Por Silvio Schachter. Von Trota nos presenta un retrato de Arendt centrado en su cobertura del juicio de Adolf Eichman en Jerusalem y las consecuencias que debió afrontar por su comentarios lúcidos y sin concesiones.
La noche del 11 de mayo de 1960, hombres del Mossad, violando tratados de asistencia consular y la soberanía nacional argentina, secuestran en la zona norte de Buenos Aires al criminal nazi Adolf Eichman, quien vivía en Argentina bajo el falso nombre de Ricardo Klement. Así comienza la estupenda película de la directora Margarette Von Trotta: Hannah Arendt.
Arendt cubre, para la revista New Yorker, el juicio en Jerusalén. Durante cuatro años, desde 1961 a 1964, observa, reflexiona y escribe, atreviéndose a mirar el Holocausto en términos que nadie había visto antes. El film nos muestra dos juicios, el de Eichmann en Israel y, a consecuencia de su obra, el juicio moral al que Hannah fue sometida. A pesar de haber transcurrido cincuenta años desde la publicación de su ensayo “Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal”, la polémica sigue abierta y las ideas que puso en debate se proyectan con plena vigencia.
Basada en los cinco artículos, setenta y tres páginas de New Yorker, la película toma ese episodio crucial en su vida, en el cual Arendt se vio enfrentada al dilema de ser fiel a una identidad colectiva o serlo frente a su compromiso, decidida a buscar y revelar la verdad con el costo que tuviera.
Para darle más auternticidad, en toda la parte que remite al juicio, Eichmann aparece en imágenes reales, en blanco y negro, que la televisión retransmitió en directo para todo el mundo. Una de las decisiones más acertadas de Von Trotta es la de eludir la dramatización del juicio e incluir parte del metraje real del proceso, con testimonios auténticos de algunas de las víctimas y declaraciones del propio acusado.
Asumió que ningún actor iba a poder representar con veracidad el testimonio del miembro de las SS. El espectador tiene así acceso al protagonista real, en toda su dimensión, tiene la oportunidad de observar y estudiar al mismo hombre que analizó Hannah para concebir su teoría.
El resto del film transcurre, mayormente, en su apartamento del 370 de Riverside Drive, Nueva York, incorporando una mirada nostálgica, para una época donde los filósofos podían ver el Hudson desde sus ventanas y sostener encendidas polémicas sobre el devenir de la humanidad.
En sucesivos flashbacks, von Trotta asume mostrar, en toda su incomodidad, la relación de Arendt con el filósofo alemán Martin Heidegger, su maestro y amante, que se unió públicamente al Partido nazi en 1933 y nunca se arrepintió públicamente incluso después de la guerra. La figura de Heidegger, acompañó a Hannah el resto de su vida (su retrato aparece en su escritorio al lado del de Blücher, su esposo) y esta relación fue una de las aristas más complejas que signó la vida de Hannah.
En un guión compacto y sin grietas, las ideas fluyen naturalmente en un lenguaje llano y entendible para el espectador cotidiano, sin que el lenguaje filosófico abrume. La cineasta nos muestra ante todo a una mujer que través del humo de su cigarrillo, piensa y actúa en consonancia, superando el gran reto de describir en el cine a una intelectual.
Margarret
Margaret Von Trotta, una de las cineastas más relevantes del cine germano, autora de Las hermanas alemanas y Rosa Luxemburgo, que forma parte de la generación de los sesenta, junto Fassbinder, Herzog, Wenders y Schlöndorff, realiza un film atrapante, sin concesiones, y convierte las ideas en el mejor tipo de cine, consiguiendo transmitir la importancia de los pensamientos de Arendt, así como su arrebatadora personalidad. Encaja perfectamente con lo mejor de actual cine alemán, audaz, franco y sin miedo, como lo demostraron las películas Goodbye Lenin, La vida de los otros, The Wave o la más reciente Barbara.
No se dejó seducir por la realización de un bioptic apologético que mostrara a Hanna como una heroína. En tiempos propensos a los eufemismos, expone una visión critica a las falsas identidades, los registros del poder, el nacionalismo cerril y las razones de Estado.
Margaret von Trotta no sólo estudió a Arendt sino que siente empatía con ella a pesar de que sus lecturas políticas difieren: la directora se ha manifestado reiteradamente de izquierda y la filosofa siempre mantuvo distancia y diferencias con el pensamiento y praxis de base marxista. Pero logra mostrar su pensamiento filosófico por medio de imágenes precisas, en tiempo y lugar acertados. No es von Trotta la que habla por medio de Arendt, es Arendt quien se expresa a través de la cámara de von Trotta.
