La película Joker, dirigida por Todd Phillips y con la magistral interpretación de Joaquin Phoenix, vuelve a darle vida al histórico enemigo de Batman para poner en cuestión una certeza: ¿quiénes son los villanos? Un recorrido por algunas de las preguntas que nos deja la película.
Por Ana Paula Marangoni
AVISO: LA NOTA CONTIENE PUNTOS IMPORTANTES DE LA TRAMA
En las mejores películas, no se trata jamás de héroes y villanos. La vida es compleja, y cuando el cine abandona las fórmulas para explotar esa complejidad, se transforma en arte.
En Joker, lo complejo estalla semióticamente. No se trata de un film que sólo pretende explicar cómo el Guasón llega a serlo. Esa vía sería en definitiva también simplista, incluso aunque pretendiera romper con los clásicos maniqueísmos.
El asunto va un poco más allá y nos dispara en la cara. Si alguien ve la película en el cine y sale en paz, entonces es muy probable que no haya entendido (o no haya querido entender) nada. Tal vez es tan exitosa en audiencias porque coexisten el espectáculo y la ejecución perfecta en la dirección, el guion, la actuación, el sonido y la fotografía. Para los y las cinéfilas, se agrega la necesidad aristotélica de hacer catarsis y mirar incómodxs a nuestro alrededor que genera el film.
Porque Ciudad Gótica, o Gotham, podría ser Nueva York; podría ser también cualquier ciudad del mundo. Nos deslumbra el personaje de Joker, pero repetimos cotidianamente la cadena de indiferencia y violencia hacia los y las Arthur Fleck. ¿Cuántos Arthur había en el cine mirando la película? ¿Con cuántos nos cruzamos a lo largo de un día cualquiera?
Joker es brutal. Cada asesinato lo es aún más. Y, sin embargo, es ineludible experimentar esa violencia superlativa que lo rodea y lo destruye. La película nos obliga a meternos en los zapatos de Arthur durante 123 minutos, lo que resulta insoportable. Como expresa durante el programa de Murray (el presentador que interpreta Robert De Niro), nadie está dispuesto a ponerse en su lugar: “Ya nadie es civilizado. Nadie piensa cómo es ser el otro chico. ¿Crees que hombres como Thomas Wayne alguna vez piensan lo que es ser alguien como yo? ¿Ser alguien más que ellos mismos? Ellos no. ¡Piensan que nos sentaremos allí y lo tomaremos todo, como buenos niños! ¡Que no seremos hombres lobo y nos volveremos locos!”. Nosotros, ¿lo estamos?
“Solía pensar que mi vida era una tragedia, pero ahora me doy cuenta de que es una comedia”
Todo en Joker tiene pliegues sobre la biografía de Arthur, a la que vamos accediendo a través de capas cada vez más traumáticas y dolorosas. Él quiere ser comediante, pero a la vez padece de una enfermedad mental que lo hace reírse incontrolablemente en momentos de nerviosismo. Su programa de humor predilecto, donde aspira consagrarse como comediante, es el espacio donde experimenta, espectacularmente, la retórica del rechazo. Accede a su máxima meta, pero para ser devorado y escupido. Una dualidad que pone en juego esta relación entre lo cómico y lo trágico, como conceptos que se invierten y que siempre quedan del lado equivocado.
Su madre lo apodó “Happy”, convenciéndolo, además, de que él había nacido para traer risas y alegría al mundo. La búsqueda desesperada de comicidad se entremezcla con lo trágico, a medida que va accediendo a información sobre su pasado; no es posible sustraerse, los términos están trastocados. La verdad se esconde detrás de retóricas y máscaras que nunca parecen acabarse. Las cartas de su madre, el relato de Wayne, el informe psiquiátrico. Hay una broma macabra que se reserva el final del truco, donde no se distingue lo verdadero de lo falso.
¿Qué es lo gracioso? parece ser la pregunta que bordea entre la psiquis de Arthur y el resto de la sociedad. Mientras el protagonista prepara su número para un pequeño teatro, presencia el stand up de un cómico y realiza anotaciones para aprender a ser un Joker. Pero cuando todos ríen, él mira a su alrededor consternado. Hay un sentido del humor que él no comprende, que se le escapa. No hay nada más social que esa sutil selección de lo que causa gracia y lo que no. Además su risa, su más plena manifestación, también es disruptiva. Porque no puede controlarla. Emerge como elemento que disloca, volviéndose inaceptable. Para colmo, no puede hacer reír cuando se lo propone. Sólo es objeto de risa en carácter de fenómeno: cuando lo golpean, lo humillan o se burlan de él.
Por eso, cuando llega a la televisión, antes de hacer su broma magistral, él ya sabe que lo que hará no causará gracia. Porque nunca pudo participar del humor en la sociedad. Ya no pretende agradar o hacer reír a la misma tribuna que lo espera para reiterar su ritual de violencia. Y le hace a Murray, su antiguo ídolo, precisamente esa crítica. Ellos deciden qué es gracioso y qué no. Joker ya no desea pertenecer a esa sociedad que lo desprecia, una y otra vez. Ya no intenta compartir el humor. Por eso, él ahora decide reír, expresando la violencia del modo más visceral.
“Durante toda mi vida ni siquiera sabía si en realidad existía. Pero existo y la gente empieza a darse cuenta”
Arthur es el hijo de la chingada, el hijo de la puta y, por ende, el hijo de una loca. Cuando este payaso a sueldo decide enfrentar la realidad, se encuentra con el delirio como constante.
El multimillonario Thomas Wayne afirma que su madre deliraba al decir que él era su padre. El expediente psiquiátrico de su madre, donde descubre que fue abusado y torturado de pequeño, afirma que su madre lo adoptó y que sufría de delirios. Arthur mismo descubre que él mismo deliraba al imaginar un romance con su vecina.
La realidad parece ser una dimensión esquiva a la que solo se accede para recibir cantidades insoportables de dolor y padecimiento. Si su madre, la única imagen “real” del amor en su vida, es quién más lo dañó, no es casual que este sea el puntapié para descubrir que el amor recíproco de otra mujer también fue un ensueño. E incluso buscando acceder a la verdad, pareciera que ese origen se le resiste, a pesar de todo. ¿Es el hijo no reconocido de Thomas Wayne? ¿Es hijo de otros padres que lo abandonaron? ¿Es el hijo de Peny, la mujer que lo abandonó simbólicamente cuando más debía protegerlo? Arthur es el hijo no deseado, se mire por donde se mire. Por eso el reconocimiento es tan importante para él. Su modo de enfrentar ese rechazo originario es a través del parricidio. Mata a su madre. Mata a su padre del humor, Murray. Y en medio de la rebelión de payasos que inspira, alguien mata también a Thomas Wayne.
Arthur encuentra en el Joker un modo de existencia donde puede rechazar su destino socialmente asignado, y expresar su vitalidad a través de la violencia extrema. Él es el hijo guacho de una sociedad brutal que lo trajo al mundo para violentarlo una y otra vez. Arthur es el mal chiste del que nadie quiere hacerse cargo, hasta que se convierte en un problema y en una auténtica amenaza.
En el remate final ante Murray, Arthur expresa con absoluta lucidez: “¿Qué obtienes cuando cruzas un solitario mentalmente enfermo con una sociedad que lo abandona y lo trata como basura? ¡Te diré lo que obtienes! ¡Obtienes lo que te mereces!”. Arthur logra el reconocimiento buscado del único modo posible. De alguna extraña manera, él logra su objetivo y deja de ser invisible. La ciudad que lo rechazó una y otra vez, arde en llamas, y él sonríe, complaciente, como un niño.