El vendedor de humo. Nueva entrega de esta columna donde el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.
—”…Porque el Snark era un Boojum, verán”.
La frase había sonado hacía un momento en el teléfono de mi oficina. El susurro quejumbroso ocultaba un cierto tono de reproche, como si alguien se hubiese impuesto la penosa tarea de comunicar la muerte de un pariente muy querido. Había oído ese mismo tono modulado por infinidad de voces a lo largo de los años, y era parte de mi rutina de trabajo. “Detective Literario”, lo llaman ellos y a mí me da lo mismo mientras paguen. Si, señora: Todo tipo de misterios relacionados con la literatura. Exacto, Coronel: Libros, esas cosas llenas de letras cuyos lomos decoran su biblioteca, empotrados entre una cabeza de búfalo y el retrato del antepasado que hizo su fortuna prostituyendo a la abuela.
Al fin de cuentas, era una manera como tantas de ganarse la vida. Era lo que estaba haciendo yo esa tarde, sentado en el confortable salón de la sede de los “Lewis Carroll Regulars”. Sin embargo, mientras examinaba al grupo de excéntricos que habían pagado por mi tiempo, me pregunté qué tal me hubiese ido con la odontología.
—Como usted sabrá, señor mío, —gangoseó el Profesor— esa línea de “La Caza del Snark” que cité al teléfono fue escrita mucho antes que el resto del poema que concluye con ella, y tenemos razones de peso para creer que resulta una clave del enigma.
—El libro es una de las creaciones más singulares de Lewis Carroll y su historia ha sido contada miles de veces, pero me atrevo a decir que no estaría de más repasar los hechos —continuó la dama sentada enfrente, cuya voz hacía pensar en hojas de alerce preservadas entre las páginas de la Guía Telefónica —. Fue publicado en 1876, es decir, cuando Lewis Carroll ya era el célebre autor de “Alice in Wonderland”, y sabemos que llenó de perplejidad a sus contemporáneos…
—En efecto —terció el Coronel Cradle, pareciendo despertar de su letargo—. Es posible que su forma los confundiera tanto como su contenido: un largo poema contando la absurda expedición de un grupo de lunáticos que, munidos de un mapa en blanco, parten a la búsqueda de un animal (llamémosle mitológico) al que nadie ha visto jamás y del que no existe la menor descripción. Este animal, conocido como el “Snark”, esconde sin embargo una singular amenaza:
“Pero, ay, radiante sobrino, cuidate
si tu Snark es un Boojum. Porque entonces
suave y repentinamente desaparecerás
y nunca nos veremos de nuevo.”
La voz del Coronel se descompuso en una confusa maraña de carraspeos.
Puse mi vaso sobre el recio escritorio de caoba y avancé hacia los amplios ventanales. Afuera, gruesos nubarrones se acumulaban sobre el horizonte como las cartas en una mano de poker. Supuse que vendrían de Pasadena. Siempre lo hacen.
Impasible, el coronel continuó a mis espaldas.
—El poema es hoy visto como una obra maestra del “nonsense” británico, pero es comprensible que en su momento los lectores fueran confundidos por esa versificación escandalosamente infantil, esa suma de vocablos ridículos que no pareciera tener ningún sentido aparente más que el de regodearse en su propia musicalidad. Poesía para bebés, escrita por bebés, me temo.
—Sin embargo, las explicaciones sobre su posible significado se siguen acumulando —gorjeó la vieja bruja—. Parodia del caso Tichborne, drama existencial, panfleto en contra de la vivisección… ¿Comprende? Su aparente falta de sentido ha permitido que le fueran adjudicados casi todos los posibles.
—El propio Carroll fomentó esas especulaciones, si no recuerdo mal —la corté en seco—. Siempre eludió el tema.
Giré sobre mis talones y contemplé a los tres viejos. Fue una mirada larga y estudiada.
—En resumen, y corríjanme si me equivoco: ustedes desean poseer la clave del Snark. De una vez y para siempre. ¿Correcto?
—Correcto, señor mío —susurró el Profesor, con una sonrisa almibarada—. Me gusta el hombre que va directo al grano, como es su caso. ¡Ah, tener su juventud! La juventud es vida, señor mío, y la vida es tiempo. Un bien del que nosotros ya no disponemos, como usted podrá ver.
Sus ojitos brillaron golosos por un instante.
—Hace años que estamos tras el significado oculto de “La Caza del Snark”, y, sin embargo, semejante bien se nos escurre por entre los dedos como si fuera arena. Hace 20 años, en El Cairo, creí haber hallado la respuesta, pero…
—Yo, hace treinta, hurgando en los archivos reales de Suecia, llegué a suponer…—gimió la anciana.
—Quince años atrás, un cambalachero de Siracusa abusó de mí horriblemente con esa excusa —la voz del Coronel puso un punto final al paréntesis—. Suficiente, caballeros. Todo lo que tenemos, en definitiva, se encuentra en el mismo libro:
“Lo buscaron con dedales, lo buscaron con precaución.
Lo persiguieron con tenedores y esperanzas,
Amenazaron su vida con una acción del ferrocarril.
Lo atrajeron con sonrisas y jabón.”
Y desde luego, el supuesto hallazgo del Snark, que demás está decir, nunca aparece en el texto. Sólo oímos ese grito del valiente cazador antes de desaparecer para siempre, porque…
—”…Porque el Snark era un Boojum, verán”—completé la frase.
