Hugo Ibarra, policía retirado de la bonearense, asesinó a su ex pareja Cristina Rodríguez, a pesar de que ella lo había denunciado por amenazas. Lo hizo con su arma personal. Mientras, en Marcos Paz, las que sobreviven se organizan para denunciar la impunidad y la burocracia judicial.
Por Natalia Tangona
La mató porque podía hacerlo.
El derecho que aseguran tener los hijos sanos del patriarcado no es más que la consagración de una supremacía del macho que gran parte de la sociedad inculca, preserva y asiente. Lo ejercen con total impunidad sabiendo que abogados, fiscales y jueces ávidos en la elucubración de artimañas miserables encontrarán la forma de ampararlos.
Hugo Orlando Ibarra, policía retirado de la Bonaerense, lo sabía. Por eso no tenía el menor problema en pasearse por la Comisaría de Marcos Paz, en tanto Cristina Rodriguez, su ex pareja, lo denunciaba por amenazas. No tenía problema en violar las perimetrales, en hostigarla, perseguirla y amenazarla de muerte a ella y a sus propias hijas. ¿Qué inconveniente podía tener si su familia ya había denunciado que tenía una pistola 9 milímetros y la policía no había intervenido? La misma arma con la que fusiló de un disparo en la cabeza a Cristina.
“¿Viste que te encontré, hija de puta?”. Un disparo a corta distancia en la fiesta de 15 de su nieta. Una hora después, toma un refrigerio en una cómoda oficina de la comisaría. Ahí mismo donde, hace tres meses, Pedro “Chaco” Sosa confesó que había asesinado a Katy Dargel. Ella no llegó a dejarlo. No llegó a rehacer su vida como lo estaba intentando Cristina. Cuando Katy tomó la decisión, él la destrozó. Si sus pasos ya no le pertenecerían, entonces ya no andaría más. Si no volvería a controlar su mirada o sus manos, ya no miraría ni acarariciaría siquiera a su pequeña hija ni a nadie. Si ya no era de él, tenía que romperla definitivamente y sepultarla. Hacha y pala le vastaron. Hacha y pala.
Cada tanto, por las calles de Marcos Paz se arrastra un grito en agonía. Uno de los tantos gritos desoídos por la falta de políticas públicas, por la burocracia judicial, por la incompetencia y complicidad policial. En esa misma comisaría donde dan contención a los femicidas y no a las víctimas, en el año 2007, ahí, en uno de sus calabozos, un grupo de policías violó y torturó a Noelia Herrera, mientras, en otro contiguo, su hija de 9 años lo escuchaba todo. Era 24 de diciembre. Con 51 golpes en el cuerpo, falleció días después en el hospital municipal. 51 golpes que dijeron que ella misma se había autoinflingido. ¿Violación? No, no, puta y drogadicta, declararon.
¿Cómo decimos Ni Una Menos cuando los pactos misóginos y patriarcales se expanden desde hace años en las instituciones? ¿Cómo decimos Ni Una Menos cuando con cada nueva víctima se pasa de página y se continúa leyendo el diario? ¿Cómo decimos Ni Una Menos cuando se pone en duda la palabra de la denunciante y sólo se le toma la denuncia cuando ya está muerta? Muertas nos quieren, no libres. Muertas nos quieren, no decididas. Muertas nos quieren, no fuertes ni desobedientes. Sumisas o muertas nos quieren.
Pero nosotras nos queremos vivas y libres. ¡Vivas! ¡Libres! ¡Las queremos a ellas, a nuestras muertas, descansando con justicia! Con sus femicidas en perpetua. Con sus madres, hermanas, hijas, amigas, con todas despertando cada día sin miedo. No nos quitarán de las calles. Ni un solo paso nuestro atrás conseguirán. ¡Ni muertas ni olvidadas! ¡Todas presentes! Por Cristina, por Katy, por Noelia, por las silenciadas, por las desaparecidas, por las no nombradas, por las que seguimos vivas.