento legal.
El estado de su causa, el obrar de Arroyo Salgado, las idas y vueltas de la causa AMIA, y las irregularidades del juez Bonadío, entre otros, son las piezas inconexas de una casta judicial que sustenta niveles de vida exultantes para que nunca se resuelva ningún caso. La verdad, para ellos, es pura frivolidad.
La muerte de Nisman parece hoy una novela interactiva que cada una y cada uno lee desde un ángulo diferente, armando su propia versión de los hechos. Una suerte de Rayuela escalofriante, sin pasajes románticos, con abundancia de episodios sórdidos y plagada de huecos argumentales. Para quien escribe, es sin dudas la historia de alguien que terminó ahogándose en las aguas turbulentas del poder. Aguas que el común de los mortales tan poco conocemos pero que, a la vista, huelen muy mal.