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    Esa materia extraña

    27 diciembre, 20138 Mins Read
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    Esa materia extraña

    Crédito: Maya Socha

    Por Cezary Novek. Después de muchas correcciones y de haber ganado la primera mención del Fondo Nacional de las Artes 2011, Laura Pratto lanzó su último libro, El menor escándalo. Aquí, la entrevista que dio para Marcha. 

    “Parece que detecta
    esa materia extraña,
    la sangre fría y alegre”
    -El menor escándalo, p. 17-

    “Un cuerpo como un átomo,
    algo entero en su orden,
    un muerto.
    Es el menor escándalo”
    -El menor escándalo, p. 27-

    Laura Pratto (San Francisco, Córdoba 1976). Autora de El alcance (Bajo la luna, 2006),  El hilván (Bajo la luna, 2009) -ambos premiados por el Fondo Nacional de las Artes- Cría (Recovecos, 2009) y El menor escándalo (Recovecos, 2013). Es analista de sistemas e instructora de yoga. Dicta talleres en San Francisco, reside en Buenos Aires hace más de diez años y participa regularmente en lecturas y presentaciones de poesía en Córdoba.

    Su obra se caracteriza por una aparente sencillez que esconde complejos sistemas de relaciones entre las palabras. Sus poemas no llevan títulos y están intervenidos por ráfagas de lengua coloquial provenientes del acervo de dichos comunes del habla argentino y del dialecto de los inmigrantes piamonteses, de los cuales desciende. Temas como los mandatos familiares, el tiempo suspendido de las siestas en el recuerdo de la infancia, el ciclo de la vida y los desapegos están presentes en su obra tanto como su meticulosidad técnica.

    Nos encontramos un domingo por la tarde en el tradicional café La Palma, situado en una de las avenidas principales de San Francisco. Ella pide agua, yo café. Al igual que la imagen que se percibe de ella en las redes sociales, irradia salud y buen humor de forma tal que es imposible no sentirse cómodo en su presencia.

    -En Cría trabajaste con los vestigios de la lengua piamontesa en el contexto cotidiano. Hay temas como el apego a los ancestros y la construcción milimétrica de una voz original. En El menor escándalo se evidencia la preocupación por el desapego y la despedida –más concretamente, la agonía previa-; la enfermedad y la muerte. ¿Hay un diálogo entre estos títulos?

    -Hay un diálogo que no fue premeditado, que recién comencé a percibir cuando El menor escándalo fue publicado,  entre esos puntos que son el origen y el fin. Una primera lengua donde la vida prolifera, denuncia, donde todo es multiplicación,  casi promiscuidad, y un aprendizaje, en el otro extremo, de la habilidad de medir las palabras, del arte de tapar, al punto de poner tapa sobre un cadáver casi sin que se note.

    -Es notable cómo tu poesía se ha soltado bastante pero sin perder precisión. ¿Podés contar esta evolución? ¿Cuál fue tu búsqueda en ésta última obra?

    -Creo que mi preocupación viene siendo, y en esto veo un lento progreso desde mi primer libro, no usar la excusa del género poético para encanutar/me, decir claramente debería permitir también mantener un secreto, me gustaría ir desencriptándome de a poco, y quizás, finalmente, poder contar. A veces pienso que escribo poemas como por defecto, por no haber llegado a poder poner toda la carne en el asador.

    -Contáme cómo fue tu acercamiento a la palabra escrita en tus primeros años, tus primeras lecturas, cómo te influyeron y cómo fueron tus primeros pasos en la poesía. Sos analista en sistemas, lo que sugiere una tendencia a la lógica y la exactitud que de seguro influyó en tu manera de escribir. Me gustaría que me cuentes un poco de eso.

    -Tengo el título de analista pero me resulta tan raro cuando me recuerdan que lo soy… Siempre me justifico así, de modo romántico: “a mí me gustaba estudiar, quería seguir estudiando, por razones económicas no me podía ir a Córdoba ni a otra ciudad, lo único universitario que había por entonces en San Francisco era la UTN, lo menos masculino que había allí era Sistemas”. Y bueno, claro que la impronta quedó, a veces siento que trabajo cada verso como una ecuación. Y también recuerdo cuando tomando apuntes, con una compañera, bromeábamos acerca del doble sentido de las sentencias que dictaba algún profesor.

    Todo fue muy tímido (algunas lecturas, el diario íntimo, las buenas notas en las redacciones de Lengua, el taller literario en San Francisco) hasta el paso por el taller de Irene Grüss, donde la cosa se puso más seria en el sentido de que perdió su pátina naif y cobró conciencia de la responsabilidad frente al texto, junto con un gran entrenamiento de la mirada.

    -Me gustaría preguntarte sobre la importancia de los silencios en tu poesía. Hay un trabajo riguroso con la palabra, pero es ese silencio entre líneas, entre versos, entre palabra y palabra, lo que me llama la atención ¿Es un trabajo consciente?

