“Malamadre”, la opera prima de Amparo Aguilar, expone en formato documental la incomodidad que atraviesan infinidad de mujeres para encajar en el imaginario de la Buena Madre. Su producción expone, con cuidado, amorosidad, humor y astucia, la inconsistencia de los principales lugares comunes sobre la gestación y la maternidad.
Por Julieta Santos y Ana Paula Marangoni
“Bueno, Blanca, bienvenida”, resuena una voz en tono dulce y amable. Su cara (la de Blanca), en primer plano, abarca la pantalla con una mezcla de despojo e intimidad imposible de esquivar. “¿Qué es para vos ser una buena madre?”, dispara la voz de Amparo, desde el otro lado de la cámara. Blanca cierra los ojos, se restriega la frente con apremio, parece buscar con esfuerzo algo perdido en los recovecos de su memoria. Pero apenas exhala un suspiro, corto y áspero, como si las palabras quedaran atoradas y no pudieran decirse, o escogerse, en medio de un mar inagotable de experiencias.
El documental, que inicia con esa escena en blanco y negro, configura una narrativa a través de distintos momentos y de sus intersticios, compuestos por testimonios de madres (mirando hacia la cámara en un primer plano en blanco y negro que acentúa sus rasgos, sus expresiones, y la sensación de estar en un momento de stop) , intervalos poéticos con la voz en off de la propia Amparo acompañados con animaciones y sombras chinescas, y el testimonio de sus propies hijes, esta vez en color. A lo largo de 71 minutos, entonces, la intimidad de las entrevistas, la voz disruptiva en off y las animaciones permiten inventar un nuevo espacio: el propio.
¿Qué es para vos ser una buena madre? La directora, guionista y también protagonista de Malamadre, activa en esa consulta en apariencia ingenua una trampa extremadamente inteligente: esa que pone a las entrevistadas en el brete de nombrar lo políticamente correcto respecto a la maternidad. La pregunta, formulada desde el deber ser cultural, social y hegemónico, no tarda en traccionar lo que en realidad busca develar: cómo el mandato hace agua. La demora, el silencio, los rodeos, la vista desviada, sonrisas incómodas, un poco de desconcierto, y bastante de autocrítica. Todo eso aparece como mediación frente a un interrogante que convoca, además de las expectativas de la cofradía, una experiencia que duele más de lo que se cuenta.
Es una provocación a poner en palabras uno de los lugares más comunes que nos toca transitar a las mujeres pero que, al parecer y no tan evidentemente, no tiene correlato con la experiencia: el deber ser de la madre.
Este ejercicio inicial no tarda en abrirse a lo polisémico. La confianza que se construye a partir de la intimidad de las entrevistas, ayuda la llegada de respuestas desobedientes. Y de a poco, sí, se dispone un campo de batalla posible.
Los testimonios se transforman en confesionarios catárticos, y la cámara, al principio intimidante, comienza lentamente a ser aliada, oyente impensada de palabras nunca dichas. La soledad exasperante, los momentos al borde de la locura y la desesperación, la rabia, la angustia, la impotencia. Las experiencias traumáticas de parto, el adentro y el afuera, la distancia entre tener un hijo y “la maternidad”, como un super yo social siempre dispuesto a frustrarnos, a avergonzarnos de nuestras crisis y nuestros peores pensamientos. La exigencia de cumplir con la fantasía ajena y enajenante de vernos siempre resueltas, felices y equilibradas. La maternidad y el trabajo. Trabajar para que otra mujer, a quien pagamos, cuide a nuestres hijes; y también, el trabajo como medio para descansar de la omnipresencia de la maternidad. La existencia del puerperio en las mujeres que adoptan.
Éstas, entre otras reflexiones que se van tejiendo con la exposición a la obra, confirman que no hay nada más peligroso que el sentido común.
