Por Gabriel Casas
El 1 de julio San Lorenzo tomará posesión de los terrenos de Avenida La Plata para reconstruir su cancha de Boedo. El cronista aprovecha este evento histórico para cuervas y cuervos para dar cuenta del fanatismo por San Lorenzo de su familia pero, sobre todo, de su padre.
Siempre es una pregunta recurrente cómo explicar la pasión por un club de fútbol, que lleva al fanatismo extremo, incluso a hacer cosas inimaginables o quizás alejadas del sentido común.
Con mis hermanos, solemos bromear (o no tanto) que nuestro padre quiere a San Lorenzo más que a sus propios hijos. Es que mi viejo, además de ser hoy -a los 90 años y desde hace mucho socio- vitalicio del Ciclón, ha dejado de lado muchas cosas familiares por ir a la cancha. Por dar un simple ejemplo, al primer cumpleaños de mi hija Zoe (su primera nieta), recién vino después de ir al Nuevo Gasómetro, cuando ya se iban todos los invitados. Y justo fue el día en que Boca nos goleó 7-1 en nuestra peor derrota. Durante el rato que estuvo en el evento, sólo repetía: “no puede ser”, “jamás nos pasó algo igual”. Menos mal que Zoe casi no entendía mucho y ni se percató de la tristeza de su abuelo.
Una vez le pregunté a su mejor amigo, Milo, cómo podía ser que mi papá fuera tan fanático, más allá de que todos nacimos en Boedo… Y ahí me contó que era parte de “La barra de la goma”, que iban al Viejo Gasómetro y a todos los estadios en las décadas del 40 y del 50. Se puede aclarar que se trataba de una “barra mansa” en comparación con las actuales barras bravas. A lo sumo, se agarraron a trompadas con hinchas rivales en partidos calientes de la época. Lo de “la goma” venía a cuento de que con una goma se envolvía la cadena que le pegaba al bombo para alentar junto a los cánticos muy inocentes de esos tiempos. Creo, si no me equivoco, que el apodo del líder del grupo era “Milanesa”.
A lo que voy es simple y obvio. Heredé la pasión de mi padre, también lo hicieron antes (por orden de nacimiento) mis dos hermanos mayores. Amo a San Lorenzo. Un club es más que eso. Es el barrio y su mística, los amigos en común por los colores, la iglesia San Antonio (la del cura Lorenzo Massa, el fundador de la institución), las complicidades y la empatía con desconocidos en la cancha. Las alegrías y las tristezas futbolísticas. Sin embargo, y me resulta ineludible aclarar, amo a mis hijos y al resto de mi familia por encima de todo. No soy sospechosamente parecido a mi padre en eso.
Vamos a volver
En este tiempo mi viejo entró en la etapa dura del Alzheimer. Ya perdió hace años la memoria inmediata y ahora empieza a divagar con más asiduidad. Sin embargo, en sus días lúcidos, se escapa seguido de la persona que lo cuida y se va a pasar las tardes a la Ciudad Deportiva de San Lorenzo. Va y vuelve solo en colectivo en general. Y como en el club lo conocen todos (fue durante muchos años uno de los encargados del fútbol infantil, obviamente ad honorem), si lo ven medio perdido nos llaman para avisarnos, y algunos de los tres vamos a buscarlo. Ya no va más los domingos a ver los partidos porque implica un esfuerzo que no está en condiciones de realizar. Ni acompañado.
Cuando se inició esto de la vuelta a Boedo para recuperar los terrenos que nos quitaron los genocidas de la última dictadura militar (especialmente el intendente Osvaldo Cacciatore y por la incapacidad de la directiva de esa época nefasta) y a construir un nuevo estadio en Avenida de La Plata, mi emoción siempre pasó por revertir la historia del legado con mi padre. Es recordarme cuando nos llevaba al Viejo Gasómetro. Cómo trepábamos sus tablones o íbamos a la platea de los niños. O cuando jugábamos a la pelota en el playón grande debajo de la tribuna. O los carnavales que tanto disfrutábamos.
Estuve con mi padre -sin mis hermanos- en el último partido (0-0 ante Boca) y recuerdo que cuando terminó el encuentro se abrió una reja, para que los hinchas pudieran ingresar y llevarse un poco de pasto de la cancha. Todavía no estaba anunciada la venta del estadio y muchos ponen en duda que eso haya sucedido. Yo tenía 9 años y lo recuerdo perfectamente. Eso pasó. Lo que no sé y nunca le pregunté, es dónde habrá guardado ese pedazo de césped.
Este 30 de junio se producirá la vigilia de la vuelta a tomar posesión de los terrenos de Avenida La Plata, que será el 1 de julio. Habrá una multitud impresionante en una movilización hasta el lugar, como ya nos tienen acostumbrados los hinchas de San Lorenzo. Será como el puntapié inicial de otro estadio (el tercero en la historia de la institución). Ahí estaré y hablaré con mis hermanos para llevarlo al viejo un ratito. Lamentablemente, no creo que los ojos de mi padre lleguen a ver un partido ahí, porque imagino tardará unos años su construcción. Y el Alzheimer suele ser implacable. Nos costará explicarle y que entienda por qué habrá tanta gente sin un partido mediante. Ojalá esa noche tenga la lucidez que tiene ciertos días. Ojalá que no se quiebre de emoción si lo comprende. Y tampoco me quiebre eso a mí. Porque amo a mi padre. Y también, obvio que para todos los cuervos y cuervas, San Lorenzo es un sentimiento inexplicable.