    -Sí, definitivamente hay un trabajo consciente en esos silencios, que por otro lado me representan bastante en la vida cotidiana. Ya que mencionaste a los piamonteses antes, me gusta hablar de ciertos silencios que parece que se transmiten con el ADN. En la época de mis abuelos se decía de tal o cual que le había “chapado la picundria” cuando sin dar ninguna explicación, de golpe clausuraba su garganta, dejaba de hablar por días. A mi abuela materna le pasaba. Creo que hay un legado en cuanto a que “de lo que no se puede hablar, es mejor callar”,  y que yo lo practico también  en mis poemas.

    -Naciste en San Francisco, donde dictás talleres todo el año. Vivís en Buenos Aires, donde ganaste premios y publicaste un par de títulos. Viajás seguido a Córdoba, donde publicaste tus últimos libros. Se podría decir que sos una escritora nómade, argentina, de aquí y de allá. Sin embargo, tu poesía está muy ligada a tu ciudad de origen ¿Cómo vivís esta ubicuidad literaria? ¿Influye en tu obra esta cualidad de pertenecer al circuito cultural de varias ciudades?

    -Lo gracioso es que no me parece que pertenezca al circuito cultural de ninguna  de las tres ciudades, ni siquiera por elección, casi como problemática de adaptación lo digo. Sí, de las tres, tengo claro cuál me empezó a hacer sentir feliz de escribir, y es Córdoba. Hubo un clic, seguramente personal, pero muy coincidente con la salida de Cría y la decisión de publicar desde Córdoba, más el gran acierto que fue conectarme con la editorial Recovecos: de golpe sentí que escribir también puede ser como estar en familia. Sin embargo Cría tiene la escenografía  y la idiosincrasia de la ciudad natal, nunca pude cortar el cordón. Y Buenos Aires fue fundamental porque permitió que la escritura saliera a la luz. Es la ciudad donde sentí que una actividad mal vista por los mandatos de mis antepasados, por lo “improductiva”, a ese modo de ver, no sólo era posible, también era digna y valiosa. Esas tres cosas difícilmente las hubiera experimentado de no salir de mi punto de origen.

    -Hay una fuerte afición por los juegos de palabras. Esto se puede apreciar en tu muro de Facebook, donde posteás periódicamente aforismos que parodian el lugar común, que es otro tema que aparece con frecuencia en tu poesía. Esos posteos generan una interacción con tu comunidad de lectores virtuales, como invitación al juego, a la propia producción de frases ¿Hay planes de reunir una colección de material humorístico? ¿Qué lugar tienen la lúdica y el humor en la poesía de Laura Pratto?

    -Soy feliz cada vez que un juego de palabras que posteo provoca el juego en el otro, pienso que es tan poco y a la vez tanto en el sentido de que aporta a la calidad de vida. Me preocupa no anestesiarme con respecto al sentido, no por repetidas las cosas dejan de tener escondidas, o tan a la vista que pasamos de largo, alguna novedad. Cuando se producen esos intercambios, pienso si la mina o el tipo que está del otro lado también está esbozando una sonrisa como la que a mí me generan esos hallazgos momentáneos. No me parecen genialidades, pero me dan una esperanza suficiente, en línea con esta frase que encontré en el cuento “La casa vacía”, de E.T.A. Hoffmann: “¿No eres acaso un loco, un iluso, que siempre tratas de convertir lo vulgar en algo maravilloso?”. El lugar común puede parecer lo vulgar. Sin embargo, saber que hay otros que disfrutan viéndolo de otra manera, me hace sentir bien.

    -Por último, me interesa saber sobre tus rituales de escritura y reescritura ¿Cuánto tiempo de maceración le das a tus textos antes de retomarlos? ¿Cuánto te toma llegar al momento de cerrar un texto? ¿Escribís por la noche o por la mañana? ¿En silencio o preferís acompañarte de música? ¿En tu casa o en un café? ¿A mano o en la PC? 

    -Me lleva mucho tiempo llegar a un punto no diría de conformidad pero al menos de limitación con respecto a un texto: asumir que por más que sea perfectible yo ya no puedo hacer nada más por él.  Siempre siento, no sólo que podría mejorar, redondear más,  ganar solidez, sino que si no lo hago es por mi negligencia. Puede que pase años, como para El menor escándalo, desconfiando de una aparente instancia de cierre y mortificándome por no poder llevarlo aún a un estado más evolucionado.

    Mi momento de mayor concentración es el día, así que durante él escribo, y sobre todo, corrijo. Siempre en mi casa, siempre en la PC.  Como diría mi amiga y escritora, Griselda García, “ponete el mameluco…”. Fuera de mi escritorio, de mi casa, observo casi como escribiendo ya, es un modo de vida, pero otra cosa es ponerse a laburar.

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