Hice una pausa para secar mi frente, mientras dejaba que algunos truenos lejanos reforzaran el efecto de mis palabras. Debían estar aún por Sausalito.
—Como han visto, la sonoridad del poema es importante. Quizás esa música valga más que el significado aparente encerrado en las palabras. Sospecho que es en esa superficie donde debemos buscar y para eso, nada mejor que remontarnos a la génesis de la obra.
Me senté en el borde del escritorio mientras examinaba la excelente biografía de Carroll escrita por Morton Cohen:
—Veamos… “La Caza del Snark”, aquí está. Cuando su ahijado Charlie Wilcox enferma de tuberculosis en julio de 1874, Lewis Carroll viaja a Guilford con la intención de cuidarlo. Tras casi toda una noche en vela junto al inválido, Carroll sale a dar una caminata por los alrededores y es allí cuando concibe la línea que dará origen al libro:
“…Porque el Snark era un Boojum, verán”.
Mi voz sonaba chillona e irreal: las palabras habían sido repetidas demasiadas veces como para tener sentido. Sin embargo, yo era un profesional y debía continuar:
—En suma, Carroll concibe su obra velando a un pariente que no tardará mucho en patear el balde… No es casualidad que presente al libro como “un agonía en ocho convulsiones”, ni que el significado del Snark esté ligado de algún modo a la idea de la aniquilación final. El sentido de la vida, usted sabe, ese tipo de cosas…
—¡Paparruchas! —gruñó el Coronel, con las venas del cuello a punto de estallar—. Todo eso se ha dicho hasta el cansancio. Lo lamento, pero no creo que su información valga nuestro dinero.
—No sea idiota —le respondí con una sonrisa fatigada—. Ya me lo he ganado.
El grupo de ancianos me contempló, perplejo. Solté una risotada.
—Siempre hay un detalle, mi querido Coronel, un pequeño detalle. Todos ustedes lo han visto miles de veces y precisamente por eso nunca le han prestado atención. Al igual que la musicalidad de las palabras, lo tenían un poco demasiado cerca como para que lo notaran: pegado con cinta en la nariz.
El Coronel palideció, mientras el sonido de los truenos que llegaba desde afuera ponía un dedo sobre sus labios. La tormenta pronto estaría aquí.
Decidí liquidar la cosa de una vez:
—Después de dormir apenas tres horas, Carroll concibe una frase que le obliga a escribir un libro completo para justificarla. ¿Por qué? Porque todo el sentido del libro debía ya estar en ella, reducido a su motivo más simple. Piensen, idiotas: una línea escrita por un hombre que, después de pasar una noche en vela, sólo podía tener una cosa en su mente…
—¿Dormir? —susurró el Coronel Cradle.
—Hoyo en una, Coronel. El hombre estaba muerto de sueño. Algo sacó en limpio de eso: las palabras “Snark” y “Boojum”. No podrían ser más distintas entre sí. Y, sin embargo, cuando las estudiamos desde la óptica de un tipo que se ha pasado toda una noche mirando dormir a otro, “Snark” no puede sonar a otra cosa que…
—¡Un ronquido! —graznó la anciana, triunfal.
—Eureka, Milady. Mientras que si aplicamos la misma regla fonética a su opuesto, veremos que el “boojum”, en ese contexto, debe referirse a…
—¡Un bostezo, por supuesto! —rugió el Profesor.
—¡Bingo, infeliz! Se trata del bostezo que precede al despertar. O, mejor dicho, de la idea del despertar mismo, opuesta a la idea del dormir encarnada en el ronquido.
Extraje un volumen de la biblioteca:
—Permítanme leerles el siguiente párrafo, que, como todo escolar sabe, se encuentra en otro libro de Carroll llamado “A través del Espejo”. En él, Alicia descubre al Rey Blanco durmiendo como un angelito:
“—Ahora está soñando —dijo Tweedledee—; ¿Con quién dirías tú que está soñando?
—Eso no se puede saber —dijo Alicia.
—¡Pues contigo! —exclamó Tweedledee palmoteando triunfalmente—. Si dejase de soñar contigo, ¿dónde crees que estarías tú?
—Donde estoy ahora, naturalmente —dijo Alicia.
—¡Ni mucho menos! —replicó Tweedledee con desprecio—. No estarías en ninguna parte.¡Vamos, tú no eres más que un objeto soñado por él!
—Si ese Rey se despertase —añadió Tweedledum—, ¡paf!, te apagarías como una vela.”
Me acerqué al ventanal. Grandes gotas de agua comenzaban a caer del cielo, estrellándose con estrépito sobre la verde alfombra de césped que rodeaba la casa.
—En definitiva, caballeros: la vida concebida como un sueño; un viaje, una búsqueda. Pero recuerden: quien comprende que sueña, despierta.
Contemplé la lluvia que caía afuera con fuerza. Mi voz sonaba remota, como si surgiera desde el cajón de las medias.
—Resolver el enigma de la existencia y disolverse en la nada son una misma cosa. Uno no necesita seguir dando vueltas por ahí cuando todo ha sido aclarado: es hora de irse a casa. Esa es otra manera de explicar el asunto… De cualquier modo, creo que con esto queda terminada su propia cacería, señores.
Giré en redondo, frotando mis manos encallecidas. Hasta los Detectives Literarios tenemos momentos buenos en nuestras vidas, y el de cobrar por nuestro trabajo es uno de ellos.
Pero el salón se hallaba vacío.
Nota de la Gerencia: el autor juega con el parecido fonético entre “Snark” y “snore” (ronquido).