Esta es la voz de una mujer. Una mujer anarquista. Una revolucionaria que durante la década de los ´70 luchó por imprimirle una impronta antiautoritaria, antiestatal y feminista al proceso transformador en curso. La llamaremos Isabel Gutierrez y diremos con certezas que escapó de la dictadura militar Argentina para continuar su actividad revolucionaria en Nicaragua. Y eso no era para menos.
Por Luis Hessel para ContrahegemoníaWeb | Foto: Mujeres combatientes del Frente Sur, 1979
Por aquellos días Centro América era un auténtico hervidero que concentraba las esperanzas de los revolucionarios del mundo. Pero al llegar a las tierras de Sandino el jefe del “ejercito de locos” la realidad la supero con creces: sintió por primera vez que estaba frente a una verdadera revolución popular. Los poderosos del mundo, fundamentalmente los yanquis, miraban con preocupación los sucesos de Managua, la burguesía local escapaba espantada por el miedo que le provocaban las campesinas con machetes ya hartas de la hambruna, mientras en una pared de una barriada de Masatepe el pueblo escribía versos que ni el mejor de los poetas podría igualar; “se morirán de nostalgia, pero no volverán”.
Llegaste a Nicaragua como tantos otros latinos escapando de las dictaduras militares que en aquellos tiempos acechaban nuestra América ¿Qué te empujo a decidir por Nicaragua?
Cuando estaba en Villa Devoto, en mi pabellón se recibían periódicos. Nos organizábamos para resumir las noticias y enviarlas a los pabellones donde no los tenían. Me tocaba resumir “internacionales”, la dictadura argentina solamente permitía noticias del exterior pues la censura sobre los que ocurría adentro era completa. Nicaragua ocupaba la primera plana de los diarios entre el 1977 a 1979, era una oportunidad de conocer a fondo el proceso que desembocó en la caída de Somoza por la insurrección armada y popular liderada por el Frente Sandinista. Así conocí muy de cerca y en cada día, el avance de la resistencia popular. Esa fue la razón por la que quise vivir en una revolución en cuanto saliera de la cárcel.
¿Cómo te vinculaste al proceso revolucionario nicaragüense?
Todos mis compañeros (menos uno que fue desaparecido) y una compañera de militancia, habían salido del país entre 1976 y 1977; llegaron a diferentes países de Europa y ante el avance del proceso insurreccional en Nicaragua, decidieron sumarse a la lucha. Participaron de acciones de combate en el Frente Sur, donde uno de ellos fue asesinado por la Guardia Nacional de Somoza. Al triunfo de la Revolución Popular Sandinista -Julio de 1979-, el Frente Sandinista les ofreció sumarse a la nueva Policía o al nuevo Ejército que se estaba formando; ninguno de ellos aceptó, obviamente por su militancia anarquista. Recuerdo que me decían “negrita, ¿cómo un anarco va a ser policía o militar?”. Inmediatamente se establecieron en Costa Rica –en 1980-, donde tomaron contacto con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) momento en que se dan cuenta que yo había salido de la cárcel (un año atrás). Cuando ya pudimos tomar contacto (cinco años después de mi detención), me convocaron a sumarme a la lucha revolucionaria en Centroamérica; ese mismo año pude reunirme con ellos y colaborar con el FMLN de El Salvador en tareas de logística y comunicación. Un año después, ya estaba viviendo en Nicaragua, donde me sumé al proceso revolucionario trabajando siempre desde y con las organizaciones populares, sin haber pertenecido nunca a una estructura partidaria.
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En el FSLN convergían distintas tradiciones revolucionarias, se encontraban muy presentes la Teología de la Liberación y el socialismo referenciado en la figura del legendario Carlos Fonseca y el influjo de la revolución cubana; y que al interior del propio FLSN se repartían entre las tendencias “terceristas”, los “partidarios de la tendencia proletaria” y de la “guerra popular”. ¿Qué opinión tenías tú frente a estas corrientes y en cuál de estos espacios te ubicaste ideológicamente?
Como anarquistas, nos tocó colaborar con el FMLN que tenía cuatro tendencias, nuestra relación más cercana fue con la Resistencia Nacional, RN. No teníamos ninguna alianza “política”, era solidaridad internacional por la liberación del pueblo salvadoreño, nunca entramos en relación a partir de afinidades específicas o de tendencias, sino por compromiso revolucionario. Lo mismo en el caso del Frente Sandinista; había una relación de trabajo con los “terceristas”, a partir de la relación de la RN con ellos y en tareas de logística; lo que prevalecía era la confianza política y la experiencia previa.
En realidad, las teorías socialistas fueron las que menos prevalecieron al interior del FSLN, sí hubo influencia de la gesta de Sandino, el anti-imperialismo, la defensa de la soberanía nacional, la lucha por los desposeídos, pero teoría socialista, cualquiera fuera, no fue relevante en la práctica del sandinismo oficial en aquel entonces.