En diálogo con Marcha, Amparo Aguilar nos dio su parecer sobre algunos de los fundamentos de Malamadre y de su visión sobre decisiones políticas y estéticas:
La diversidad de mujeres entrevistadas, en términos generacionales, pero también de experiencias y posiciones, abre una pregunta más que interesante. A partir de lo que surgió en el proceso de las charlas y con todo el material recopilado, ¿qué reflexión te queda respecto al cruce entre la cuestión de clase y la vivencia de la maternidad?
En principio, tenemos claro que -si bien hay diversidad en el grupo de entrevistadas- El “muestreo” no es del todo completo. Y esto se debe a la decisión, tomada desde la realización, de no incluir mujeres en situación de extrema vulnerabilidad para evitar la revictimización a la que el cine nos tiene tristemente acostumbrades.
Este mismo asunto vuelve necesario reflexionar acerca de nuestros privilegios. Uno, fundamental, es que toda vez que la supervivencia está garantizada, una puede ponerse a pensar en cómo querría que sea el mundo. Cuando estás corriendo la coneja, o ni siquiera la ves pasar, es hablar marciano.
Creo que ahí hay una clave para pensar, no sólo la película, si no la relación de ciertos feminismos con las clases populares. En todo caso, en la película nos propusimos poner estos privilegios al servicio del cuestionamiento de los mandatos de buena maternidad, sean cuales sean.
Ahora: en relación a clase y maternidad, no me atrevería a hacer lecturas totalizantes porque encuentro que esa mirada es una de las taras con la que los feminismos tenemos que lidiar: la idea de que aquello que nos sucede a las feministas de clase media urbana y “progre” es EL universo total de experiencias. Hay un riesgo enorme de que con estas miradas sesgadas nos transformemos nosotras en las generadoras de nuevos mandatos, y eso está lejos de lo que imagino como deseable.
Malamadre es una película cuyo principal valor es dar voz a las protagonistas de este asunto de maternar, rompiendo con años y años de ser “habladas” por lxs distintos especialistas. Así que las dejo a ellas hablarse y pensarse.
Sí puedo consignar algunas recurrencias: Una de las ellas es la soledad en la crianza, y la tensión con la “vida social” que en general no está pensada para que sea inclusiva hacia la niñez.
Otra cuestión que aparece, pero que atraviesa de distintas maneras, es la del mundo del trabajo.
Para algunas, “perder el tren” de desarrollo profesional es un duelo. Para otras el trabajo es una obligación que sólo las fuerza a dejar a sus chiques sin ofrecer nada a cambio. La cuestión de clase en esto es muy cruel.
Ahí la superposición de capitalismo y patriarcado es dolorosísima. En general se vuelve bastante evidente que faltan políticas de estado hacia la primerísima infancia. Pongo un ejemplo: la educación pública obligatoria arranca a los 3 años. Las licencias por maternidad -en caso de tener un trabajo formal- terminan entre los 45 días del bebé y en el mejor de los casos a los tres meses.
En el medio hay casi tres años en los que las mujeres ganamos menos (porque la brecha salarial se amplía con la maternidad) y necesitamos generar más porque el cuidado de les niñes es pago… Ahí sí, la liberación pareciera ser un privilegio de clase…
La presencia de tus hijes en el documental es un elemento disruptivo en varios sentidos. Sus voces, lo que dicen, es un contrapunto que dialoga con los relatos de las madres y, sobre todo, con el de su madre. ¿En qué momento decidiste sumarlos a la puesta del documental, cómo fue ese proceso?
Avanzades en el proceso de montaje, surgió una gran duda: ¿no hacía falta la mirada de les hijes? La respuesta rotunda era que sí, que no hay maternaje sin hije, y que no había manera de derribar la mirada “monstruosa” que se construía sobre nosotras sin compartir el “efecto” que nuestra forma de maternar tiene en les niñes. ¡Pero qué miedo entrevistar a les míes! Lo más difícil fue encontrar el equilibrio entre mi función de madre y la de directora. Poner por delante de cualquier prioridad de la película la prioridad máxima en relación a elles que es el cuidado. Por suerte todo el equipo acompañó y se comprometió con esta tarea. Y creo que la mirada de elles aporta muchísimo a la película, pero que no les expone de una manera complicada. El trabajo con Lautaro, Agostina, Carolina, Ceci y Coni y tantxs, hizo que les chiques se sintieran protegides y contenides para tirarse a la pileta y charlar. Y el siguiente elemento disruptivo fue tiramos el piletazo de producir el teatro de sombras y las animaciones que construyen el relato en off, una zona lúdica de la película. Tan contradictoria como la maternidad. Es por momentos tremendo lo que se ve y oye, pero también es divertido y juguetón.
