De hecho, en los años 70, tanto la principal organización del feminismo -Movimiento de Liberación de las
Mujeres –MLF- como el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria -FHAR, del que el mismo
Hocquenghem era fundador- se habían construido básicamente en contra de las normas dominantes –
machistas- dentro del izquierdismo que reivindicaba el liberalismo sexual, ya que esa famosa “revolución
sexual” más bien reforzaba el poder de los “machos alfa”, sea a través su captación de la atención por la
vehemencia de sus palabras, sea por el enfrentamiento “viril” con la policía o la extrema derecha.
Es decir que si se mira del lado de esos líderes o figuras del ´68, reunidas en un libro que escribe la historia oficial de esos ganadores de la Generación encontramos una historia que oculta otro ´68 de las bases y que no se ve tanto una “revolución” como una estrategia grupal para alcanzar más rápido los lugares de poder: son hijos de familias pudientes que, en vez de esperar llegar a los 45-50 años para ser directores -de lo que sea- como lo hacían sus padres, llegaron a serlo a los 25-30. Siempre presentándose como izquierdistas, no hicieron más que agudizar la brutalidad del capitalismo agregándole una dosis de subversión “libertaria”.
Y con el tiempo, se volvieron cada vez más reaccionarios al punto de que Goupil ha sido uno de los muy
pocos franceses que ha apoyado la invasión estadounidense en Irak en el 2003. Ahora aparece este mismo Goupil
en la televisión gritando sobre un Chaleco: “Pero vos, ¿de dónde sales? ¿quién te eligió?” sobre-entendiendo que la única legitimidad que reconoce es la electoral. El grito como símbolo frente a una polémica es casi un código generacional del ´68 que usan sistemáticamente sus veteranos. Esa marca identificadora de los ex líderes del ´68 quizás se deba a la posición socio-política que tuvieron: hijos de la burguesía buscando dirigir una revolución proletaria. Es probable que los gritos y el malhablado tan típico –inmediatamente reconocible- de la generación es lo que esos líderes consideraban como el idioma –rudo, directo y vulgar- de las “masas”. Por otro lado, había una lógica de “revolución cultural” al estilo chino que incitaba a escupir sobre todas las convenciones tachadas de “burguesas”, por lo que aparentar una mala educación podía pasar por una marca de subversión.
En todo caso es muy específico de esta generación. Los militantes apenas mayores que lucharon en contra de la guerra de Argelia suelen usar un idioma mucho más prolijo. Para él los Chalecos son ilegítimos por levantarse en contra del orden establecido, sin embargo, no por eso Goupil abandona su amor a la subversión, ya que ahora considera que es Macron quien es “un rebelde en contra del sistema”. De ahí que a veces hay un malentendido entre franceses y el resto del mundo que aún idealiza el mayo del ´68 parisino. En Francia, la referencia al 68 es ambivalente.
Por un lado, se encuentra esa historia oficial con sus clichés que ocupan el espacio público y que
es profundamente desmovilizadora, con sus veteranos que van criticando cualquier movimiento contestatario, diciendo: “Ja! Pero eso no es nada, si en el 68 nosotros…” y jóvenes que idealizan un momento épico y se frustran al no ver lo mismo en sus movilizaciones. Un grafiti de esos últimos meses resume el cansancio que provoca esta historia oficial: “En 50 años, este grafitti será legítimo”. Por el otro, se transmite otra historia mucho más amplia y diversa, con miles de empresas bloqueadas, una huelga general única, trabajadores que desbordaron por completo los sindicatos al punto de renegar del propio concepto de trabajo. En este otro 68, que también toma en cuenta un fenómeno mundial, se encuentran muchas referencias inspiradoras para las luchas actuales. Y muchas de las personas de más de los años ´60 años que se ven con el chaleco amarillo puesto son de este otro 68 popular y más oculto, el de los perdedores.