Por Juan Manuel De Stefano. Fue un 3 a 0 inapelable con una gran actuación colectiva. Aguirre, Echeverría y Zelaya marcaron los goles.
Arsenal siempre es motivo de sospechas. No sólo por las criticas sobre su manera de jugar o las aseveraciones de todo tipo acerca dela legitimidad de sus logros. Lo cierto, es que siempre se las arregla para complicar al más pintado. En esta oportunidad, le tocó sufrirlo a San Lorenzo. Y le ganó bien, sin fallos dudosos a su favor ni expulsiones polémicas de sus rivales como venía ocurriendo en los últimos encuentros.
Se encontraban dos estilos bien definidos y antagónicos. Por un lado un San Lorenzo que trata de tener la pelota y hacerla circular (a veces sin sentido ni rumbo) y de ser vertical apostando a la velocidad de Correa, Verón y la sapiencia de Piatti y Romagnoli. Los muchachos de Alfaro con sus convicciones más firmes que nunca, invictos en el torneo local, con pocos goles en contra y apostando al pelotazo para que Furch se la baje a los volantes que llegan de frente o provocando faltas para aprovechar su arma letal: la pelota parada. Es además, un equipo en el sentido integral de la palabra, con todas las letras: compacto, solido, sacrificado, frio y calculador. Todo eso es Arsenal le guste a quien le guste, juega siempre así, a provocar el error del rival y explotar al máximo todos sus recursos.
El partido comenzó parejo, con las cartas echadas y bien claras. Marcone y Zaldivia le comían los talones a todo el mundo y entregaban la pelota siempre redonda, por los costados Aguirre y Montero corriendo y jugando en dosis iguales y tapando a los creadores de San Lorenzo. Finalmente, llegó el tan buscado (y provocado) error: Torrico salió muy lejos luego de un tiro libre, despejó para el medio y Aguirre definió con un potente y notable cabezazo que decretó el 1 a 0. Julio Furch seguía siendo clave para su equipo: las aguantó todas y cuando pudo jugó de frente al arco y fue desequilibrante.
En Catamarca continuaba el choque de estilos. Y Arsenal seguía marcando la diferencia en toda la cancha. La idea de Alfaro es clara y los jugadores la llevan a cabo, a veces ejecutándola a la perfección y otras no tanto. Lo que no se podrá negar es que Arsenal sabe de sobra jugar las finales, con personalidad, dientes apretados y tratando de explotar sus virtudes. San Lorenzo y Pizzi son un caso muy particular: desde lo estadístico el ciclo del entrenador es intachable, pero desde el juego cuesta saber qué es realmente lo que busca. Parece quedarse a media asta entre la tenencia de la pelota y la búsqueda frustrada de profundidad. En los partidos que combinó ambas cosas fue claramente ganador y superó a sus rivales de manera irreprochable.
Volviendo al partido, Echeverría marcó el segundo y se terminó la final. Otra vez la bendita pelota parada le daba réditos a Alfaro. San Lorenzo intentó acercarse pero sólo la voluntad y el sacrificio de Mercier volcaron un poco la cancha hacía Campestrini que no tuvo demasiado trabajo pero cuando lo exigieron respondió bien. La defensa de Arsenal se hizo más fuerte que nunca y el ingreso de Zelaya terminó de definir el partido. Fue luego de un pelotazo largo de Campestrini que Furch no llegó a peinar y el Cachi resolvió magistralmente: enganche para afuera ante dos marcadores y definición con cara interna al palo más lejano de Torrico. Sensacional.
Queda la discusión sobre los “favores” que le hacen a Arsenal, lo cual es muy difícil de discutir. Se ve en pequeñas jugadas o en situaciones claves y nadie lo puede soslayar. La semifinal ante All Boys fue vergonzosa. Se inclinó la cancha sin disimulo alguno. En el torneo local ocurrió lo mismo en algunas ocasiones. Pero los meritos del equipo de los Grondona son también para destacar: una apuesta a un proyecto serio, las inferiores siendo importantes para el desarrollo del club y las incorporaciones justas en el momento indicado. Otra copa que se va para Sarandí. En la final no quedaron dudas sobre quién fue el mejor. Todo el recorrido previo será motivo de comentario y análisis para lo que vendrá.