¿Cómo viviste esa victoria del pueblo y cuál era el clima que se vivía en las calles, en las fábricas, en la universidad? ¿Tuviste la creencia de que en esos días se estaba creando en Nicaragua una sociedad nueva?
Obviamente que las transformaciones ocurrían a una velocidad inusitada, se creaba sobre la marcha, se tomaban decisiones basadas en el sentido común, y en el pragmatismo de “resolver” las necesidades esenciales luego de la destrucción durante la guerra insurreccional. En cada área de la gestión del Estado se improvisaba y se cometían errores, obviamente. La energía de la gente parecía infinita y el compromiso por fundar una nueva Nicaragua era la tarea cotidiana.
La Revolución respetó las creencias religiosas de toda la población, pero la iglesia oficial ligada al Vaticano, no toleró los cambios revolucionarios y se alió con los norteamericanos y contra-revolucionarios, desembocando en la creación de un ejército campesino financiado por los Estados Unidos, mediante una guerra de agresión que cobró miles de vidas y una nueva destrucción de la economía y la vida cotidiana. La salud y la educación públicas se establecieron con total gratuidad y la percepción de la población sobre sus derechos fue creciendo rápidamente de la misma manera que las dificultades, la improvisación, la falta de financiamiento y las heridas de la guerra de agresión. La cultura fue un elemento importante apoyado decididamente desde el Estado, y, ligada a la amplia participación popular, sostenía las “tareas” de la revolución, convocando a miles de artistas populares que animaban a la gente a soportar el racionamiento y las privaciones derivadas de la estatización de la economía en medio del bloqueo norteamericano.
La juventud –que ofrendó sus energías en la importante Campaña Nacional de Alfabetización, que bajó del 50% a 12% el analfabetismo-, también ofrendó su vida durante la guerra de agresión al ser incorporado el Servicios Militar Patriótico, que en realidad, era obligatorio. La muerte de miles de jóvenes fue determinante en el voto de las mujeres, que luego de 10 años sentían que continuar con el gobierno sandinista era continuar con la guerra y la pérdida de vida de sus hijos e hijas. La derrota electoral de febrero de 1990 estaba anunciada desde tiempo atrás, pero no la quisimos aceptar o no pudimos entender que la misma gente que había apoyado decididamente la lucha para derribar a Somoza estaba dispuesta decirle no más al proceso revolucionario.
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¿Qué es lo que más valoras de ese proceso y cuál es su mayor legado para nuestros pueblos?
Casi 40 años después de mis primeras experiencias, valoro la irrupción de la ciudadanía a la vida política del país, la gente en Nicaragua tiene un alto grado de politización, y es capaz de opinar sobre todos los temas en base a su entendimiento, no es indiferente ni a lo que ocurre adentro ni afuera del país. La Revolución le dio voz a la ciudadanía y especialmente a las mujeres, que tuvieron un papel protagónico desde antes de la insurrección hasta más allá de la propia revolución. Las mujeres salieron de la casa para irrumpir en la política, ya sea en las comunidades, las instituciones del Estado, las organizaciones y movimientos sociales, para nunca más regresar al rol tradicional. Las mujeres sandinistas con una larga trayectoria revolucionaria son ahora decididamente contrarias a todos los abusos del Frente Sandinista, inclusive porque votaron para establecer la prohibición absoluta del aborto, una importante causa de muerte de mujeres por las complicaciones del aborto clandestino. Porque luchamos contra todas las violencias y la violencia sexual, tolerada y protegida al interior del Frente.
A 40 años de la Revolución es necesario hacer un balance crítico del proceso revolucionario en Nicaragua, sus claros y oscuros, y la transformación autoritaria del FSLN o especialmente del espacio político alrededor de la figura de Daniel Ortega. Nos llegan diariamente a Buenos Aires las noticias de las persecuciones al pueblo y las operaciones de bandas para-estatales financiadas por el Estado para perseguir y reprimir toda manifestación de rebelión o de rechazo al régimen. Sin olvidar a los compañeros y compañeras que son presos políticos y a los jóvenes asesinados en las calles ¿Cómo fue que quienes encararon un proyecto de transformación de nuevo tipo hoy expresan los peores valores autoritarios que antes combatían?
Cuarenta años fueron necesarios para terminar de despertar en esta pesadilla que hoy vivimos. Durante la revolución conocíamos situaciones que desaprobábamos, pero no éramos conscientes del daño que finalmente causarían al no corregirlas a tiempo. La “defensa” de la Revolución, el precoz y feroz ataque de los EEUU, el bloqueo económico y militar, la formación de la contrarrevolución, la adhesión emocional y el costo personal y colectivo que fue necesario pagar para lograr la salida de Somoza, así como muchos otros factores incidieron en la falta de crítica o de límites para quienes ya cometían abusos desde casi el inicio de la Revolución.
