Crédito: Noelia Leiva
Por Carolina Rosales Zeiger. El pasado sábado se realizó la 22° Marcha del Orgullo LGBTTIQ (lesbianas, gays, bisexuales, travestis, trans, intersex y queers). En Buenos Aires, la cita fue en Plaza de Mayo primero y en Plaza Congreso luego de la emblemática caravana. Algunas postales de la festiva jornada.
1. Mariela y Judith están eufóricas. Cuando bajaron de la línea D del subte no pudieron más que correr hasta la pirámide de Mayo, sin escalas. Ahora una recupera el aliento mientras la otra se ríe acariciándole la espalda con halo triunfador por su evidente mejor estado físico. Mariela y Judith se casaron hace tres meses. Judith es trans y cambió su DNI hace seis. “Participamos siempre de la marcha pero esta vez es diferente: esta vez lo hacemos desde un sentimiento de igualdad que nunca habíamos tenido. ¡¿Cómo no querés que corramos así?!”, dice la que tiene aire para hablar. Son jovencitas, llevan una bandera con el recorte de los ojos de Hugo Chávez Frías y los pañuelos verdes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Cuando el aire termina de volver a los pulmones se besan y salen corriendo de nuevo.
2. Ambas rubias. Llevan puesto gorros beige, chalecos con bolsillos y cámaras de fotos en las muñecas. Sonríen sin cerrar la boca mirando hacia todas las direcciones compulsivamente, como si los estímulos fueran demasiados. Hablan algún idioma ajeno que podría ser francés aunque también laosiano o cualquier otro: los estímulos son demasiados para distinguir y no importa tanto porque en realidad hablan poco. Para hablar deberían dejar de sonreir o cerrar la boca y sacar menos fotos o mirar menos, y no parecen estar interesadas en eso. Caminan tomadas de la mano, no necesariamente porque sean pareja sino porque están felizmente abrumadas por la muchedumbre, la música, los bailes y los apretujones que les van sucediendo mientras avanzan. Cuando una nube de preservativos lanzados al cielo les cae encima estallan en carcajada y por fin se sueltan. Agarran todos los que pueden.
3. Están parados en el escaloncito del Cabildo, mirando. Ella lleva una escarapela con los colores del arcoiris y el kit matero completo; él una campera de cuero setentista y a un nene colgado de sus hombros. “¡Mirá! ¡Ahí está la primera pareja gay que se casó!”, le dice exultante. El nene mira asombrado y sonríe, sorprendido como quien descubre a un personaje mediático –y mediatizado– en la vida real. Son Alex Freyre y José Maria di Bello, quienes en diciembre de 2009 se convirtieron en la primera pareja gay en contraer matrimonio en América Latina. El nene sigue observando, asombrado y sonriente, mientras la mujer y el hombre cruzan miradas cómplices frente a una reacción que, sin dudas, entienden como un éxito familiar.
4. “Si mi viejo viene con una metralleta los mata a todos”, dice uno. No pasa los 20 años, al igual que los cuatro amigos que lo acompañan, y se toma un fernet mientras baila sutilmente el reggaetón que sale del auto sobre el que se apoya. Es la primera participación de los cinco en la marcha y confiesan que no se ausentaron en las anteriores por falta de interés o por no haberse “asumido” antes (“Mis viejos saben que me la como desde que tengo 13”, dice uno) sino por creer que la marcha era patrimonio de “los putos y las travestis conchetas que salen en la tele” y no de “los de La Matanza como nosotros”. Ahora, en el debut, ellos sonríen, se hacen chistes, señalan y aplauden, mezcla de burla y excitante emoción. A veces resulta tan extraña la sensación de sinceridad absoluta con quien se es, que en la incredulidad gana la necesidad de ridiculizar, de parodiar, de abrir el paraguas por las dudas de que esa burbuja de transparencia de pronto se pinche. Pero esta no se pincha. Sacan hielo de la heladerita, se arman otro trago y siguen celebrando, mitad espectadores mitad actuantes, y siguen aplaudiendo y señalando amigablemente y, sobre todo, siguen sonriendo.
La cultura es la sonrisa
Las sonrisas son la amalgama que une a la marcha en su conjunto. En grupos, en soledad o en pareja, todos y todas las llevan en sus caras con absoluta permanencia. Y las regalan a cualquiera que se anime a cruzar miradas cómplices, a hacer una foto o a ofrecer alguna artesanía ambulante. Mezcladas con los papelitos de colores que cada tanto vuelan por el aire, con el olor a chori y pati de las múltiples parrillas que ocupan la plaza y las calles y con las más eclécticas músicas que salen de los diferentes camiones, éstas convierten la energía festiva en una topadora de la cual es casi imposible escapar.
En diagonal sur –y entre muchísimos otros– un camión de la Cámpora musicaliza a pura cumbia noventosa; al otro lado, uno del boliche Amérika propone una fiesta electrónica antes de que se ponga el sol; en el medio, “Los Osos” exponen sus panzas peludas, un colectivo de trabajadoras sexuales bañadas en brillos exige la regulación estatal de la prostitución y, frente a la catedral, se improvisa un besatón de parejas de todos los tipos que incluyen tetas al aire, performances grupales y, por supuesto, gran cantidad de aplausos. No faltan las batucadas, las murgas porteñas, los números de danzas andinas protagonizados por representantes trans de la comunidad boliviana o las charlas improvisadas acerca de la diversidad en la cultura afrodescendiente de nuestro país. Mientras, se sabe que por el escenario oficial de Plaza de Mayo pasarán Laura Omega y Tita Print, entre otros, y más tarde el Congreso será testigo de las presentaciones de Poncho, Susy Shock, Miss Bolivia y Sandra Mihanovich. Sin embargo, el fin parece estar más allá de eso. El fin parece ser caminar, buscar(se) y encontrarse.
Y así pasan, caminando, quienes esperan todo el año para producir un personaje y lanzarse al fugaz estrellato (cámaras, miradas, pedidos de fotos), quienes lo hacen para sentirse libres dentro de la masividad o cómodos en la diferencia, quienes militan, quienes dudan y quienes gustan simplemente de curiosear. Nadie se queda afuera.