La película estrenada recientemente en la plataforma de Netflix saca a la luz el pasado oscuro de Bergoglio: su vínculo con los jefes de la última dictadura militar y su rol en el secuestro de los Jesuitas Yorio y Jalics. ¿Puede la ficción metabolizar un tabú y amortizar sus consecuencias?
Todo indica que puede. Tal vez Netflix es hoy la nueva fuente incuestionable de verdad. Alguna vez lo fue la Biblia, la ciencia, o la televisión. No importa demasiado recordar que la verdad es siempre un relato, un registro, una versión de las cosas. O tal vez sí, porque importa, la mejor verdad fue, es y será la mejor contada. Y Netflix reúne ese no sé qué de recursos, producción, y artífices talentosos. Cuenta mejor, y nos sale muy barato ver sus historias y creerlas, en el mejor de los casos.
En la película dirigida por Fernando Meirelles y escrita por Anthony McCarten, se recrea, desde una perspectiva siempre íntima, cómo fue posible la transición papal de Joseph Ratzinger a Jorge Mario Bergoglio, poniendo en tensión dos miradas sobre el rumbo de la legendaria institución católica, pero además, y yendo un poco más allá, sobre la vida misma. En las pinceladas que van construyendo a los personajes, nos encontramos con un Ratzinger que toca en el piano música clásica mientras desconoce canciones de los Beatles, en contraste con un sacerdote que da misa en las villas, que es fanático del fútbol, que come una pizza romana en un pequeño local al paso, y hasta habla sobre plantas aromáticas con trabajadores del vaticano. En definitiva, se pone en juego una pugna entre la cultura de elites y la cultura popular, entre un liderazgo investido de las tradiciones más arcaicas y otro más versátil, basado en la cercanía franciscana.
Todas las escenas insisten en estas diferencias al punto de volverse forzosas y excesivas, y de transformar por momentos a Bergoglio en un clisé de la argentinidad popular: el fútbol, el tango, la pizza, los goles que se gritan en el bar y el partido que se comenta candorosamente con desconocidos; mezclado con el carisma cristiano tercermundista, que se traza en los pasillos de la villa; el del apostolado sin sotanas, el de la prédica con y entre los pobres, y que reniega de la riqueza ostentada en el vaticano.
Hasta esa instancia, todo parece en algún punto predecible. La novedad es la incorporación del período oscuro de Bergoglio, durante la última dictadura militar en Argentina. Aquí la ficción metaboliza dos cuestiones con notoria naturalidad: el vínculo directo de Bergoglio con los jefes de las Juntas Militares como Provincial de la Compañía de Jesús (el provincial es la máxima autoridad de la congregación jesuita en el país) y su rol en la desaparición de dos Jesuitas: Orlando Yorio y Francisco Jalics, secuestrados el 23 de mayo de 1976 y liberados el 23 de Octubre del mismo año.
Lo sorprendente es que se recogen allí muchos detalles provistos por la investigación de Horacio Verbitsky, la cual fue causa de revuelos y desmentidas a partir de la asunción de Bergoglio como Papa. En la ficción se admite, con una llamativa ingenuidad, que Bergoglio SABÍA, y no por fuentes de segunda o tercera mano, sino a partir del contacto directo con los altos mandos, y en especial con Emilio Massera. Es decir, tenía un conocimiento exhaustivo de los crímenes de lesa humanidad que cometía en ese momento el gobierno de facto y estaba al tanto de los centros clandestinos, de las torturas, y de los desaparecidos. En segundo lugar, previamente a la desaparición de los jesuitas, Bergoglio se ocupó de expulsarlos de la orden, por lo que estos sacerdotes (que estuvieron en cautiverio en la ESMA, donde fueron violentados y torturados) quedaron sin protección de la iglesia en el momento de ser secuestrados.
Todo esto es admitido en la ficción, pero encuentra matices y justificaciones. En el clímax del film, Bergoglio le confiesa a Ratzinger que tenía miedo y que solo dialogaba con los genocidas para obtener información y salvar gente. Esto último podría ser en parte cierto, aunque el hecho de que hubiera dado aviso de su posible secuestro a algunas personas, no niega en absoluto la complicidad con los genocidas. Conforma la esfera de lo opaco, difícil de desmenuzar, y que en todo caso avala la idea de participación, para luego redimirse con algunos casos aislados. Algo similar a la figura cinematográfica de Schindler, pero con mucho menos heroísmo y sin riesgo alguno.