Barbara
Barbara Sukowa es una actriz que logra en su intepretación ser el personaje, entonces el rostro verdadero de Arentd pierde relevancia. Las expresiones de Barbara transmiten todo el espesor y la densidad de la personalidad de la filósofa, conteniendo las conductas y reacciones ante las agresiones que sufre por defender sus ideas. La interpretación impacta, pues logra transmitir su universo intelectual y sentimental, hasta fundir a la interprete con el personaje sosteniéndose sobre ella toda la película.
En la cuarta colaboración entre la directora y la actriz, Sukova realiza una actuación que captura en cada secuencia, desde el formidable alegato ante sus alumnos hasta el modo de fumar, mostrando el poder de Arendt, cerebral, puro coraje intelectual y emocional, que hace que aunque la mayoría nunca haya leído ni una palabra de sus libros, el personaje perdure en su memoria. Hannah Arendt, es captada en una actuación difícil de olvidar.
Hannah
“Eichmann en Jerusalén” fue publicado en febrero de 1963 y en ese momento ella era una profesora universitaria y escritora prestigiosa respetada. No necesitaba mostrarse en una empresa que, como creía su marido, Heinrich Bluchen, serviría para revivir los recuerdos traumáticos del pasado de ambos (como cuando la pareja se encontraba presa en un campo de concentración). Las consecuencias del viaje a Israel, más conflictivas de lo que ambos suponían, alcanzan el máximo de tensión al plantear crudamente el papel que los líderes judíos habrían jugado en la elaboración de las listas de deportados. Para los judíos, el rol que desempeñaron sus dirigentes en la destrucción de su propio pueblo constituye, sin duda alguna, uno de los capítulos más sombríos de la larga historia de padecimientos de los judíos en Europa. La colaboración con los verdugos: he ahí la bomba que desato la ira sobre su trabajo y, en consecuencia, contra su persona. Afirma que el Holocausto no hubiera sido tan brutal sin la colaboración de las instituciones sionistas. En la búsqueda de las razones señala que cuando un poder absoluto, totalitario, corroe a una sociedad, todos los estamentos se ven atravesados por su degradación.
Reconocer la verdad de los hechos no lleva a desconocer la realidad del sufrimiento de un pueblo sino a entenderla.
Su ejercicio de libertad de expresión en cuanto a sus opiniones fue evidente en relación a los artículos del juicio, ya que no le tembló la mano a la hora de redactar lo que opinaba al respecto, sin aceptar modificaciones sugeridas por los editores del revista ni someterse a las repercusiones que sus palabras y textos pudieran tener. Incluso se atreve a dudar de la legalidad de un juicio, al que calificó como una farsa vengativa.
Eso no fue aceptado por los intelectuales judíos amigos de Hannah Arendt, quienes se mostraron fieles la razón de un Estado y un gobierno que preferió sustituir la verdad de los hechos por la verdad de opinión.
Estando en Jerusalén, concibió la teoría de la “banalidad del mal”. El mal puede ser perpetrado por una persona normal, como tú y como yo, que no tiene ninguna razón aparente o personal para desencadenar tal sufrimiento. Banal también porque funciona transformando la vida en un hecho superfluo.
El criminal del totalitarismo no es un monstruo ni un alienado, tampoco un loco. La maldad radical y extrema no es la de individuos anormales o monstruos sino que está anidada, como posibilidad, en la propia condición humana, es decir, en cualquiera de nosotros. Luego, el mal extremo también puede ser banal. Ahí, en su banalidad, reside la radical, la absoluta monstruosidad del mal.
Solo una persona tan segura de sí misma es capaz de dudar de lo consensuado, de pasar de la duda al pensamiento y de éste a las conclusiones, por muy polémicas que puedan llegar a ser.
La búsqueda de la verdad no es sólo un imperativo moral en la vida intelectual. Es una razón de ser. Arendt sostuvo que sin verdad no hay realidad y sin realidad no existimos. De ahí viene su insistencia sobre el concepto de Treue -fidelidad- que significa ser fiel a lo que se piensa, cree y ama.
Hanna Arendt, polémica, audaz, controversial, tuvo el carácter revulsivo de la intelectualidad critica, especie que lamentablemente hoy no abunda. Aquella misma que ante el desafío que le planteaba la pregunta ¿porqué lo haces? respondía siempre ¿y porqué no?