Por María Julia Giménez desde Brasil. Los escándalos por la realización de la Copa Mundial de Fútbol en Brasil no dejan de sorprender. El derrumbe del estadio de inauguración, los negocios turbios, las miles de familias desplazadas y el encarecimiento de la vida para los más pobres.
El derrumbe en el estadio Arena de Corinthians y la muerte de otros dos trabajadores contratados por la constructora Odebrecht ha colocado en la tapa de los grandes medios de comunicación, nacionales e internacionales, que la realización de la Copa del Mundo 2014 en Brasil se encuentra amenazada y exige una pronta solución.
Las imágenes del estadio inaugural, situado en la capital paulista, acompañadas por leyendas que advierten de los riegos y falta de garantías que el próximo mega-evento ofrece a los productores y consumidores del fútbol, recorren el mundo obviando las voces que desde hace tiempo gritan en la calles que el Mundial es una amenaza para el pueblo brasileño.
Como se escuchó durante las jornadas de movilización en junio, cuando millones de brasilerxs poblaron las calles tras el aumento del boleto en el trasporte público, “a Copa é um roubo”. El financiamiento público a emprendimientos privados que, como el caso de la Arena de Corinthians, tiene orígenes en el Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico e Social (BNDES) y que se suma a los R$ 420 millones en incentivos fiscales entregados por la alcaldía de São Paulo y a los R$ 70 millones entregados por el gobierno paulista, deja en evidencia que la Copa la paga el pueblo, pero que sólo algunos beberán de sus beneficios.
La falta de recursos en salud y educación entra en clara contradicción con los onerosos gastos que el Estado desembolsa en los mega-eventos. “O povo não é bobo”, dicen, y aunque las grandes corporaciones de comunicación intenten distorsionarlo, las manifestaciones que desde junio protagonizan las calles del Brasil cargan con esta clara denuncia.
Sin embargo, no todos los recursos que el Estado invierte para sustentar al negocio de la Copa están destinados al sector privado. En consonancia con aquello, se puso en marcha un claro aumento de los dispositivos de control y represión que garanticen el libre emprendimiento de la Copa, escondiendo bajo discursos pacificadores e higienistas el carácter violentamente excluyente de los beneficios del mega-emprendimiento futbolístico.
Poco repercutió en los grandes medios la sistemática caída de techos -techos pobres- que implicó, y aun implica, el armado de la carpa circense del próximo Mundial. De acuerdo con los datos recogidos por la Articulação Nacional dos Comitês Populares da Copa (ANCOP), cerca de 250 mil personas ya fueron –o serán próximamente- desalojadas de sus casas para la construcción de las rutas y los estadios para el mundial de fútbol. El estadio inaugural situado en la región de Itaquera, en la zona este de São Paulo, es la obra récord en orden de desalojos: cerca de 89 mil personas serán desalojadas de sus casas.
Según informes del ANCOP, 300 familias de la Favela da Paz –situada en las inmediaciones del estadio- se encuentran desde 2011 en constante peligro de desalojo tras la existencia de una orden que advierte su inmediata demolición. Pero la situación de la Favela da Paz se repite en otras regiones pobres de São Paulo y Brasil. Vila Progresso, por ejemplo, también fue afectada por el proyecto de la Arena de Corinthians, cuando cientos de familias vieron caer sus techos violentamente por las fuerzas de seguridad y recibieron a cambio una bolsa-aluguel (alquiler) de R$ 300 a R$ 400, que lejos está de acercarse a los precios colocados por el mercado inmobiliario.
Y cabe aclarar: la Copa no sólo derrumba techos. Tan violenta como la remoción es la especulación inmobiliaria que expulsa día a día a habitantes de las zonas en cuestión. Actualmente, en Itaquera el alquiler de un inmueble de apenas 50 m² y un dormitorio llega a los R$ 900, superando holgadamente los R$ 690 del salario mínimo. Esto sin contar que los costos de los servicios públicos, que aumentaron drásticamente sin la consulta o participación de las familias afectadas.
Pero esto no aparece en la gran prensa nacional o internacional. La FIFA nada dice sobre las remociones; y Pele pide al pueblo brasileño dejar las protestas para después de la Copa.
El techo de la tolerancia también está cayendo. Miles de hombres y mujeres repoblaron las calles haciendo escuchar sus voces disconformes, exigiendo por más y mejor salud y educación, denunciando el evidente robo, el aumento de la violencia represiva y el monopolio de la información. El pueblo brasileño hace meses que está gritando que “abre mão da Copa”. Se cansó de sostener para nunca beber.