Hay cuatro congresistas enfrentándose, juntas, al presidente más poderoso del mundo. No hacen historia porque lo dicen los medios comerciales o se muestran diversas en las fotos. Tienen propuestas de cambio y están dispuestas a concretarlas. Son “El Escuadrón” que lucha contra el racismo desde el Congreso de los Estados Unidos.
Por Laura Salomé Canteros @laurasalome / Foto: Reuters
Miles de kilómetros ideológicos nos separan de la política estadounidense. Seguramente, entre quienes nos identificamos con los sectores revolucionarios y/o populares de este sur global, criticaríamos hasta las políticas más progresistas de les demócratas en ese país. Sin embargo, hay una esperanza que recorre los territorios del continente. Y que no se agota con pertenecer a una determinada identidad sexo- genérica. Sin embargo, en el siglo de los feminismos, son las mujeres y disidencias quienes protagonizan las propuestas de cambio para un mundo que siguen gobernado -en el más amplio de los sentidos- por machos, blancos y heterosexuales; racistas, xenófobos, fascistas y neonazis. Aun en los Estados Unidos.
Alexandria Ocasio-Cortez, Ayanna Pressley, Ilhan Omar y Rashida Tlaib son las cuatro congresistas que transformaron en oportunidad las agresiones del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien en la última semana las atacó con comentarios racistas instándolas a regresar a sus países de origen, que describió como “lugares infestados de crimen”. Las llamó “El Escuadrón”, utilizando la acostumbrada retórica militar yanki destinada a confundir adversarios políticos con los mal llamados “enemigos externos”. Fue entonces cuando llegó la respuesta organizada. Las congresistas dieron una conferencia de prensa en la que dijeron claramente: “Estados Unidos es de todos”, lo que produjo un boom de apoyo.
Ilhan Omar nació en Somalia y al estallar la Guerra Civil en ese país se exilió con su familia en un campo de refugiados en Kenya antes de llegar a los Estados Unidos y obtener su nacionalidad. Rashida Tlaib nació en Detroit, en una familia de migrantes palestinos y siendo la mayor de 14 hermanos, dedicó gran parte su infancia a la crianza de estos, mientras estudiaba Derecho. Ayanna Pressley se crió en Ohio y fue la primera mujer afredescendiente en ser elegida en Boston, donde trabajó en la lucha por los derechos sociales y la igualdad de géneros activando el derecho al aborto y la protección integral a víctimas de violencia machista. Alexandria Ocasio-Cortez, de ascendencia puertorriqueña, nació en el Bronx y se graduó en Economía y Relaciones Internacionales mientras trabajó como camarera o conductora de autobuses escolares para hoy ser defensora de la migración, sanidad y escuela públicas y promotora de políticas de cuidado del ambiente.
Estas mujeres están dando una batalla concreta y simbólica en uno de los imperios más agresivos del mundo. Lo hacen desde una perspectiva acotada, la que les permite el bipartidismo y el ser representantes. Pero algo es seguro, son quienes están demostrando ser efectivas en detener, generar sensibilidad social y repudiar críticamente las políticas violatorias de los Derechos Humanos de Trump contra las personas que migran. Además, sus argumentos son un llamado a la esperanza y la movilización para quienes creen -y no- en la institucionalidad y la democracia como instrumentos para generar cambios. Aun en tiempos de nihilismo y apatía digital.
Al igual que el movimiento de cambio más poderoso del mundo, el feminismo, estas cuatro legisladoras, a su manera, representaron un hito en la historia al ser electas. Ocasio-Cortez, de origen puertorriqueño, es la congresista más joven en llegar al Capitolio; Tlaib y Omar, al convertirse en las primeras musulmanas; y Pressley, al ser la primera afroestadounidense electa para representar al estado de Massachusetts. “El Escuadrón”, proviene de la línea progresista del Partido Demócrata y creció a la par de la política millenial y la ola que provocó el senador Bernie Sanders en la campaña de 2016. Ellas ya han impulsado el llamado “Nuevo Acuerdo Verde”, que busca no solo reducir las emisiones de carbono para beneficio del planeta sino también garantizar de forma universal los salarios mínimos, la salud y la universidad gratuita.
Más allá de los debates entre activistas, las etiquetas misóginas en los medios comerciales y los ataques de trolles en las redes sociales, las agresiones verbales del machofacho Donald Trump se traducen en políticas del Estado más poderoso del mundo. Lo pueden vivenciar las miles de personas que migran desde Centroamérica y que se encuentran con las balas, las jaulas, los centros de detención, los muros y el odio del racismo.
“Envíenlas de vuelta, envíenlas de vuelta”, agitaron en cantos seguidores de Trump en un acto electoral esa misma semana, a lo que el presidente oxigenado respondió en Twitter: “qué multitud y qué gran gente. El entusiasmo va a acabar con nuestros rivales de la izquierda radical”. Esta acción, que fue ampliamente repudiada en redes sociales, provocó que las internas en el Partido Republicano se expresaran: una minoría se comenzó a despegar de la estrategia de polarización racista que lleva adelante -a esta altura se discute si torpemente- el presidente de los Estados Unidos.
“El racismo evoluciona en violencia”, expresó Ocasio-Cortez en una de tantas entrevistas. Además de generar una cultura política basada en el odio, Trump es responsable e instigador de cualquier ataque racista, xenófobo y fascista. Una matriz que conocemos de cerca en la línea de tiempo al recordar la sentencia contra Marian Gómez, víctima de un ataque de lesbo- odio y que fue condenada por el poder judicial que responde a la represión de un gobierno neoliberal dentro de un clima de época de avance de la extrema derecha y el conservadurismo religioso; en Europa y en toda América Latina y el Caribe.
Tenemos propuestas para la vida digna. Por eso, o resignificamos u olvidamos la palabra “escuadrón” para hablar de la esperanza de renovación que nos transmiten estas cuatro mujeres disidentes que se levantaron desde sus curules para no callarse más y enfrentar la violencia explícita del machofacho más empoderado y poderoso del mundo. Porque solo dando vuelta su mundo y representando los nuestros lo haremos. Como nos lo enseñan los feminismos: poniendo en la escena cuerpos, cabezas y corazones de forma colectiva y organizada. Aun cuando no estemos del todo de acuerdo con sus políticas. Aun cuando provengan de los Estados Unidos. Ese territorio del que nos separan miles de kilómetros ideológicos.