La sociedad informacional se consolida en el marco de un mundo en crisis. Cuál es el escenario, los condicionamientos en nuestras interacciones y las posibilidades de tener una vida realmente libre.
Por Agustín Bontempo
Hace algunos meses, y con motivo de analizar la iniciativa del gobierno de Cambiemos en relación a una nueva Ley de Protección de Datos Personales, concluíamos que tanto a nivel normativo como en la expresión práctica que es el desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), en Argentina vivimos cada vez más condicionados y condicionadas en cuanto a nuestra información personal.
Aunque limitada, esta situación está encuadrada en problemas más generales que es el vertiginoso desarrollo tecnológico que el Capitalismo tiene en su etapa actual, con el característico y consecuente doble fin: obtener más ganancias al menor costo posible y poder controlar e influir en el conjunto de la sociedad.
El escenario actual
Aunque a veces intente mostrarse como un sistema coherente y consecuente, el Capitalismo tiene dos facetas que nunca debemos olvidar: la capacidad de reinventarse en cada momento histórico y sus crisis inherentes a sus propias características. Estos elementos abren la posibilidad de comprender el momento histórico e intervenir en él.
Según publica la reconocida consultora a nivel mundial PwC, las 100 principales compañías a nivel mundial han capitalizado ganancias por más de 21.100 billones de dorales. Esta cifra no solo representa una inimaginable fortuna en pocas manos en un mundo de creciente pobreza, sino que es la expresión de la sobremercantilización del planeta en un desarrollo que no es casual. 50 años atrás no era factible que las multinacionales obtengan estos niveles de ganancia. La comparación no es fortuita: en la década de 1970 comenzó el impulso de la Sociedad Informacional (SI).
Según el informe de PwC, la lista de estas empresas con mayor incidencia a nivel mundial la encabeza Microsoft (que triplicó su valor en los últimos 10 años), Apple y Amazon. Google quedó en cuarto lugar. Es decir, empresas estrictamente vinculadas a la tecnología.
Otro dato importante es que más de la mitad de estas empresas son de capitales estadounidenses dejando en segundo lugar a China. Este elemento es clave para seguir entendiendo de qué hablamos cuando nos referimos a la guerra comercial de nuestro tiempo, que es mucho más que los sistemas impositivos e industriales, sino que también están vinculados a proyectos culturales de incidencia directa en nuestra cotidianeidad.
En su fase actual, el Capitalismo ha logrado una acumulación nunca antes vista, logrando llevar su cultura mercantilizante a cada rincón de la tierra y aportando a transformaciones estructurales en todos los países del mundo. Esto también lo vemos en su faceta local, donde los conglomerados multimediales se desarrollan con mucha velocidad, como el caso de Cablevisión-Telecom que, además de lograr tener presencia en diversas plataformas (TV, telefonía, internet), nació con la potencia de ser una de las empresas con mayores ganancias del país.
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Un caso más reciente, y tal vez menos conocido, pero de suma importancia, es la adquisición de Belatrix (una empresa de Software mendocina) por parte de Globant, también una firma argentina, pero que tiene presencia mundial y viene dando golpes muy fuertes en el mercado en los últimos años.
Tendemos a creer que el sector de la tecnología está orientado solo a especialistas de la informática. Sin embargo, hay todo un impulso empresarial por detrás, con la intención de modificar estructuralmente las relaciones sociales y de producción del mundo entero.
Condicionamientos sociales
¿Imaginan estar leyendo este artículo sin la mediación de Facebook, Twitter o los motores de búsqueda de Google? ¿Qué tan común es leer algo no ya en soporte papel, sino incluso en una computadora de escritorio? ¿Podemos informarnos sin la mediación de tablets, smartphones o notebooks? Estos son apenas algunos disparadores. Sistemas de geolocalización para el transporte, controles y accesos biométricos a puestos de trabajo, sistema financiero digitalizado, medios de comunicaciones multimediales. Vivimos en una suerte de Gran Hermano mundial.
En el traspaso del mundo del papel al digital, una de las grandes preocupaciones de la sociedad ha sido la seguridad. En ese sentido, no solamente es importante destacar lo que mencionábamos sobre datos personales, sino que ha sido un proceso largo y difícil (y aún abierto) de cómo poder sentirnos seguros en este contexto. El principal reflejo es seguir utilizando los mecanismos ya obsoletos. Por ejemplo, para quienes nunca usaron un cajero automático, cobrar por caja. Sin embargo, el sistema bancario es el mismo. Quienes están más inmersos en el mundo digital apelan a usar en sus celulares aplicaciones más seguras, como si esto podría contener la intromisión del Sistema Operativo del teléfono, el soporte físico creado por una empresa o los mecanismos de memoria de los buscadores. Utilizar casillas de correo evitando poner algún dato personal o número de teléfono, mientras la cuenta es creada por Google (Gmail).
