Diez años después del golpe de Estado en Honduras, cantar es un acto de resistencia, no solo porque una eligiera eso como aporte, sino porque cantar pareciera banal frente a otros derechos tan primarios como ausentes en nuestro país, como vivir y ser joven y pobre y lesbiana o gay y vivir en un barrio marginal y ser indígena o negra, y no tener educación formal, y no tener un trabajo y salario digno, y un techo digno. Una vida, pues, que solo busca ser digna en su paso.
Por Karla Lara*
Diez años ya de continua resistencia. No todo comenzó en 2009, ya antes habían esfuerzos y palabras que para entonces parecían desbordadas, porque habíamos creído eso de que la era democrática era la nuestra. Para entonces yo cantaba hasta en programas asquerosos de gente asquerosa, de corporaciones asquerosas, sí, de esos Reñatos asquerosos, y hablaba ya de los derechos de las mujeres, de lo que las mujeres podíamos hacer para romper los estereotipos impuestos por el patriarcado y desafiaba desde mi pelo greñudo y mi nulo aspecto famélico de la Paulina que impactaba en esos días.
Con hilaridad (aunque suena mejor como lo dice la gente en El Salvador “cagada de chiste”) recuerdo el día de la Virgen de Suyapa en la que la corporación asquerosa le hace una velada televisada a tal personaje histórico y yo llegué con un traje sastre negro y blusa roja y el resto de cantantes iban de vestido largo y peinados altos. Me pasaron al salón de maquillaje y la encargada me vio preocupada y me dijo “y a usted qué le hago mija, mmm… le quitaré el brillo de la cara grasosita que tiene”. Parecía la milagrosa revelación de que a ese círculo farandulero efectivamente no pertenecía y la historia lo reafirma: no perteneceré nunca.
Lo que busco decir es que en diez años hemos radicalizado nuestros entendimientos y por lo mismo nuestro selecto seleccionar de dónde colocamos la voz, la palabra, el canto, la pasión, el compromiso desde lo que hemos hecho. Ya hace mucho, para que no se quedara atrapado en la comodidad de una mentira, sino para que la rompiera. Un modesto aporte que se suma al de otras y otros desde donde cada quién hace o tiene el privilegio de elegir hacer, como forma de vida.
Si el arte es en si mismo una propuesta estética de lo que sentimos y pensamos de nuestros entornos como respuesta legítima al burdo entretenimiento impuesto por el sistema que embrutece y niega, pensar y repensar desde lo bello es imperiosamente un acto de resistencia. No digo que lo que cada una de nosotras haga deba gustarle a la gente, a lo que me refiero es que el arte tiene una búsqueda, un camino de trabajo estético. Bien logrado o mal logrado, eso es otro cuento. Pero es resistencia buscar belleza en el camino de la muerte impuesto por quienes mal han gobernado por años y años.
Cantar es resistir, y yo quiero agradecerle a quienes me han acompañado en este camino, les miro y les pienso cuando canto, me recorren el cuerpo sus propias canciones, las historias compartidas, los pequeños triunfos, las grandes hazañas, las locuras vividas, las convicciones conquistadas.
He decidido ser una cantora de este camino que elegimos muchas y muchos, me honra sentirme parte, caminar la calle, correrlas cuando el gas y el miedo viene tras nosotras, pensar que no hay privilegio que me distancie, que todos los dolores nos juntan, que todas las voces cantamos y que de todos los deleites de este canto, atesoro un “Karlita” amoroso, una anécdota provocada por alguna melodía que yo haya interpretado, los abrazos sinceros de gente que conozco sin conocerla o que sin conocerla siento conocerla desde siempre porque en la miradas que se encuentran van las mismas ausencias y los mismos anhelos.
Cantar es resistir y no serán diez años, va a ser toda la vida porque cuando alcancemos un derecho, iremos tras otros, o serán tantos al mismo tiempo que nos tomará la vida cantándolos, y si ponemos el cuerpo y si conspiramos y si nunca olvidamos, vamos a vivir cantando y vamos a vivir resistiendo.
*Cantora feminista