Una de estas situaciones ambiguas es el caso de Esther Ballestrino de Careaga, quien conformó la asociación de Madres de Plaza de Mayo, tuvo dos yernos que integran la lista de desaparecidos y una hija secuestrada durante su embarazo, quien luego sería liberada. Esther se fue del país en octubre del ’77 luego de que liberaran a su hija Ana María, pero vuelve al poco tiempo, comprometida con la búsqueda de familiares desaparecidos y con la lucha de las Madres. Entre el jueves 8 de diciembre y el sábado 10 de diciembre de 1977, el Grupo de tareas de Alfredo Astiz secuestró a un grupo de 12 personas vinculadas a la Madres de Plaza de Mayo. Entre ellas se encontraba Esther Ballestrino, junto con las otras fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor y María Ponce, y las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet. Esther fue secuestrada el 8 de diciembre con la mayor parte del grupo en la Iglesia Santa Cruz ubicada en el barrio de San Cristóbal de la ciudad de Buenos Aires (donde solían reunirse) para ser llevada a la ESMA, y ser asesinada en los llamados posteriormente “vuelos de la muerte”.
En la película se incorpora el momento en que Bergoglio se lleva los libros sobre marxismo de Esther Ballestrino de Careaga (con el fin de protegerla), y le da aviso de que tiene que irse, ya que su vida estaba en peligro. Sin embargo, se omite la secuencia posterior (situada entre varios meses y un año después) de su secuestro en la iglesia y los ¿posibles? intentos por salvar a Esther, así como al grupo de católicos que se reunían en la iglesia para reclamar por derechos humanos en relación con familiares desaparecidos. No hay ninguna denuncia suya ni acompañamiento formal efectuado como Provincial de los jesuitas para reclamar por ningún católico desaparecido. Solo silencio y conversaciones especuladas.
En cuanto a los jesuitas Yorio y Jalics, su excusa en la ficción es que los sacerdotes lo desafiaron, y que los suspendió acorralado por su ego, al sentir su autoridad socavada, ignorando que ese pequeño error los dejaría vulnerables y a la merced absoluta de las patotas de secuestro. El punto de inflexión habría sido la negativa de los sacerdotes a abandonar su trabajo pastoral en el Barrio Rivadavia, en el Bajo Flores.
La película muerde esas evidencias siempre negadas por referentes cercanos al actual Papa, como Juan Grabois. En la ficción, incluso, se retoma la diferencia posterior entre los mismos Yorio y Jalics. Mientras Yorio murió acusándolo a Bergoglio por haber sido secuestrado clandestinamente durante cinco meses, Jalics, aún con vida, puso un manto de silencio sobre el pasado, anunciado en una nota publicada en la web de los jesuitas alemanes, en el año 2013:“Doy los hechos por cerrados” y “No puedo pronunciarme sobre el papel del padre Bergoglio en aquellos hechos”, son algunas de las frases con las que da por cerrado el asunto para sumergirse en las cristianas aguas de la “reconciliación”. Esto se retoma en la película, cuando el futuro Papa, compungido, confiesa que uno de los sacerdotes lo perdonó, mientras que el otro no. Incluso se recrea la misa en Argentina en la que se reencuentra con Jalics, y ambos se reconcilian, cuando Bergoglio ya era Arzobispo de Buenos Aires (situación narrada por el mismo Jalics).
Para quienes quieran gozar de filmaciones con menos espectacularidad, pero con menos filtros edulcorados, en Youtube se encuentra completa la declaración de Bergoglio como testigo en el marco del juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA, a cargo del Tribunal Oral Federal n° 5, el 8 de noviembre de 2010. La declaración al entonces Arzobispo de Buenos Aires, que debió ser tomada en la sede episcopal por pedido de Jorge Mario, deja en evidencia, a partir de sus propios dichos, que Bergoglio tenía absoluto conocimiento (escudando ese saber con inexplicables fuentes anónimas) de que los jesuitas estaban secuestrados clandestinamente en la ESMA. Además, desconoce allí todo tipo de documentaciones que la Iglesia realizaba, lo que resulta absurdo e inverosímil, dado que ni la Iglesia acostumbra olvidar su papeleo, ni Bergoglio parece ser descuidado al respecto.