En ese sentido, y con el fin de terminar de conquistar el mercado de las relaciones humanas, empresariales, laborales y políticas, las empresas se esfuerzan en ofrecer herramientas de mayor seguridad. Por ejemplo, Google está avanzando en mecanismos de seguridad que, en sí mismo, tienen el fin de seguir posicionándose por sobre sus competidores. En definitiva, empresas como Google o Facebook logran convencer en la línea de seguridad para luego ser apetecibles aliados del poder influyendo en sistemas electorales o en la difusión de fake news.
Pero las multinacionales con esta orientación no solo radican en Estados Unidos o en su principal competidor, China. En la crisis capitalista mundial actual, Rusia viene tomando cada vez mayor relevancia, sobre todo por su rol político y militar. Además de su rol más explícito, que incluye la injerencia directa en países (como en Ucrania donde terminó anexando a Crimea), condicionándolos por su poderío energético, interviniendo en conflictos como el de las dos Coreas, también se consolida como un actor clave en inteligencia. En un artículo reciente titulado “Cómo funciona la maquinaria oculta de Vladimir Putin para golpear las democracias en el mundo”, se señala que el Kremlin, a través de su Agencia de Investigación de Internet y el Servicio Federal de Seguridad de Rusia, intenta influenciar en las decisiones de naciones de todo el mundo.
Es necesario poner algunos matices sobre la idea de “golpear las democracias”, pero no hay dudas de su influencia. Al igual que Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina o Trump en Estados Unidos, los mecanismos rusos también cuentan con trolls en redes sociales, fake news o análisis de perfiles. Además, desde los años de la KGB, Rusia viene desarrollando sistemas de inteligencia muy complejos que hoy se proponen aggiornarse al momento histórico de masificación tecnológica.
Destacamos el caso ruso porque sirve para conocer lo ajeno, ya que muchas compañías que ofrecen “seguridad” tienen origen en aquellas tierras. Por ejemplo, Telegram se presenta como un sistema de mensajería confiable. Sin embargo, es propiedad de dos empresarios rusos (Nikolái y Pável Dúrov) o medios como RT, que dependen directamente del Estado.
Desafíos: una salida política
No todo está perdido. En relación a la seguridad informática, hay desarrollos vinculados al Software Libre, a la libertad en las redes, que están enfocados en mayores niveles de cuidado y protección de la información de las y los usuarios, que promueven su protagonismo con herramientas hechas a medida. Sin lugar a dudas, no hay una fuerza equiparable a las construcciones del mercado, más allá de casos aislados, pero sí materia prima para pensar en una alternativa. Aquí hay un desafío político.
La tecnología en sí misma no es el problema. En la actualidad ya es sumamente funcional para mejorar los sistemas de educación, refundar lazos sociales disueltos, abrir una inmensa posibilidad de expresarse con cierto nivel de libertad. Ha permitido que experiencias políticas que no son funcionales a los sistemas políticos tradicionales puedan impulsar sus propuestas, que se creen miles de nuevos medios de comunicación con la correspondiente proliferación de más periodistas, comúnmente desplazados y desplazadas de los medios hegemónicos.
La tecnología cuenta, en su esencia, con los mismos problemas que cualquier otro sector en el Capitalismo: relaciones de producción desiguales, precarización laboral, desempleo a partir de la sustitución de personas, malas condiciones de trabajo. Por lo tanto, es terreno de disputa.
Sobre sus objetivos, al igual que un diario de tirada nacional, las grandes compañías y Estados buscan convencer y posicionarse con fines mucho más profundos aunque, tal vez, con mayores niveles de efectividad.
Desde ese punto, la respuesta que el conjunto de la sociedad debe tener ante el escenario planteado debe ser política. Comprender cuál es el lugar que ocupan las TIC, cuál es su influencia, cómo son ponderadas. Qué límites nos imponen y que posibilidades nos abren. Sin abandonar las tradiciones y objetivos de clase de las y los trabajadores, la plena conciencia de este escenario es una virtud que tendrá, como consecuencia, la posibilidad de vivir de una manera menos condicionada y más libre.