Por otro lado, les niñes son las únicas figuras que tienen reservado el uso del color a lo largo de todo el documental, y entendemos que eso también nos habla de tus elecciones. ¿Por qué el color es solo para elles?
En principio, cuento el por qué de la puesta que elegimos para las madres, porque la de les niñes se desprende de la necesidad de diferenciarlxs.
En relación a las madres, la primera decisión fue el estudio: necesitábamos poder hablar fuera de su cotidianeidad. La siguiente, el formato “igualitario”. Todas serían tratadas con el mismo valor de plano, evitando en la medida de lo posible cualquier ornamentación que nos hiciera imaginar quiénes eran, y en un blanco y negro profundísimo, rugoso, que evidenciara las (bellísimas) marcas de la vida en nuestras caras. Queríamos evitar todo lo que pudiéramos los juicios previos, o incluso la empatía previa. Queríamos fomentar la escucha y mirada atenta. Algo que en el ritmo visual contemporáneo pasa poco. Queríamos, también, reivindicar la belleza de la diferencia, la belleza de las marcas, la belleza de los gestos. Pero otra, no la que habitualmente vemos en los discursos audiovisuales, publicitarios y “del sistema”.
Les niñes entraron a la película más tarde, y sabíamos que demandaban otro tratamiento distinto, pero a su vez creíamos que no teníamos que “romper” el formato de entrevistas íntimas que son la apuesta fuerte de la película. Así fue que lo que decidimos fue montar el mismo telón de fondo que en las entrevistas a las mujeres, pero en mi casa (es decir: en el espacio cotidiano de les chiques) y hacerlas a color. Es una misma “caja” que muestra miradas distintas.
Las animaciones y las sombras chinescas, ¿cuentan algo que no se esté retomando en las entrevistas?
Las animaciones y sombras sostienen el relato off en primera persona, que sentíamos que era una necesidad de la película para que fuera intelectualmente honesta. No era justo pedirle a un montón de mujeres que den el paso al frente y pongan el cuerpo para derribar mandatos, y mantenerme a mí al margen, sin exponerme. Entonces decidimos que ese relato hilase la narración, sabiendo que fue lo que verdaderamente dio origen a esta búsqueda de contrastar ideas y sentimientos con otras.
A su vez, lo que más nos cuesta contar son las fantasías ocultas sobre la maternidad: dejar que les hijes se “maten”, tirarlos, saltar por la ventana. Irse.
Son ideas del orden de lo imaginario, pero que están. Pensamos que volverlas juego era una manera de aprender a lidiar con ellas.
En voz de Amparo, la maternidad es más que una identidad, pero también excede la mera tarea. Así la define la creadora de este diálogo hacia lo más hondo: como una trinchera. Siempre en disputa, siempre un campo a desarmar y rearmar, desovillando mandatos y atravesando prejuicios. Y, sobre todo, atreviéndose a ser auténticas, a riesgo de ser señaladas como malas madres.
Malamadre se estrenó en el MALBA el viernes 20 de diciembre y continúa en cartelera durante los viernes de enero a las 19 hs.
Trailer official:
https://www.youtube.com/watch?v=wHoPAbWXH5s
Datos técnicos de Malamadre
Dirección: Amparo Aguilar
Guión: Amparo Aguilar, Agostina Bryk
Produccion: Ah! Cine y U films
Productora: Carolina Álvarez
Fotografía: Iván Gierasinchuk (ADF)
Montaje: Lautaro Colace (SAE)
Sonido: Federico Moreira (La Mayor
Musica: Lucy Patané
Animaciones: Macarena Campos
Duración: 71 minutos