La centralización paulatina de todas las decisiones, el uso de los bienes del Estado en beneficio de personas o grupos, la represión de la disidencia interna, el cierre de medios de comunicación opositores, la persecución de líderes que -habiendo apoyado la caída de Somoza-, no acordaban con las políticas de la Revolución también fueron elementos importantes que en aquel momento se justificaban siempre por la “defensa” de la Revolución.
La falta de prácticas democráticas al interior del Frente Sandinista rápidamente derivó en la censura a las críticas o propuestas que no fueran aprobadas por la dirigencia, y al extremo de considerar como disidente o lo que es más grave, como “traidor” y “traidora” a quienes insistentemente defendían la Revolución desde posiciones más de izquierda. También hay que recordar que agrupaciones de izquierda fueron reprimidas hasta con cárcel y que lesbianas y homosexuales eran separados de las fuerzas armadas con bajas deshonrosas o expulsadas de las instituciones del Estado y del propio Frente.
En 1990, cuando se produce la derrota electoral del Frente, lo que marca el fin de la Revolución, y tienen que entregar el poder a Violeta Chamorro, se produce uno de los episodios de corrupción pública más relevantes de aquella época: entre febrero y abril de 1990, incontables bienes del Estado y de particulares -que habían sido confiscados a inicios de la Revolución-, pasaron a manos de funcionarios públicos, dirigentes y militantes del partido sandinista, entre lo que puede contarse: terrenos, fábricas, empresas, tierras, acciones, dinero en efectivo, campos, vehículos, camiones, casas de lujo, edificios y hasta isletas en el Lago Cocibolca. La corrupción se instaló de manera definitiva en las altas esferas del sandinismo.
El abandono de toda mística revolucionaria, de la ética en el uso de los bienes públicos, la violación sexual de Zoilamérica -la hija adoptada por Daniel Ortega desde los 10 años en adelante-, la represión a indígenas y campesinos, las políticas económicas de neto corte neoliberal justificadas con un discurso populista y antiimperialista, la corrupción generalizada de funcionarios y funcionarias del partido sandinista, la entrega de la soberanía nacional a un empresario chino para construir un canal interoceánico, cuyo plazo de inicio ya venció hace poco menos de un mes, la expropiación o compra bajo amenaza de prácticamente todos los medios de comunicación tanto del Estado como de particulares, el cierre de medios de comunicación opositores, la persecución política dirigentes sociales, los juicios y represión contra líderes feministas, la dirigencia campesina, la desaparición de los sindicatos para ser reemplazados por sindicatos blancos afines al partido de gobierno, con una burocracia pro-patronal enquistada por cuarenta años, la alianza con el Cardenal Obando, otrora líder de la contra Revolución, que bendijo hace una década el matrimonio eclesiástico de Ortega y la actual vicepresidenta, la concesión de empresas y cargos en Estado de sus hijas, hijos y familiares, que manejan importante recursos del erario público, la alianza con el gran capital y el empresariado en el “modelo de consenso” que permitió la explotación de las clase trabajadora, que tiene los salarios más bajos de Latinoamérica, el traspaso de tierras de la antigua reforma agraria a manos de funcionarios públicos y militantes del partido, la concesión de importantes recursos de la economía a las fuerzas armadas, transformando a los antiguos guerrilleros en empresarios y depredadores del medio ambiente, controlando la minería a cielo abierto; la indiferencia por la muerte de trabajadores intoxicados por Nemagón o las más de cinco mil muertes por insuficiencia renal crónica en el occidente del país, la persecución de grupos de campesinos rebeldes que son asesinados y perecen en “combates” donde no queda ni una personas herida, la represión a estudiantes y ancianos, así como el saqueo de los fondos del Seguro Social, o el uso de la antigua Policía Sandinista, convertida en brazo ejecutor de la represión más feroz de la historia del país, la creación de grupos para partidarios armados a vista de toda la nación, que pueden secuestrar, detener en cárceles clandestinas, violar, torturar y hasta marcar con las siglas FSLN a sus prisioneras y prisioneros, son el resultado de todos los abusos previos instalados como muestra del ejercicio del poder del antiguo partido que impulsó una Revolución popular y que se transformó en un brazo armado represivo que ha dejado más de 500 personas muertas -en su gran mayoría jóvenes-, que saliendo en abril de 2018 a participar de una insurrección cívica y pacífica, con una bandera o un mortero como única “arma”, intentaron dar “un golpe de Estado”, según la alucinante versión oficial, que ha transformado a jóvenes varones y mujeres indefensos en peligrosos “terroristas” que el frente Sandinista mandó a perseguir, apresar, torturar, violar y mantener secuestrados por más de un año.
A la luz de la situación actual, todo aquello que ocurrió durante el proceso revolucionario y después, fue una crónica de esta muerte anunciada que sufrió la Revolución Popular Sandinista.
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