En esa misma declaración de Jorge Mario, se tornan evidentes ciertas incongruencias, la más absoluta carencia de documentos oficiales para respaldar sus afirmaciones, y la aceptación a medias de que sostuvo conversaciones con distintos obispos luego de haber expulsado a Yorio y Jalics, los cuales incurrieron (¿casualmente?) en la negativa de aceptarlos en sus diócesis, previamente a que fueran secuestrados. Respecto de Esther Ballestrino, asegura haberse enterado de su desaparición y la de las monjas francesas, entre otras personas, por los diarios. Desmemoriado, declara ante la interrogación de Luis Zamora que presume que se realizaron denuncias por esas desapariciones (que incluían la de Esther, a quien dijo considerar una amiga ante el mismo tribunal) pero no sabe de constancia ni registro alguno de tales denuncias A la vez, reconoce allí que es la máxima autoridad de la Conferencia Episcopal, por lo tanto, todos los registros estaban al momento de la declaración bajo su responsabilidad. Sin embargo, jamás aportó documentación alguna. Olvidos, omisiones, ausencia de nombres, documentos extraviados, información obtenida de fuentes remotas y confesiones a medias, arman el rompecabezas de un relato en primera persona que deja, más que sospechas, fundadas certezas.
Es curioso, pero no extraño, que se elija la ficción para blanquear el pasado del Papa, y a la vez metabolizarlo para las masas. ¿Qué podía realmente hacer él para evitar el genocidio? El dominio de la zona gris es el manto ideal para disfrazar esa alianza espuria del pasado con una mezcla de miedo y buenas intenciones. El Bergoglio de la película emerge para decirnos que cambió, y que eso es lo importante. Ratzinger se vuelve más humano, y el encubrimiento de miles de casos de pedofilia es apenas un dato de color.
En Los dos Papas, el pasado se representa, pero alterando la interpretación. De esta forma, la ficción cumple una función tranquilizadora. La consciencia puede descansar en paz. Consciente e inconsciente transformaron el trauma inasimilable en un manojo de justificaciones. Después de todo, muy pocos fueron Jorio y Yalics, y gran parte de la sociedad fue como Bergoglio. Es más fácil perdonar a Bergoglio, para perdonarse a uno mismo.
Para coronar la propuesta de impunidad, ambos Papas recurren al sacramento de la confesión para purgar sus errores del pasado. Errores que consisten en la complicidad con el genocidio de Estado más reciente en Argentina y la desaparición de 30 mil personas, por un lado, y el encubrimiento sistemático (que a la vez permitió y permite que continúen abusando de niños, con el agravante de la confianza en el liderazgo de las comunidades y el poder de su investidura) de sacerdotes pedófilos seriales, por el otro. ¿Las actuaciones de Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, y las humoradas de un cardenal que rompe graciosamente con protocolos son suficientes para no indignarnos ante la propuesta de indulto sacramental y punto final?
Más allá de las pequeñas transgresiones, la película pretende restaurar lo más rancio de una casta religiosa y política cuyos crímenes intentan posicionarse siempre más allá de la justicia humana. El sacramento de la confesión reduce a simples pecados los crímenes más atroces de la humanidad, como la violación, la tortura, el exterminio o la pedofilia, y los entrega al Divino perdón de Dios. El orden se restaura, una vez más, sin documentos oficiales que reconozcan las complicidades estructurales y los gravísimos crímenes cometidos, avalados y ocultados por la institución. Y todo queda, silenciosamente, en familia.
Algunas fuentes:
- Declaración de Jorge Bergoglio como testigo en el juicio oral y público por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) el 8 de noviembre de 2010. Los jueces del Tribunal Oral Federal 5 Daniel Obligado, Germán Castelli y Ricardo Farías. Entre los querellantes de la causa, se encontraban Luis Zamora y Myriam Bregman:
https://www.youtube.com/watch?v=kusAEY26O4Y&t=3s
- Notas (no borradas) de H. Verbitsky en el marco de la Investigación por el secuestro de los jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio:
https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-215961-2013-03-17.html
https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-313034-2016-10-30.html